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"¿Qué puedo hacer para ser feliz y conseguir un buen trabajo y mucho dinero?"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"¿Qué puedo hacer para ser feliz y conseguir un buen trabajo y mucho dinero?"

Un lector está en un momento de cambio vital y no sabe hacia dónde dirigirse, pues el esfuerzo que había realizado hasta ahora en el terreno laboral no le está dando frutos

Foto: Está perdido. (iStock)
Está perdido. (iStock)

"Hola, Luis. Muchas gracias por publicar la respuesta a la carta de un padre afectado por la actitud de su hijo. Me siento muy identificado. Tras haber destacado con dieces en el colegio, con la mente puesta en esos eslóganes de "el trabajo tendrá recompensa" y "esfuérzate", pasé por la universidad, en concreto por Arquitectura, siguiendo con el mismo esfuerzo pero sin tanta recompensa. Fui a curso por año, pero mi carácter racional chocaba con la subjetividad de los profesores artísticos. De hecho, me fue demasiado bien en las asignaturas técnicas, aquellas que más se parecían a las matemáticas. Y además veía que la profesión se basaba en la figura tan cinematográfica del arquitecto elegante, bohemio, pijo y de grandes discursos (...)

Durante mi periodo en la universidad y en el extranjero, me di cuenta además de que el esfuerzo no es garantía de éxito, que el nombre de la universidad es lo más importante, y que había perdido el tiempo haciendo trabajos mientras que en otras carreras disfrutaban del tiempo durante el cuatrimestre. Después, mi vida profesional de tres años me ha mostrado además que todos los conceptos de social, buenas prácticas y compañerismo que se dicen en la universidad son falsos. Para más inri, la situación laboral actual me desanima aún más, ya que veo que los únicos sueldos buenos en España son en servicios financieros de inversión privada. Mi primer trabajo fue en una oficina con demasiado caché. El trabajo fue motivador hasta que me di cuenta que en la empresa no existía ni la carrera ni el desarrollo profesional, amén de cero mejoras salariales, y que del trabajo que realizaba no obtenía nada a cambio; me sentía una máquina.

Mi vida profesional me ha mostrado que todos los conceptos de buenas prácticas que se cuentan en la universidad son falsos

El día que me despidieron cavé una zanja en mi vida para poner punto final y realizar un giro profesional, sin saber muy bien hacia dónde ir. No tengo interés cierto en ningún campo profesional, no tengo esa llama viva que me mueva; durante mi etapa escolar, la llama era "la motivación del logro", y era la que me daba vida. Hoy en día, busco agarrarme a algo que encienda la llama, pero lo único que me motiva es tener un buen sueldo. A nivel personal, desde muy pequeño (5 años), me han apasionado las casas y siempre he tenido en mente tener mi "propia casa bonita", para la cual debía trabajar mucho en aras de tener un buen sueldo con el que adquirirla y/o diseñarla. Soy una persona pasional, muy malo en las relaciones frías (relaciones interpersonales por primera vez o con personas con las que no congenio) y cuyas virtudes son la racionalidad, las matemáticas y la lógica. Mi vida social es nula; cuento con pocos amigos, distribuidos por Europa y carezco de contacto físico con personas. Mi tiempo libre se basa en el gimnasio y estudiar o leer artículos como los tuyos en Internet. He centrado toda mi vida en la parte académica/laboral. Por todo ello, Luis, ¿qué puedo hacer para ser feliz y conseguir lo que quiero? Somos humanos y aprendemos de los errores, pero con 27 años estoy en el momento último para que me brinden oportunidades laborales fuera de la arquitectura; no quiero dejar escapar la oportunidad y desearía no errar y alcanzar aquello que visualizaba de pequeño: la felicidad en el trabajo. Quiero ser tan feliz que los éxitos económicos y los ascensos sean algo externo, pero que me faciliten esa bonita casa. Disculpa la longitud del texto. Gracias de antemano por tu tiempo".

