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"¿Por qué podemos querernos tanto y no ser capaces de dejar de discutir por todo?"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"¿Por qué podemos querernos tanto y no ser capaces de dejar de discutir por todo?"

Cuando las discusiones se convierten en el día a día de la pareja, el problema no es el amor, sino la carencia de técnicas de resolución de conflictos. Aquí presentamos alguna solución

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Una lectora nos cuenta su problema: "Yo creo que quiero a mi pareja. Lo sé porque cada vez que nos peleamos me siento muy mal todo el día. En realidad echo de menos poder contarle cosas sin discutir. Pero luego nos peleamos todo el rato. No conseguimos hablar más de cinco minutos sin discutir. Todo acaba siendo motivo para que yo le recuerde a él en qué falla y para que él me critique a mí. No entiendo la situación ¿Por qué podemos querernos tanto y no ser capaces de llegar a un acuerdo? ¿Podemos solucionarlo?".

Una irónica definición de pareja dice que es un vínculo entre dos personas que se juntan para resolver problemas que no tendrían si no estuvieran juntas. Cuando se habla de este tema, nadie nos recuerda que una relación resulta o no nutritiva según la capacidad que tengamos de afrontar las discusiones que surgen. No te centres en el amor: vuestro problema es la carencia de técnicas de resolución de conflictos.

Foto: Cuando discutimos estamos tan furiosos que no somos capaces de detener lo que sale de nuestra boca, pero hay que aprender a controlarse. (Corbis)

No eres responsable de carecer de esta habilidad. Todos empezamos las relaciones de pareja sin haber trabajado este tema. Nuestra cultura nos enseña que el amor basta para sostener un vínculo porque la capacidad de “empastar personas” que tiene este sentimiento ha sido sobrevalorada desde el Romanticismo. La bióloga Helen Fisher argumenta en sus libros que una de las causas de esta preferencia cultural por el vínculo romántico es su universalidad. Al estar regida por una revolución bioquímica similar en todos los seres humanos, el amor pasional produce resultados parecidos en todas las parejas. Todos los enamorados hablan, piensan y sienten de forma semejante porque se trata de una etapa más hormonal que racional. Y por eso los artistas recurren continuamente a sus efectos para que nos identifiquemos con sus creaciones.

Intenta bajar el nivel dramático. No te preocupes por ser más racional de lo que suelen ser las historias de amor: quizás Romeo y Julieta no hubieran sido felices si hubieran vivido tres años más y hubieran empezado a tener problemas entre ellos. En vez de poner tanto calor emocional en la conversación, cuidad los factores logísticos. Por ejemplo, es muy importante buscar lugares y momentos adecuados para discutir en vez de lanzar reproches en situaciones en las que no es posible la negociación. También es importante que la visceralidad disminuya para que no haya ningún tema que se convierta en tabú por culpa de la carga emocional. Hay que adoptar una estrategia de afrontamiento, no de evitación. Posponer las conversaciones sobre temas tensos e intentar que el conflicto surja lo más tarde posible solo sirve para que este estalle.

Quizá Romeo y Julieta no hubieran sido felices si hubieran vivido tres años más y hubieran empezado a tener problemas

El ensayista Francesco Alberoni fue uno de los pioneros en distinguir dos fases en el sentimiento amoroso: el enamoramiento -basado en el amor pasional- y el amor compañero, que comienza cuando las dos personas dejan de mirarse una a la otra y empiezan a mirar juntas hacia el futuro. Para funcionar bien en la segunda fase, es necesario sentir que remamos en el mismo barco. Frank Finchman, de la Florida State University, uno de los investigadores que más ha estudiado esta percepción subjetiva, encuentra en sus experimentos que en las parejas en crisis se atribuye al otro miembro la causa de todos los problemas. Eso produce continuas discusiones: el vínculo se siente como inestable y poco valioso y se reivindican continuamente los espacios de autonomía en un intento de “salvarse” del otro.

Creer que la otra persona es culpable de todos nuestros males disminuye la sinceridad, aumenta nuestros deseos de venganza y empeora la resolución de conflictos. Empezad por trabajar estas atribuciones: objetivad la influencia de la otra persona en vuestra vida, haciendo, por ejemplo, una lista de aspectos positivos y negativos resultado de la relación. Y aumentad la sensación de control interno, viendo qué cantidad de problemas podéis cambiar variando cada uno vuestro comportamiento.

