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"Últimamente lo hago todo mal, sé que estoy deprimida"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

Por
EC

"Últimamente lo hago todo mal, sé que estoy deprimida"

Una lectora no sale del hoyo y piensa que nadie la quiere. Su círculo negativo la tiene atrapada, pero su diagnóstico no es el de una depresión

Foto: Un chico melancólico. (iStock)
Un chico melancólico. (iStock)

"(…) Cuando intento explicar por qué estoy deprimida me es difícil explicar por qué estoy así. Tengo un negocio y dos hijos que no van mal. Pero eso solo lo siento cuando me paro a pensarlo. Normalmente me siento triste y muy desanimada sobre el futuro. Me siento asfixiada. Continuamente les pasan cosas a mis hijos, ahora son problemas físicos pero siempre pasa algo. Y en el trabajo me deprimo a menudo porque no tengo la sensación de que el negocio tenga estabilidad. Mi vida privada es complicada, mis relaciones con los hombres siempre acaban fracasando. Lo peor es que no siento que nadie me quiera realmente. Y basta leer el periódico para ver que todo el mundo se mueve por egoísmo. Además, de verdad que últimamente lo hago todo mal. En fin, que sé que estoy deprimida…”

Hola. Gracias por tu testimonio, porque creo que refleja cuestiones que nos afectan a muchas personas en el mundo actual. Te voy a hablar de algunas ideas aportadas por la Psicología que te pueden echar una mano con tus problemas. La primera está asociada a la excesiva tendencia que tenemos a utilizar la palabra depresión. En un artículo anterior ('La sociedad psiquiatrizada: por qué a todos nos pueden diagnosticar un trastorno') reseñé testimonios de expertos en salud mental que nos advierten del riesgo de etiquetar inmediatamente nuestros estados de ánimo.

Somos muchos los psicólogos que recordamos continuamente que sentirse melancólico no es sinónimo de depresión. El problema es que vivimos en una época de sobredosis de diagnósticos. En su libro 'La invención de los trastornos mentales: ¿escuchando al fármaco o al paciente?', los profesores de la Universidad de Oviedo Héctor González y Marino Pérez nos recuerdan que la mayoría de enfermedades psicológicas no son entidades naturales con una base biológica objetiva cuantificable. Pero en cuanto le ponemos ese tipo de etiqueta a nuestros altibajos emocionales actuamos como si tuviéramos una enfermedad, esperando que una pastilla nos cure.

Una narrativa que te haga retomar las riendas de tus emociones te ayudará a orientar tu pensamiento hacia el futuro

El diagnóstico, cuando lo realiza un especialista y se hace con precisión, ayuda a encontrar una solución al problema. Pero últimamente lo utilizamos con demasiada ligereza y eso nos resta sensación de control sobre nuestros estados de ánimo. Para revertir esa "inflación de etiquetas", los que trabajan en esto nos sugieren que busquemos explicaciones adaptativas a lo que nos ocurre. Tener una narrativa que te haga retomar las riendas de tus emociones te ayudará a orientar tu pensamiento hacia el futuro y hacia la búsqueda de soluciones. Por eso la terapia actual insiste tanto en cambiar la forma en que enfocamos nuestros problemas. En su libro 'La práctica de la psicoterapia. La construcción de narrativas terapéuticas' los psiquiatras Alberto Fernández Liria y Beatriz Rodríguez Vega analizan la importancia de nuestra voz interior, de la forma en que nos contamos lo que nos está sucediendo.

Como nos recuerdan estos autores, en la tristeza el riesgo es que el diálogo interno acabe encallando en torno a la pérdida y la auto-desvalorización continuas. Uno de los errores cognitivos que nos llevan a esas sensaciones es lo que el terapeuta Albert Ellis denominaba "Principio del Todo o Nada". Cuando estamos de bajón, nuestra mente tiende a catalogar los acontecimientos y las personas en términos absolutos. "Todo me sale fatal, soy un desastre" o "Ese hombre es un completo egoísta" son frases habituales. Y ese sesgo irracional acaba machacando nuestro estado de ánimo. Autodestruimos nuestra imagen usando el fatalismo. Y acabamos rompiendo todas las relaciones cuando descubrimos la obviedad de que nadie es perfecto.

