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"Mi hijo es demasiado exigente consigo mismo. Para él menos de un diez es nada"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"Mi hijo es demasiado exigente consigo mismo. Para él menos de un diez es nada"

Parece que los niños de hoy en día viven en una completa autoexigencia. Un padre preocupado nos pregunta acerca del estrés que siente su hijo cuando no logra sus objetivos

Foto:  ¿Dónde está el límite? (iStock)
¿Dónde está el límite? (iStock)

"Esta consulta, Dr. Muiño, no es para mí, es para mi hijo mayor. Reconozco que es un chico brillante en los estudios. Tiene 17 años, está en 2º de bachillerato, y no me puedo quejar de sus notas. Quiere hacer unaingeniería. Tiene sus amigos, no muchos, pero son parecidos a él, muy buenos. Sale poco porque está muy centrado en los estudios, pero normalmente lo noto feliz. El problema es que en cuanto le falla un examen o tiene algún problema con amigos se viene abajo. Por ejemplo, en esta primera evaluación ha sacado de media un 8 en física. Le costó más de una semana superarlo, para él menos de un diez no es nada. Yo no paraba de decirle que era una buena nota, pero nada. Está bien mientras todo le sale bien. Pero me preocupa que sea tan exigente con las cosas que le pasan y que todo tenga que salirle perfecto. Se pone muy nervioso, no duerme, está de mal humor".

A los chavales con una mayor autoexigencia les cuesta más aprender a tolerar la frustración y mantener un buen estado de ánimo cuando no consiguen todos sus objetivos de forma inmediata. Tu preocupación es comprensible porque se trata de una cualidad necesaria en el mundo actual. Debido a la progresiva especialización y a los cambios continuos, hoy en día es imposible tener éxito siempre. Y por eso es esencial aprender desde jóvenes a no desilusionarnos excesivamente cuando fallamos.

Dicen que un periodista le preguntó a Thomas Alva Edison si no se arrepentía de las miles de decepciones que había sufrido en sus experimentos con la electricidad. Y que su respuesta fue: "No me equivoqué mil veces para hacer una bombilla: descubrí mil maneras de cómo no hacer una bombilla". Esa es la actitud más adaptativa en el siglo XXI: entender que hacer pocos intentos es siempre peor que tener muchos descalabros y que fracasar es un síntoma de que estamos buscando éxitos difíciles. Sin embargo, una de las razones por las que a tu hijo le está costando aprender a frustrarse es que la sociedad le está vendiendo la peligrosa idea de que existen historias de triunfo continuo.

A los chavales con una mayor autoexigencia les cuesta más tolerar la frustración

Si preguntamos a un grupo de chavales qué saben de Gandhi, Walt Disney, The Beatles o Bill Gates seguramente nos enumerarán éxitos de esos personajes. En su imaginario, estos individuos están asociados a la consecución de objetivos extraordinarios después de una vida gratificante en la que han ido subiendo peldaños hasta que han alcanzado la cima. Sin embargo, el mundo real no funciona nunca de esa manera. Los éxitos, hoy en día, se alcanzan tras algún fracaso estrepitoso o una larga serie de objetivos malogrados. Mahatma Gandhi fue maltratado en Sudáfrica de una forma absolutamente humillante antes de regresar a la India. Walt Disney acabó en la bancarrota con su primera empresa de dibujos animados, Laugh-O-Gram Films. La importante empresa discográfica Decca rechazó a los Beatles con la famosa frase "Los grupos de guitarra ya no van a prosperar". Y Bill Gates ha jalonado su carrera empresarial de sonados fracasos: apostar por MSN en Windows95, promocionar Live Meeting, fracasar con sus tabletas y e-books, etc.

Foto: Gregorio Luri. (Pere Tordera)

Si quieres echarle una mano para que aprenda a tolerar la frustración, ayúdale a despertar de esa mentira social. Puedes empezar, por ejemplo, por fomentar su "flexibilidad cognitiva". La psicóloga Carol Dweck, que estudia cómo se forma la autoimagen adolescente, afirma que hay una diferencia de desarrollo fundamental entre aquellos que aprenden a concebir sus cualidades como maleables y los que piensan en ellas como fijas. Esta profesora de la Universidad de Stanford afirma que los poseedores de esta primera mentalidad (que ella denomina "de crecimiento") tienen muchas más posibilidades de éxito en su vida posterior. No pierden tiempo y energías intentando demostrar sus cualidades (inteligencia, talento o habilidades interpersonales) porque sospechan que ocultar las deficiencias anula el potencial de aprendizaje. "No se puede mejorar nada cuando uno está empeñado en disimular los fracasos" afirma Dweck en su reciente libro 'Mindset'. Gracias a este desparpajo para aceptar su vulnerabilidad al error, los que creen que sus características son modificables se frustran menos con sus propios fallos porque entienden las decepciones como oportunidades de aprendizaje.

