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Albert Schweitzer, un hombre de verdad en el genocidio más sangrante de la historia
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

Albert Schweitzer, un hombre de verdad en el genocidio más sangrante de la historia

Según vamos adquiriendo conocimiento, no se comprende mejor la vida si no que se torna más misteriosa. A. Schweitzer Cuando

Foto: Albert Schweitzer, un hombre de verdad  en el genocidio más sangrante de la historia
Albert Schweitzer, un hombre de verdad en el genocidio más sangrante de la historia

Según vamos adquiriendo conocimiento, no se comprende mejor la vida si no que se torna más misteriosa. A. Schweitzer

Cuando el siglo XX asomaba para la humanidad y la senda del progreso parecía tomar rumbo con viento favorable, en el antiguo Congo Belga se estaba desarrollando “una merienda de blancos”.

La desmesurada ambición de un rey enloquecido, revestido de una moral cóncava por lo magro de sus miras para con otros seres humanos, alimentaba una despiadada administración colonial. Cualquier desatino, por baladí que este fuera, desviación sobre los dictados del Gran Amo o infracción del orden que la metrópoli exportaba era, cuando mínimo, castigada con una contundente y –con suerte–rápida amputación de algún miembro al desgraciado que osara cuestionar el poder omnímodo de capataces sin escrúpulos y mercaderes ávidos de beneficios.

A todo esto, los atónitos lugareños no daban crédito al trasiego de una avalancha de aventureros que les obligaban a firmar contratos de toda índole para, sabedores de la ignorancia de los perplejos locales en temas de leyes, saquearlos impunemente. Las trompetas del Apocalipsis tocaban arrebato.

Las estimaciones menos pesimistas cifran la pérdida de vidas humanas al menos en el 50% de la población en veinte años. Esto es, más o menos unos ocho millones de habitantes. Uno de los genocidios más sangrantes de la historia, por delante de otros con mayor difusión. El impulsor y mayor beneficiario de este colosal despropósito murió en la cama en 1909. Un silencio ignominioso y una noche no esperada clausuraron el país al exterior mientras un corazón en las tinieblas, latía sin descanso. 

La lucha por reivindicar la negritud no ha sido un camino fácil y todavía hoy no ha concluido. El precio pagado a la historia por el continente africano a sus codiciosos pretendientes ha sido escandaloso y sus venas siguen abiertas.

Mas algo después de que el abominable rey belga fuera advertido de que lo impropio de su voraz conducta no era de recibo –el escándalo comenzaba a oler mal–, la Sociedad de Naciones abriera los ojos a tan atroz carnicería y los norteamericanos amenazaran a este sujeto con algún correctivo de orden mayor, un hombre salía a pasos agigantados de su cómoda y placentera vida para compartir la desolación y dar aliento y esperanza a aquellos que, ya fuera por una accidental lotería geográfica o por los aleatorios criterios de selección del destino, no tenían buenas cartas en este lugar donde la fortuna reparte tan caprichosamente. Esto ocurría cuatro años después de la desaparición del que fue gran ogro feroz y uno de los grandes verdugos de la humanidad, Leopoldo II.

En 1913 hollaría por primera vez África

En el libro escrito por James Christian, filósofo y ensayista, An introduction to the art of wondering (una aproximación al arte de preguntarse), se cita al doctor Albert Schweitzer (nacido en enero de 1875) médico, filósofo y músico franco-alemán de origen alsaciano, ganador del premio Nobel de la Paz en 1952 como uno de los grandes paradigmas de la grandeza humana. Constructor e intérprete de órgano, dotó a Bach de una dimensión religiosa casi rayana en lo místico.Las estimaciones menos pesimistas cifran la pérdida de vidas humanas en el Congo Belga al menos en el 50% de la población

El paulatino abandono de las raíces éticas en occidente y su cultivada atención a Tolstoi y Francisco de Asís le empujaron a una gradual toma de conciencia a favor de los que eran arrojados a un destino implacable. Su entrega en la famosa leprosería de Lambaréné –actual Gabon– y su prolijo activismo a favor de una búsqueda de lo elevado y trascendente, quedaran enmarcados en el monumento a los inmortales –si es que algún día se llega a construir–.

Schweitzer no era un mortal común. Sus inquietudes teológicas y su compromiso con los más desfavorecidos harían de él un ser excepcional. Conjugaría siempre su alto concepto del “todo” o de lo absoluto con la búsqueda activa a través de diferentes disciplinas que integraban las prácticas y compromisos del Zen y Yoga en armonía con la contemplación, como ejes de su acción y también de la “no acción”.

Este gran filósofo decía con frecuencia que nunca se debía de sacrificar un ser humano a un objetivo. Lo que no sabía es que estaba rodeado de sordos. Estimando los franceses en un alarde de delirio político, mientras transcurría la Primera Guerra Mundial, que este hombre, médico en una leprosería del Congo profundo y entregado a las causas perdidas­, podría causarles alguna suerte de contraataque en retaguardia por sus orígenes alemanes, decidieron ponerlo bajo arresto domiciliario “por si acaso”. No contentos con eso, lo deportaron a la Francia continental con carácter cautelar por si se le ocurriera darse a la fuga, cosa que debería de haber hecho pero de Francia.

Exilio y reconocimiento

El ignominioso traslado a la metrópoli de Schweitzer pone en evidencia, no solo el tercer enunciado de la Revolución Francesa en lo que a fraternidad se refiere –como ideal universal–, sino que además quedara reflejado en los anales de la posteridad como el triunfo de lo prolongada que es la sombra de la estulticia humana. ‘Mon Dieu!’.El doctor se dedicó a dar centenares de conciertos que le granjearon la posibilidad de obtener donativos

Eso sí, durante su forzado exilio el doctor se dedicó a dar centenares de conciertos con el amado órgano del maestro Widor –su mentor artístico– que le granjearon la posibilidad de obtener donativos con los que continuar el mantenimiento de su amada leprosería de Lambaréné. Finalmente y pese al inicial despiste, en 1948, los franceses en un acto que les honra, le agasajaron con el más alto galardón que la república otorga a aquellos que destacan por hechos infrecuentes. La legión de honor. Ahí es nada.

De a poco, se le fue yendo la vida a este hombre de singular mirada. En 1965 y con la vista y la mirada algo cansada decidió poner tierra de por medio. En 1995 Courson y Akendengue fusionaron su sabiduría musical para editar el álbum Lambarena. Bach to África­, una buena mezcla de Bach y música étnica del Gabon como un homenaje a Schweitzer. Altamente recomendable.

Según vamos adquiriendo conocimiento, no se comprende mejor la vida si no que se torna más misteriosa. A. Schweitzer