Etapa sin estímulos

Ese es un ejemplo de los círculos viciosos que pueden convertir nuestra tristeza pasajera en un problema de más calado. Otro de esos sesgos limitantes, que ha sido estudiado por autores como Michael Mahoney, es la asociación entre culpabilidad y vida poco estimulante. Mahoney, uno de los pioneros de la integración en psicoterapia, encuentra en sus investigaciones que si una persona tiende a echarse la culpa de todo lo que ocurre y atraviesa una etapa vital carente de estímulos, corre más riesgo de hacer crónica su melancolía. Su pesimismo le llevará a pensar de forma negativa acerca de los que le rodean y a actuar dando por hecho que los va a perder. El fatalismo hacia los demás funcionará como profecía autocumplida y llevará a la persona a perder a las personas porque se aleja de ellas. Esta cadena relacionaría factores conductuales (vida poco estimulante), de personalidad (tendencia a la excesiva responsabilización), emocionales (tristeza), cognitivos (pesimismo) y de habilidades sociales (poco desempeño a la hora de conservar relaciones) en un círculo que puede ir agrandándose a medida que se repite.

El terapeuta Aaron Beck, profesor de la Universidad de Pensilvania, resumió estos pensamientos irracionales en su 'Triada cognitiva'. La tristeza nos lleva a pensar negativamente acerca de nosotros mismos, de lo que nos rodea y del futuro. Y esta triada de negatividad nos hace vulnerables porque puede acabar generando desesperanza. El riesgo, en el momento que atraviesas, es caer en la sensación de indefensión (la idea global de que nuestra vida escapa a nuestro control) de la que ya hablé en un artículo anterior.

Estos pensamientos cargados de culpa son los que pueden convertir un sentimiento efímero en una sensación enquistada

Para prevenirla, los expertos sugieren que intentemos ceñirnos a explicaciones objetivas. Los momentos de bajón no son crónicos (es irracional pensar que "Va a durar toda la vida"), no son globales (no es cierto que "Todo lo hago mal") y no están completamente bajo tu control (nunca es verdad que "Todo lo que me está sucediendo es culpa mía"). Lyn Abramson, profesora de la Universidad de Wisconsin-Madison, sostiene que estas atribuciones pesimistas, hipergeneralizadas y cargadas de culpa son las que pueden convertir un sentimiento efímero en una sensación enquistada que nos genera desesperanza. Si creemos que nuestra tristeza no se puede cambiar, afecta a toda nuestra vida y es responsabilidad nuestra, iniciaremos círculos viciosos mentales insanos.

El profesor Eric G. Wilson escribió hace unos años un libro provocadoramente titulado: 'Contra la felicidad. En defensa de la melancolía'. En su ensayo, este indómito escritor recordaba que "fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura". Nuestra vida se fragua también a golpe de melancolía. En la tremendamente lúcida película 'Inside Out', el personaje de Tristeza explica en una escena el valor de los bajones emocionales: "Llorar me tranquiliza porque me fija a la gravedad de los problemas de la vida".

Las lecciones de Tristeza

Pero en otra escena, Tristeza recuerda con sabiduría la importancia de entender la melancolía como un sentimiento efímero, sano cuando no se enquista. Su alter ego, Alegría, encara un problema proponiéndole, animosa: "Woo-Hnn! Tú serás mi mapa. Vamos, guíame, mapa mío. Muéstrame el camino". Y ella le responde con tranquilidad: “De acuerdo, puedo hacerlo… solo que ahora estoy demasiado triste para caminar. Dame unas pocas horas e iré contigo".

"(…) Cuando intento explicar por qué estoy deprimida me es difícil explicar por qué estoy así. Tengo un negocio y dos hijos que no van mal. Pero eso solo lo siento cuando me paro a pensarlo. Normalmente me siento triste y muy desanimada sobre el futuro. Me siento asfixiada. Continuamente les pasan cosas a mis hijos, ahora son problemas físicos pero siempre pasa algo. Y en el trabajo me deprimo a menudo porque no tengo la sensación de que el negocio tenga estabilidad. Mi vida privada es complicada, mis relaciones con los hombres siempre acaban fracasando. Lo peor es que no siento que nadie me quiera realmente. Y basta leer el periódico para ver que todo el mundo se mueve por egoísmo. Además, de verdad que últimamente lo hago todo mal. En fin, que sé que estoy deprimida…”

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