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El gran problema que Juana de Austria solucionó a Felipe II
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

El gran problema que Juana de Austria solucionó a Felipe II

La brillante e inteligente hermana de Felipe II (rey de España, Inglaterra, y de una larga e innumerable lista de posesiones por aquí y por allá)

Foto: Felipe II.
Felipe II.

La brillante e inteligente hermana de Felipe II (rey de España, Inglaterra, y de una larga e innumerable lista de posesiones por aquí y por allá) cuyo nombre era Juana de Austria, después de una concienzuda y exhaustiva investigación efectuada durante el periodo de regencia entre su padre y su hermano se dio cuenta, tras un año largo, de que el imperio estaba en quiebra.

Con agudeza sin par y la determinación que le caracterizaba, le sugirió a su egregio hermano que cortara por lo sano con aquel tormento que tenia colapsada a la hacienda publica, tal que era el pago de una suma astronómica entre principal e intereses a los banqueros y prestamistas que durante el reinado de su padre, Carlos I, habían parcheado las voraces exigencias de liquidez de un imperio que no acababa de llegar a su punto de inflexión en su dinámica expansionista. Dicho y hecho. Una pionera suspensión de pagos permitió al emperador salir de apuros durante un tiempo lo suficientemente prudencial como para poner orden en el patio domestico.

¿De donde provenía este dislate? ¿Que había alimentado este terrible default?.

Cuarenta años antes un joven Carlos I de España que tenia como contrincante y aspirante a un Francisco I de Francia con una ambición tan desmedida como la de su joven opositor competían por un cargo que tenia mas de electo que hereditario, en el que los apaños políticos prevalecían sobre los derechos sucesorios. En Aquisgrán, el 20 de octubre de 1520 y en medio de “una dura campaña electoral“ se produjo el que probablemente pudiera haber sido el mayor soborno de la historia.

La hacienda castellana no vería ni un ducado durante cien años

Después de esquilmar las arcas castellanas y en menor medida las aragonesas, se pudo “doblegar” finalmente la voluntad de los príncipes que de manera profusa poblaban el Sacro Imperio Romano Germánico y cuyo voto “de confianza” habría de ser determinante para la candidatura de Carlos V. Una generosa faltriquera que no cesaba de repartir esplendidas donaciones quebró finalmente la “resistencia” de aquellos perillanes. Banqueros genoveses, florentinos, castellanos y alemanes, diseñaron un préstamo sindicado con escandalosos intereses (en torno a un 30%) y unas garantías apabullantes para poder afrontar el ablandamiento de aquellas dúctiles voluntades. Este era el lado oscuro del que según algunos historiadores como Hugh Thomas fue el mejor estadista de su época.

Mucho de los éxitos militares del emperador vinieron gravados por terribles urticarias financieras. Algunos empréstitos se acumulaban como un efecto dominó convirtiendo los cuarenta años de reinado de Carlos I en una pesadilla a costa del pago de una deuda externa que se convertiría en patología crónica.

Para paliar esta monumental deuda y no perder la confianza de los acreedores, Felipe II optó por enajenar las joyas de la Corona. Todos los maestrazgos (grandes extensiones rurales propiedad de las órdenes militares) fueron otorgados como concesiones de explotación exclusiva a la banca alemana Fugger. La hacienda castellana durante cerca de cien años no vería ni un ducado. Quiso la fatalidad que fuera España por su peso económico la más lastrada de las posesiones del despilfarrador emperador. En el paroxismo dilapidador se llegó a arrendar por el método de subasta la recaudación de las rentas que ingresaba la Corona. Es más, se emitieron los “juros”, una especie de bonos del tesoro que permitían al beneficiario o comprador de los mismos cobrar unos intereses que rondaban el 10%. En el colmo de aquella ilustre y egregia enajenación, allá por el año del señor de 1528 se procedería a segregar en formato de arriendo el territorio de Venezuela a los también banqueros alemanes, la saga Welser.