Foto: 'Síiiiiiiiiiiiiiiiiii' (pronúnciese como Cristiano Ronaldo). (iStock)

Tratad de discutir los temas pensando cómo restablecer la igualdad en el futuro. No insistáis en quién fue el culpable de que se perdiera la equidad. Los conflictos se solucionan hacia delante, no hacia atrás. La memoria no es un disco duro: tergiversamos nuestros recuerdos para que encajen mejor en la imagen que tenemos de nosotros mismos. Por eso es difícil ponerse de acuerdo sobre qué pasó. Sin embargo, eso no nos tiene que impedir decidir cómo haremos las cosas a partir de ahora.

La pareja permanece cuando los dos miembros sienten que reciben en proporción a lo que dan. El profesor Nico Van Yperen descubrió en sus investigaciones que la igualdad subjetiva se relaciona con dos cuestiones de la vida cotidiana: compartir la toma de decisiones y sentirse libres para ofrecer y pedir. No te centres en el pasado, trata de reequilibrar esos dos factores partiendo de un punto cero. Intentad hablar buscando acuerdos futuros sin dar por hecho que la otra persona se va a comportar como lo ha hecho hasta ahora.

Practicad la escucha incondicional. Es importante escuchar atentamente a la otra persona en lugar de interpretarla. En el calor de la discusión nos solemos olvidar de que es tan importante entender al otro miembro de la pareja como hacer comprensible la posición propia. Tenéis que volver a recuperar la complicidad. Nancy Collins, otra investigadora que ha estudiado a fondo nuestra comunicación en los conflictos en pareja, subraya la importancia de la sensación de poder hablar de nosotros mismos sin posar. Según Collins, esta sensación de intimidad dispara un mecanismo en cadena que va renovando la pareja: la auto revelación fomenta el agrado y el agrado fomenta la auto revelación.

La pareja aguanta cuando los dos miembros sienten que reciben en proporción a lo que dan

Por supuesto, para una buena resolución de conflictos es importante también que hagáis peticiones. Pero tenéis que aprender a hacerlas. Es importante por ejemplo, dejar de generalizar. No ayudan en nada frases habituales en los conflictos como: “Eres un egoísta”, “nunca te apetece salir” o “no me escuchas”. Igual que tampoco contribuye al acuerdo el dogmatismo: es mejor reivindicar necesidades desde posturas flexibles que hablar dogmáticamente acerca de “cómo deben de hacerse las cosas”. Eso ayuda a explorar todas las alternativas sin centrarse en una sola. Cuando estamos enfadados, tendemos a pensar que solo hay una solución al conflicto, algo que nunca es cierto.

Y por último, un consejo paradójico: tratad de leer sobre los atributos de la comunicación tóxica. Analizar los mecanismos de comunicación manipuladores ayuda a entender qué estamos haciendo mal. Por ejemplo, echa un vistazo a los libros de Marie-France Hirigoyen. Todos utilizamos técnicas como el doble vínculo (estilo de crítica que hace sentir al otro culpable tanto si hace algo como si hace lo contrario), la autocompasión dramática o la creación de una sensación de amenaza latente. Eso no nos hace manipuladores compulsivos. Es posible que nos hayan faltado, hasta ahora, herramientas de comunicación para la resolución de conflictos. Tenéis que daros la oportunidad de averiguar si solucionar esa carencia mejora vuestra vida en pareja. Aunque solo sea para progresar personalmente llenando este vacío que el excesivo romanticismo de nuestra cultura ha producido en nuestra educación sentimental.

Una lectora nos cuenta su problema: "Yo creo que quiero a mi pareja. Lo sé porque cada vez que nos peleamos me siento muy mal todo el día. En realidad echo de menos poder contarle cosas sin discutir. Pero luego nos peleamos todo el rato. No conseguimos hablar más de cinco minutos sin discutir. Todo acaba siendo motivo para que yo le recuerde a él en qué falla y para que él me critique a mí. No entiendo la situación ¿Por qué podemos querernos tanto y no ser capaces de llegar a un acuerdo? ¿Podemos solucionarlo?".

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