El consultorio psicológico del siglo XXI
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“Soy una persona pacífica pero sufro ataques de ira descontrolada. ¿Qué me pasa?”
Una maniobra desafortunada de otro conductor o un atasco interminable pueden llevar al individuo a entrar en una escalada de agresividad en la que pierda completamente el control
Un lector nos habla de su problema: “De verdad, creo que soy una persona pacífica. No recuerdo haberme pegado nunca con nadie, ni siquiera de niño. La violencia me repugna y no la veo necesaria. He educado a mis hijos en esa idea y son tan pacíficos como yo. Sin embargo, este verano tuve mi segundo momento de ira descontrolada. Las dos veces ha sido por culpa del tráfico. La primera salí del coche por una pirula que me habían hecho dispuesto a enfrentarme a la otra persona. El otro conductor aceleró y se escapó, por suerte. Pero en agosto ha sido peor, porque la otra persona también salió y acabamos pegándonos. Parece ser que le rompí dos dientes y acabamos los dos en comisaría. Una vergüenza. Y no sé por qué el tráfico saca ese lado oscuro de mí”.
Lo que te ha sucedido se denomina “Síndrome de Ira al Volante”. Es una reacción que algunas personas viven tras un incidente automovilístico. Una maniobra desafortunada de otro conductor, un atasco interminable o un pequeño alcance llevan al individuo a entrar en una escalada de agresividad en la que pierde completamente el autocontrol. El que sufre el ataque es el primer sorprendido por los insultos que ha proferido o el nivel de ferocidad que ha liberado. Porque, al igual que te ha sucedido a ti, las personas que viven estos ataques de ira pueden ser individuos habitualmente pacíficos en su vida cotidiana.
Al igual que tú, muchas personas hemos ido encontrando el nivel más adaptativo de autorregulación de la brutalidad, pero no es fácil
Valora lo que eres: una persona que consigue estar autocontrolado en la mayoría de las ocasiones. Eso es lo que te exige el tipo de sociedad en la que vives y tú lo estás cumpliendo la mayor parte del tiempo. En su libro 'Los ángeles que llevamos dentro', el psicólogo Steven Pinker defiende que vivimos en la era menos violenta de la historia. Ofrece datos de los que infiere que hemos pasado de épocas en las que moría asesinada una de cada cinco personas al momento actual, en el que la cifra se acerca al 3%. Esa disminución de los actos de crueldad se ha conseguido fomentando el autocontrol. Al igual que tú, muchas personas hemos ido encontrando el nivel más adaptativo de autorregulación de la brutalidad por ensayo y error. Pero no es una tarea sencilla: sigues (seguimos) trabajando en ello.
Sigue autocontrolando tu agresividad en el resto de tu vida: es lo adaptativo. Uno de los experimentos más conocidos de la psicología es el que realizó el psicólogo Walter Mischel. Empezó dando caramelos a niños de cuatro años y diciéndoles que tenía que ausentarse un momento. Los pequeños debían esperar a que él volviera para comerse la chuche. Y si lo hacían, les prometió otro caramelo a la vuelta como premio. Algunos niños consiguieron aguantar la tentación, otros no. En las siguientes décadas, Mischel hizo un seguimiento de los chavales y observó que los que no se habían comido el caramelo se convertían en adultos más adaptados al medio y con mayor éxito en muchas facetas. Moraleja: el autodominio de las pulsiones básicas (en este caso el apetito, pero podemos extenderlo a la violencia) es esencial para nuestro desarrollo social.
Pero recuerda que esa pulsión, producto de miles de años de evolución, sigue soterradamente presente en tu interior. Las reacciones de tu 'hardware' biológico (hormonas, sistema nervioso autónomo, sistema límbico, etc.) siguen siendo muy parecidas a las de un hombre del Paleolítico. David Buss, profesor de la Universidad de Texas en Austin, es uno de los investigadores que ha recopilado datos sobre ese nivel de violencia subterráneo. En sus investigaciones, en torno a un 90% de los hombres y un 80% de las mujeres afirman haber fantaseado alguna vez con un asesinato. Ignorar la violencia con la idea de que así desaparezca es una actitud suicida.
