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"Tengo miedo de la soledad pero exijo mucho a la gente: ¿me pasa algo?"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"Tengo miedo de la soledad pero exijo mucho a la gente: ¿me pasa algo?"

Una lectora nos pregunta si es normal que, aunque no quiera vivir completamente sola, exija tanto a los demás que haya terminado limitando enormemente sus relaciones sociales

Foto: Estar solo no es tan mala opción. (iStock)
Estar solo no es tan mala opción. (iStock)

Una lectora nos expresa sus dudas: “Invariablemente siempre decido que es mejor prescindir de muchas personas, aunque yo intento a la vez tener compañía y tengo miedo a la soledad. Pero aplico unos criterios de selección tan estrictos, que las personas en general me parecen nocivas e intento alejarlas. No me esfuerzo en absoluto en tener amigos o amigas y los conocidos piensan que soy seria y reservada. No acudo a las reuniones sociales, pongo excusas. Evito reunirme. ¿Podría ser patológico este comportamiento?".

Hace décadas, J. B. Rotter, psicólogo y profesor de la Universidad de Connecticut, postuló que hay dos polos en la forma en que entendemos lo que nos pasa. Y esa dicotomía afecta decisivamente a nuestras relaciones. La diferencia parte del 'locus' de control, el “lugar” en el que situamos la causa de lo que nos está ocurriendo. Las personas de 'locus' de control interno tienden a pensar que los hechos ocurren por sus propias acciones. Se sienten a gusto llevando las riendas y les cuesta delegar sus decisiones y dejarse llevar por los demás. Los individuos de 'locus' de control externo, por el contrario, suelen echar la culpa de lo que sucede a algo externo. Por eso pueden estar cómodos poniendo su vida en manos de otras personas.

Como cualquier estrategia vital, una y otra tienen ventajas e inconvenientes. Los de control interno, por ejemplo, aprenden más de sus errores, porque tienden a analizar qué pueden hacer ellos para cambiar. Los de control externo, por su parte, suelen llevar mejor las situaciones en las que no hay nada que hacer: les resulta más fácil fluir con la corriente, “ser agua”, como requería Bruce Lee en aquella famosa frase.

Hay investigaciones que refrendan la posibilidad de llevar una vida más aislada de la que promueve el 'mainstream' social

En las relaciones humanas sucede lo mismo: uno y otro factor minimizan ciertos riesgos vitales. Tu control interno, por ejemplo, te hace ser poco proclive a la codependencia. En su conocido libro sobre el tema, Pia Mellody, Andrea Miller y Keith Miller caracterizan esta dinámica amorosa a partir de la “necesidad del otro” que la persona siente. Cuando vivimos una relación de codependencia somos incapaces de imaginarnos nuestra vida sin el otro y acabamos centrándonos compulsivamente en sus necesidades. Las personas como tú son inmunes a este riesgo, porque cualquier sensación de dependencia les repele.

Lo que nos cuentas en tu correo electrónico no describe una patología, sino una opción de vida que canaliza tus rasgos de personalidad. Basar tu arquitectura vital en el control interno y la motivación de independencia es perfectamente viable. "Jamás hallé compañero más sociable que la soledad", decía el escritor Henry D. Thoreau. Y hay investigaciones que refrendan la posibilidad de llevar una vida más aislada de la que promueve el 'mainstream' social.

placeholder Una Thoreau moderna. (iStock)
Una Thoreau moderna. (iStock)