Es una etapa gregaria y le resultará difícil ser infiel al rol autoimpuesto de "alumno brillante"

Si intentas trasmitir esta mentalidad de crecimiento, verás que el problema reside también en el ambiente que le rodea. El psiquiatra de la Universidad de Columbia Michael Liebowitz sitúa el origen de la ansiedad perfeccionista que sufre tu hijo en la presión social. La familia, los profesores y los amigos dificultan —según este investigador— la posibilidad de mantener el buen humor cuando fallamos. Y eso impide el aprendizaje por ensayo y error, tan importante en esas etapas de la vida. Ese error pedagógico se acaba traduciendo en un "aprendizaje explosivo" del fracaso: en vez de ir acostumbrándose gradualmente a las decepciones, muchos chavales pasan años de continuo éxito hasta que, de repente, fracasan de forma traumática. Ese es el riesgo que corre tu hijo.

Foto: No está contenta. (iStock)

Por eso quizás quieras intentar luchar contra esta presión de grupo de la que habla Liebowitz. Un ejemplo de las batallas que puedes librar: la adolescencia es una etapa gregaria y le resultará difícil ser infiel al rol autoimpuesto de "alumno brillante". Si es así, ayúdale a trabajar cuántas de sus expectativas sobre sí mismo son suyas y cuántas son de los demás. Sería ideal, también, que consiguiera progresivamente sustituir vergüenza por responsabilidad. La primera es un sentimiento improductivo porque parte del pensamiento irracional de que "somos malos" por decepcionar a los demás. La responsabilidad, sin embargo, es adaptativa: parte de constatar que "hemos hecho algo mal" que decepciona temporalmente nuestras propias expectativas pero no supone un descalabro permanente.

La adolescencia es una etapa en la que se compensa fácilmente el concepto de trauma con la experiencia de aprendizaje

Muchos investigadores nos advierten de que las nuevas generaciones crecen en un ambiente en el que se enseña menos tolerancia a la frustración. Libros como 'Generación Yo' de la psicóloga Jean Twenge o investigaciones como las del sociólogo Glen Elder analizan esa progresiva dificultad para aceptar el fracaso puntual. El riesgo de no adquirir esa habilidad en la juventud es caer en un círculo vicioso. Por una parte, el refuerzo fácil es visto cada vez como más sencillo y seguro. Por otra, en la madurez se van sintiendo incapaces de intentar actividades de refuerzo diferido, porque para hacer cosas que no se saborean inmediatamente hay que tener tolerancia a la frustración. Aumentar la dosis de sensaciones rápidas acaba, inevitablemente, llevando a la sobredosis.

La conclusión de estos autores es que debemos dejar de proteger a nuestros hijos de los desengaños que pautan la vida y nos hacen crecer. La adolescencia es una etapa en la que se compensa fácilmente el concepto de trauma con la experiencia de aprendizaje. A esa edad, equivocarse duele, pero no paraliza. Aprender estas estrategias le permitirá adquirir la suficiente tolerancia a la frustración como para aventurarse en objetivos difíciles que no tienen refuerzo inmediato.

"Esta consulta, Dr. Muiño, no es para mí, es para mi hijo mayor. Reconozco que es un chico brillante en los estudios. Tiene 17 años, está en 2º de bachillerato, y no me puedo quejar de sus notas. Quiere hacer unaingeniería. Tiene sus amigos, no muchos, pero son parecidos a él, muy buenos. Sale poco porque está muy centrado en los estudios, pero normalmente lo noto feliz. El problema es que en cuanto le falla un examen o tiene algún problema con amigos se viene abajo. Por ejemplo, en esta primera evaluación ha sacado de media un 8 en física. Le costó más de una semana superarlo, para él menos de un diez no es nada. Yo no paraba de decirle que era una buena nota, pero nada. Está bien mientras todo le sale bien. Pero me preocupa que sea tan exigente con las cosas que le pasan y que todo tenga que salirle perfecto. Se pone muy nervioso, no duerme, está de mal humor".

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