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"Tengo un familiar con cáncer, ¿cómo puedo ayudarle para evitar que sufra?"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"Tengo un familiar con cáncer, ¿cómo puedo ayudarle para evitar que sufra?"

Se tiende a no confrontar los momentos irremediables, pero hay que olvidarse del ego y ponerse en la verdadera disposición de ser lo más útil posible a quien está enfermo

Foto: Hay que olvidar el ego para ayudar. (iStock)
Hay que olvidar el ego para ayudar. (iStock)

Un lector nos cuenta su problema: “Tengo un familiar diagnosticado de un cáncer de páncreas en Fase IV con metástasis en los pulmones […]. Siempre ha sido un tío muy majo, obsequioso y empático; con todos, en general, y conmigo. Estamos todos muy pendientes de él: le llamamos casi todos los días, quedamos con él más que nunca, le acompañamos al hospital, etc. Hasta ahora, no solo lo llevaba muy bien, es que casi nos daba ánimos a todos. Luego, nos enteramos que, cuando estaba solo en su casa con su pareja, con mucha frecuencia, se les saltaban las lágrimas a los dos y por mucho tiempo. Este verano se separó de ella. Últimamente, le veo muy mal psicológicamente: le noto impotente y no sé si casi resignado, derrotado, cosa que antes no ocurría: tenía claro que acabaría con una enfermedad crónica. El tío tenía un ánimo y una seguridad irracional: el equipo oncológico jamás aseguró ni anticipó en ese sentido el curso de su enfermedad. Ahora, se encuentra de muy mal humor, cansado (agotado, más bien) y enseguida 'salta' con sus familiares a la mínima… Mi consulta, don Luis, sería que me diera las mejores pautas para evitar hacerle sufrir y las que le sirvieran para sentirse mejor. Aunque crees que con cariño y buena voluntad todo irá bien, quizá nos podamos equivocar todos… y fastidiarle, en vez de ayudarle. Muchas gracias, señor Muiño”.

En primer lugar muchas gracias por plantear un tema del que hablamos tan poco en nuestra cultura. Woody Allen argumentaba "no le tengo miedo a la muerte, solo que no quiero estar allí cuando suceda". Y esa es la actitud más común en los últimos tiempos en la cultura occidental: esconder la muerte, vivir como si no existiera. Filósofos e historiadores como Edgar Morin ('El hombre y la muerte') o Philippe Ariès ('Historia de la muerte en Occidente') hablan de la “era de la muerte escondida” para referirse a lo que ha ocurrido en Occidente en el último siglo. La muerte, que en otras épocas era parte visible de la vida, se ha convertido en un tabú. Las personas viven sus últimos momentos, fallecen y son enterradas lejos de nuestra vista. Esa estrategia de ocultación es la causa de que ninguno de nosotros esté preparado psicológicamente para afrontar ese trance.

Tienes que poner en suspenso tu ego y atender únicamente las necesidades de esa persona. Y no hay tarea más frustrante

Por eso tengo que decirte, en primer lugar, que tus dudas muestran tu valentía. La inseguridad es la sensación lógica en los que intentan ayudar realmente. Has elegido la opción más difícil: confrontarte con el dolor ajeno. Para hacerlo tienes que poner en suspenso tu ego y atender únicamente las necesidades de esa persona. Y no hay tarea más frustrante porque tu propio ego siempre acaba surgiendo. Es lo que te ocurre a ti: te gustaría que este familiar siguiera siendo amable contigo y mantuviera un buen estado de ánimo. Haz todo lo posible por acallar tus expectativas: no son de ayuda en un momento en que otra persona pasa por ese trance.

Los cambios en esta persona son habituales: se trata de la reacción normal ante una circunstancia excepcional. Nuestra manera de enfrentarnos a la muerte es completamente subjetiva y puede parecer incoherente con nuestra personalidad anterior. En una gran cantidad de personas se produce lo que el psicólogo Keith Campbell denomina 'ego shock'. Se trata, según este autor, de una experiencia en la que los mecanismos normales de protección psicológicos se bloquean. El sentido del tiempo se paraliza e incluso cambia la percepción de la realidad. Muchas personas descubren sentimientos desconocidos y ven lo que les rodea de forma distinta: aprecian la belleza de objetos a los que nunca prestaban atención, varían la percepción de los colores, etc.

'Ego shock'

Una de las consecuencias de ese 'ego shock' es el cambio en los valores vitales de la persona. Campbell nos recuerda que muchas veces, ante la cercanía de la muerte, se produce una revolución cognitiva que altera nuestras prioridades vitales. Intentamos dedicarnos con más profundidad a cuestiones que en ese momento nos parecen importantes. Y dejamos de lado aquellas que creemos que no lo son que, sin embargo, ocupaban gran parte de nuestra energía en los periodos de normalidad.