Hola. En primer lugar, muchas gracias por contar tu historia trasmitiendo sensaciones y lúcidas reflexiones. Sé que muchos lectores se van a sentir también identificados con tu punto de vista porque hablas de sensaciones que afectan a una generación entera. Esa es la idea de este consultorio: construir conjuntamente –entre lectores y profesionales de la salud mental– un espacio de análisis de lo que está ocurriendo en este principio del siglo XXI. Voy a ofrecerte algunas ideas de terapeutas e investigadores que quizás te sirvan de catalizadores en la búsqueda de soluciones a tus problemas.

De momentos de crisis ya hemos hablado en algún artículo anterior. Te remito a él y te reitero la idea: en esos momentos damos pasos atrás en la vida para coger impulso y saltar después hacia adelante. Sin esos altibajos no revisaríamos formas de ver el mundo que nos están resultando perjudiciales. En tu caso, es posible que no resulte adaptativa la forma en que moldeas tus metas vitales.

Te planteo un experimento mental que enunció por primera vez Robert Nozick, filósofo y profesor de la Universidad de Harvard. Imagina una máquina que te pudiera proporcionar cualquier tipo de experiencia que desearas. En su interior, sentirías la misma alegría que si triunfaras en tus retos más difíciles, el mismo placer que si disfrutaras de la experiencia sexual más gratificante o el mismo estado mental que adquirirías después de haber tenido una idea brillante que revolucionará la arquitectura. Eso sí, todas estas sensaciones serían irreales: ninguna de esas situaciones estaría ocurriendo realmente. Pero no te importaría porque las experimentarías con la misma fuerza que si fueran ciertas y, además, una vez introducido en la máquina no te acordarías de haber entrado en ella y jamás podrías salir de allí...

En momentos de crisis damos pasos atrás en la vida para coger impulso y saltar después hacia adelante con más fuerza

La pregunta que Nozick proponía a sus lectores era: ¿aceptaría usted entrar? La inmensa mayoría de personas responden que no. La razón de esta negativa es que los seres humanos necesitamos sentir que transformamos realmente el mundo. No nos basta con sentirnos bien por dentro. Nuestros planes tienen que realizarse porque de lo contrario sentimos que nuestra felicidad es una impostura. Por eso te planteo si este puede ser uno de los motivos de tu crisis: constatar que tu mentalidad, basada en la racionalidad y la ética del esfuerzo, no está dando frutos. Vivimos en una época en que los libros de autoayuda 'comenubes' han difundido la idea de que "basta con sentirnos a gusto con nosotros mismos para ser felices". Estos libros han puesto de moda el "Si quieres, puedes" que lleva a fomentar metas estériles.

Foto: Un chico melancólico. (iStock) Opinión

Si te encaja esta hipótesis con lo que te está ocurriendo, tal vez te ayude echarle un vistazo a autores que intentan explicar por qué funcionamos con objetivos irreales. El psicólogo Geert Hofstede –autor de 'Software of the Mind'– habla, por ejemplo, de la dificultad de elaborar planes en una cultura individualista. Encontró en sus investigaciones que una de las grandes diferencias entre culturas colectivistas e individualistas es la forma en que diseñamos nuestros retos vitales. En las primeras, los objetivos son conjuntos: las personas adquieren un "software" mental desde pequeños en el que se incluye qué quieren ser de mayores. Los que nacen en culturas colectivistas acaban teniendo siempre metas realistas adaptadas al entorno. En las sociedades personalistas como la nuestra, sin embargo, cada uno tenemos que elegir nuestros propios objetivos vitales. Y eso no es tan sencillo, porque podemos albergar ilusiones que no son realizables. Autores como Hofstede auguran que la desilusión por objetivos utópicos será cada vez más habitual. Y parece que su pronóstico se corresponde con lo que está sucediendo con tu generación.