Trata de ver qué situaciones pueden provocar tus reacciones viscerales. Tendemos a minusvalorar el poder de las coyunturas en las que estamos inmersos. Creemos que llevamos las riendas siempre, independientemente de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y no es así: el psicólogo Philip Zimbardo, de la Universidad de Stanford, denomina “efecto Lucifer” al poder que tienen ciertas situaciones para llevar a mucha gente corriente a desplegar un gran nivel de agresividad. Existen multitud de investigaciones (como, por ejemplo, su famoso “experimento de la prisión de Stanford”) que demuestran que, en determinadas circunstancias, todos acabamos ensañándonos con el prójimo.
En tu caso, el tráfico parece ser una situación desencadenante: busca otras similares. Dentro de un coche nos sentimos menos observados. Podemos gritar e insultar sin sufrir la censura pública. Y es más fácil perder la empatía porque no vemos apenas el lado humano de los otros conductores: son apenas rostros esbozados a través de los cristales y deshumanizarlos es tentador. Quizás esos sean los factores que te llevan a explotar en esos momentos. Sean cuales sean, identifica tus “situaciones peligrosas”. No creas que tu autocontrol es omnipotente: nunca lo es.
Hay personas que llevan en su coche una foto de su familia y han automatizado obligarse a sí mismas a contemplarla antes de reaccionar ante un incidente
Busca mecanismos de “tiempo muerto” para esas situaciones. Nuestra sociedad no suele enseñarnos a gestionar la violencia. Se limita a esperar que tú encuentres mecanismos personales por ensayo y error. Lo cierto es que casi siempre lo conseguimos, pero ese “casi” puede resultar dramático. La ensayista Linda Wolfe, en su libro "El profesor y la prostituta", recoge una serie de casos reales de personas con una vida tranquila que han realizado actos violentos puntuales sin motivos aparentes. Un ejemplo es el de un ejecutivo triunfador que acaba de ampliar su cadena de tiendas y está a pocos días de su boda. Un día, cerca de Central Park, tiene un pequeño accidente: un individuo choca contra su coche nuevo y le causa ligeros desperfectos. El exitoso hombre de negocios sale del coche con una pistola y, delante de cientos de testigos, asesina al propietario del otro vehículo.
En las entrevistas que la autora hace, los protagonistas reconocen que les falló el “tiempo muerto”, ese momento de contar hasta diez que nos ayuda a recuperar el autocontrol. Por eso es importante que encuentres mecanismos para el tipo de situaciones que a ti te perturban. Por ejemplo, hay personas que llevan en su coche una determinada imagen (una fotografía de su familia o un paisaje de su infancia) y han automatizado obligarse a sí mismas a contemplarla unos segundos antes de reaccionar ante un incidente. Busca tu método propio: es necesario.
No te sientas culpable de tu nivel de violencia interno: siéntete responsable y busca métodos para canalizarlo. No podemos controlar nuestras emociones, pero sí lo que hacemos con ellas. Acepta tu agresividad: como nos recordaba Ernesto Sábato, “el proceso cultural es de domesticación, que no puede llevarse a cabo sin rebeldía por parte de la naturaleza animal, ansiosa de libertad”. Durante toda la historia ha habido culturas de autocontrol, pero en todas ellas se han regulado momentos de falta de autodominio (las Saturnales romanas son un ejemplo).
Hoy en día, los métodos de liberación tienen que ser individuales, busca el tuyo. Hay personas a las que les sirve el deporte agotador, hay otras que se desahogan escuchando música agresiva. Hay quienes leen libros de terror crueles y hay quienes juegan a videojuegos feroces. En todo caso, todos necesitamos canalizar de forma adaptativa nuestra violencia, ese animal incontrolable que, de lo contrario, acaba atacando a su dueño.
Un lector nos habla de su problema: “De verdad, creo que soy una persona pacífica. No recuerdo haberme pegado nunca con nadie, ni siquiera de niño. La violencia me repugna y no la veo necesaria. He educado a mis hijos en esa idea y son tan pacíficos como yo. Sin embargo, este verano tuve mi segundo momento de ira descontrolada. Las dos veces ha sido por culpa del tráfico. La primera salí del coche por una pirula que me habían hecho dispuesto a enfrentarme a la otra persona. El otro conductor aceleró y se escapó, por suerte. Pero en agosto ha sido peor, porque la otra persona también salió y acabamos pegándonos. Parece ser que le rompí dos dientes y acabamos los dos en comisaría. Una vergüenza. Y no sé por qué el tráfico saca ese lado oscuro de mí”.