Los textos de la enfermera australiana Bronnie Ware nos ofrecen ejemplos de estos replanteamientos vitales. Esta profesional de la salud, que había trabajado con enfermos terminales durante décadas, decidió plasmar su experiencia en un artículo. Allí reflejaba su recuerdo sobre aquello de lo que se arrepentían los pacientes en su lecho de muerte. En poco tiempo el texto se convirtió en viral en internet y Ware amplió sus conclusiones en un libro: 'The Top Five Regrets of the Dying'. Su recuerdo era que, ante todo, las personas se arrepentían de lo que no habían hecho. La vida es eso que sucede mientras nosotros estamos ocupados haciendo otras cosas. Y las personas que se enfrentaban a la muerte, según esta enfermera, sentían que habían dejado de lado amigos y actividades que ahora, en sus últimos días, les parecían decisivos.

El individuo empieza a darse cuenta de lo irreversible y se “ausenta” del mundo, del que se puede sentir espectador

Además de esa revolución cognitiva, tienes que recordar la emocional. Es normal que su estado de ánimo sufra un profundo vaivén. Puede ayudarte a entender esos cambios la estructura que la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross ofreció hace décadas. Según esta investigadora, hay varias fases habituales. Una de ellas es la “negación”, en la que el individuo empieza a darse cuenta de lo irreversible y se “ausenta” del mundo, del que se puede sentir como espectador que ni siente ni padece. También habló de otra etapa de “ira”: aparecen sentimientos de indignación que pueden mezclarse con la rabia por las cosas que no hizo cuando tuvo la oportunidad. Tu familiar puede pasar por una fase de “depresión”, en la que quizás se sienta sin fuerzas, débil, solo (cree que los que le rodean no entienden la magnitud de lo que está pasando) e incapaz de afrontar lo que le espera. Kübler Ross definió también otra etapa, la “negociación”, en la que el individuo que se enfrenta al muerte afronta la realidad, llegando a un pacto con el mundo. Por último, puede haber, según esta doctora, una fase de “aceptación”, en la que gradualmente recupere el sosiego y encuentre un sentido a lo que le está ocurriendo.

Tolerancia a la tensión

Pero en todo caso debes recordar que todas estas teorías son intentos de conceptualizar un estado alterado de conciencia, un momento mental difícil de entender para los que no lo estamos viviendo. Conocer estas teorías puede servirte como esquema para comprender algunas de las posibles actitudes. Pero lo más importante, si queremos de verdad acompañar a alguien en sus últimos momentos, es desarrollar nuestra escucha activa para entender cómo está la persona en cada momento y cuáles son sus necesidades. Se trata de oírle realmente. Para eso es necesario estar abiertos incondicionalmente a sentimientos que no nos gustan, como la tristeza o la ira. Tenemos que ser capaces de hacer preguntas abiertas, no guiadas, que puedan dar lugar a respuestas inesperadas. Necesitamos también reforzar nuestra tolerancia a la tensión interpersonal, para poder seguir escuchando al otro aunque lo que nos esté contando nos desasosiegue. Y, sobre todo, tenemos que hacer el gran ejercicio de dejar de lado nuestro habitual egocentrismo: en un momento así, debemos recordarnos todo el tiempo que las necesidades del otro son más importantes que las nuestras.

Un lector nos cuenta su problema: “Tengo un familiar diagnosticado de un cáncer de páncreas en Fase IV con metástasis en los pulmones […]. Siempre ha sido un tío muy majo, obsequioso y empático; con todos, en general, y conmigo. Estamos todos muy pendientes de él: le llamamos casi todos los días, quedamos con él más que nunca, le acompañamos al hospital, etc. Hasta ahora, no solo lo llevaba muy bien, es que casi nos daba ánimos a todos. Luego, nos enteramos que, cuando estaba solo en su casa con su pareja, con mucha frecuencia, se les saltaban las lágrimas a los dos y por mucho tiempo. Este verano se separó de ella. Últimamente, le veo muy mal psicológicamente: le noto impotente y no sé si casi resignado, derrotado, cosa que antes no ocurría: tenía claro que acabaría con una enfermedad crónica. El tío tenía un ánimo y una seguridad irracional: el equipo oncológico jamás aseguró ni anticipó en ese sentido el curso de su enfermedad. Ahora, se encuentra de muy mal humor, cansado (agotado, más bien) y enseguida 'salta' con sus familiares a la mínima… Mi consulta, don Luis, sería que me diera las mejores pautas para evitar hacerle sufrir y las que le sirvieran para sentirse mejor. Aunque crees que con cariño y buena voluntad todo irá bien, quizá nos podamos equivocar todos… y fastidiarle, en vez de ayudarle. Muchas gracias, señor Muiño”.

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