Las investigaciones del doctor David Weeks, por ejemplo, desmitifican el dramatismo de la vida con cierto toque ermitaño. Sus datos contradicen la antigua idea de que los que aplican criterios selectivos para relacionarse sufren más. A pesar de lo que se dice, los extravagantes, las personas más aisladas gozan de una salud estupenda. Por ejemplo: acuden al médico una vez cada nueve años de promedio, mientras que la población general lo hace dos veces por año. Es más, según este neurólogo su buena salud física proviene de “su insultante felicidad". Weeks no es un iluso: sus investigaciones asocian estos patrones ermitaños con rasgos de personalidad “positivos” y “negativos”, como el inconformismo, la autosuficiencia y la obsesión por las aficiones. Pero sabe que cualquiera de esas variables produce tantas ventajas como inconvenientes. Por ejemplo: los excéntricos suelen tener un mayor grado de tolerancia a la frustración, exploran nuevos caminos con menos temor a los fracasos gracias a que no les importa tanto la opinión ajena. "En cada campo, los excéntricos aceptan cualquier reto, pero la calidad no es su lema, pueden ser geniales o nefastos", apunta Weeks.

Su proyecto incluye una aproximación a la vida de ciertos personajes históricos. La conclusión es que la motivación de independencia es perfectamente canalizable como motor vital. Muchos de los grandes creadores y artistas de la historia entrarían en esta categoría. Son conocidos los casos de Benjamin Franklin, al que la opinión de los demás importaba tan poco como para pasearse a menudo desnudo (“Estoy tomando baños de aire”, dicen que argumentaba), u Oscar Wilde, que afirmaba que "cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado". Pero también entran en esa categoría, según este científico, personajes de la talla de Galileo, Darwin o Albert Einstein.

Hoy en día la motivación de independencia y los criterios de selección claros a la hora de relacionarnos están cada vez mejor vistos

Otro investigador de este tema es el psicólogo Jonathan Check. Sus conclusiones es que el alto nivel de exigencia a la hora de relacionarse no es ningún tipo de patología. La búsqueda de autonomía existencial no está asociada ni a la depresión ni a la fobia social, trastornos que llevan al aislamiento por soledad forzada, no elegida. Los exigentes llegan a serlo por necesidad de independencia de criterio. De hecho Check piensa que se trata de un rasgo de personalidad que se aprecia desde la infancia. Desde niños, los guiados por la motivación de autonomía prefieren ser libres aunque a cambio tengan que responsabilizarse de sus errores.

Vives en un mundo en que esta forma de vida es cada vez más plausible. Las series actuales, por ejemplo, están llenas de personajes como el Dr. House o Walter White que han asumido las ventajas e inconvenientes de esta forma de vida. El psicólogo Dustin Wood afirma que el medio ya no es tan hostil para la vida independiente. Es cierto que hasta tiempos recientes la expresión de nuestros rasgos estuvo regulada por una especie de barómetro que nos indicaba cómo actuar “siguiendo al rebaño”. Pero hoy en día la motivación de independencia y los criterios de selección claros a la hora de relacionarnos están cada vez mejor vistos. La autonomía de pensamiento se valora hasta el punto de que, como afirma Wood, “el imaginario colectivo empieza a asociar la normalidad con la neurosis”.

Si eliges esta arquitectura vital tienes, por supuesto, que conocer sus riesgos y tratar de limar los roces con el medio. Habrá en tu vida mucha “soledad elegida” (que te resultará agradable) pero también un cierto grado de “soledad obligada”. Intentar cuidar a las pocas personas que realmente te resultan nutritivas es esencial para conjurar ese riesgo. Con aquellas que no te aporten, quizás te puede servir como reflexión un párrafo creado por el psicoterapeuta Fritz Perls. Él pedía a sus pacientes que se repitieran: “Yo soy yo y tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y tú no estás en este mundo para cumplir las mías. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos y coincidimos será hermoso. Si no, pocas cosas podemos hacer juntos. Porque tú eres tú y yo soy yo…”.

Una lectora nos expresa sus dudas: “Invariablemente siempre decido que es mejor prescindir de muchas personas, aunque yo intento a la vez tener compañía y tengo miedo a la soledad. Pero aplico unos criterios de selección tan estrictos, que las personas en general me parecen nocivas e intento alejarlas. No me esfuerzo en absoluto en tener amigos o amigas y los conocidos piensan que soy seria y reservada. No acudo a las reuniones sociales, pongo excusas. Evito reunirme. ¿Podría ser patológico este comportamiento?".

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