Los seres humanos necesitamos sentir que transformamos el mundo. No nos basta con sentirnos bien por dentro

En las sociedades individualistas es habitual que en vez de planificar metas, fabriquemos sueños. Podemos suponer, por ejemplo, que en nuestra profesión todo va a ser de un determinado modo porque nos gustaría que fuera así. Daniel Gilbert, profesor de la Universidad de Harvard, realizó un experimento para mostrar hasta qué punto calculamos mal la felicidad que nos van a producir nuestros sueños. Pidió a un grupo de voluntarios que enumeraran qué acontecimientos estaban esperando para ser felices. Tiempo después, los investigadores les pidieron que puntuaran la felicidad obtenida una vez conseguidos sus objetivos. Los resultados de la investigación fueron contundentes: el grado de satisfacción era menor que el esperado en más del noventa y cinco por ciento de los ítems.

La razón de esta frustrante diferencia entre lo que esperamos y lo que conseguimos es, según Gilbert, nuestra deficiente búsqueda de información. Cuando establecemos una meta, solemos imaginar lo que este objetivo nos reportaría en vez de consultarlo con personas que lo han logrado. Quizás revisar esta táctica podría ser parte de los cambios que vas a introducir tras esta crisis. Si es así, recuerda el consejo de Gilbert: la única forma de ahorrarnos decepciones es preguntar a los que han experimentado lo que nosotros anhelamos.

En las sociedades personalistas como la nuestra cada uno tenemos que elegir nuestros propios objetivos vitales. Y no es sencillo

Un último apunte: muchos terapeutas nos advierten que los planes irreales son especialmente peligrosos para los que estáis guiados por la motivación de logro. Ya he hablado de este impulso vital en otro artículo. Allí recordaba que es una buena gasolina para la vida, pero puede acabar llevando a poner "todos los huevos en el mismo cesto". Vivimos en una sociedad que nos vende la idea que de que el esfuerzo te va a llevar a logros seguros que te harán definitivamente feliz. Pero hay muchos psicólogos que sospechamos que la felicidad no depende de los grandes hitos. Nos enseñan a vivir con la idea de que solo estaremos plenamente satisfechos cuando alcancemos cimas vitales: "si yo fuera rico", "cuando acabe la carrera…", "cuando vivamos juntos ya verás como…". Sin embargo, esto no es consistente con lo que sabemos del ser humano: la felicidad no depende de los grandes momentos. Ed Diener, psicólogo de la Universidad de Illinois, dedujo a partir de sus investigaciones que la felicidad correlaciona con la cantidad de experiencias positivas, pero no con su intensidad. Según este investigador, lo fundamental para sentirse bien es experimentar frecuentemente y de forma prolongada estados de ánimo.

Hace más de dos mil años que Lucio Anneo Séneca enunció aquello de "no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto va". Pero la frase cobra más actualidad que nunca: en una sociedad de sobreestimulación, en la que miles de incentivos nos abren diariamente la puerta a infinitos mundos, es difícil recordar que llevar el timón es lo más importante. Quizás revisar tu forma de elegir tus metas pueda ayudarte. Hay una alternativa a los planes irreales. Incluye tácticas que te he esbozado: ver el mundo cómo "es", no cómo "debería ser"; entrenarse mentalmente para los inconvenientes; dividir los objetivos en pequeños pasos… En fin, dale una vuelta a este tema. Espero que alguna de estas ideas te ayude.

"Hola, Luis. Muchas gracias por publicar la respuesta a la carta de un padre afectado por la actitud de su hijo. Me siento muy identificado. Tras haber destacado con dieces en el colegio, con la mente puesta en esos eslóganes de "el trabajo tendrá recompensa" y "esfuérzate", pasé por la universidad, en concreto por Arquitectura, siguiendo con el mismo esfuerzo pero sin tanta recompensa. Fui a curso por año, pero mi carácter racional chocaba con la subjetividad de los profesores artísticos. De hecho, me fue demasiado bien en las asignaturas técnicas, aquellas que más se parecían a las matemáticas. Y además veía que la profesión se basaba en la figura tan cinematográfica del arquitecto elegante, bohemio, pijo y de grandes discursos (...)

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