Las improductivas guerras de religión, eran mas que lacerantes; sangrías sin sentido que no conducían mas que a un desastre de fácil pronóstico

Dentro de aquel circo de cambiantes ciclos económicos, el oro y la plata de Perú acudirían en socorro del maltrecho emperador. Al terminar la conquista, la colonización strictu sensu permitiría pasar de la apropiación-expropiación del oro y otros metales preciosos a los indígenas a una fase de producción en las minas de Potosí, Zacatecas, Guanajato y las cuencas de los ríos colombianos Magdalena y Cauca, etc. El decenio comprendido entre 1532 y 1542 aportaría ingentes cantidades que aliviarían las estrecheces de las arcas publicas y consolidarían la sólida implantación de la dinastía Habsburgo. Más en vez de retornar a los castigados súbditos en forma de inversiones productivas que aportaran algo de alegría a la expoliada población, este incatalogable emperador que basculaba entre éxitos militares y quiebras económicas, invertía todo su ímpetu creativo en nuevas hazañas bélicas.

Las improductivas guerras de religión eran mas que lacerantes; sangrías sin sentido que no conducían más que a un desastre de fácil pronóstico. El empecinamiento de aquella testa coronada en sostener posiciones insostenibles –véase Flandes–, que con una buena autonomía y una discreta presencia militar habría bastado para exorcizar aquel Vietnam español del siglo XVI solo podía desembocar en una quiebra sin precedentes, como en efecto así ocurriría.

Una deuda inasumible

Al amparo de las guerras luteranas, crecía proporcionalmente la insolvencia del emperador. De esta guisa, y por los reiterados impagos ante los correspondientes vencimientos, los intereses llegaron a tornarse inasumibles. La suspensión de pagos del año 1557 fue una “debacle” de difícil digestión para los banqueros de la época. Francia y Portugal, también con crecientes dificultades financieras seguirían los pasos de España, con la diferencia de que no buscarían fórmulas de retorno a sus acreedores, a diferencia de Felipe II que sí implementó medidas alternativas para no perder de vista a sus indispensables banqueros .

Castilla y Extremadura fueron las principales perjudicadas por esta política de vaciamiento de las arcas públicas

Se suele decir que subestimar el azar convierte a las crisis en impredecibles. Carlos I de España tenía un buen mazo de cartas pero una incapacidad innata para manejarlas con solvencia. Pudo sentar las bases de una hegemonía largoplacista y duradera, pero su legado fue un galimatías contable. Su herencia política podría haber cumplimentado todos los requisitos de un infernal paisaje del Bosco. Su hijo Felipe II se tendría que enfrentar con los elementos en una ardua tarea de recuperación de la imagen internacional, no solo en el aspecto financiero, sino en múltiples frentes militares para mantener en posición vertical a aquel coloso que fuimos.

La codicia de Carlos I de España impulsó indirectamente una masiva emigración a las Indias, mas allá del “efecto llamada” que provocaron las leyendas de riquezas sin cuento en ilocalizables paraísos terrenales como el ubicuo El Dorado. Se calcula que durante su longevo reinado se llegarían a asentar en las urbes del Nuevo Mundo, gracias a concesiones de explotación varias, encomiendas y otras zarandajas, cerca de 300.000 súbditos empujados por la extrema necesidad provocada por su desmedida ambición por diseñar una cartografía que abarcara todo el globo terráqueo. Castilla y Extremadura fueron las principales “beneficiarias” de esta política de vaciamiento de las arcas “publicas” y sus hijos tuvieron que mirar hacia el nuevo oeste como única medida de salvación.

Es mas que probable que los actuales gestores políticos que pueblan el panorama nacional no sean otra cosa que delegados de intereses ajenos que poco o nada tienen que ver con las aspiraciones de sus administrados. Con poco rigor moral y escasa propiedad intelectual pueden hablar de España aquellos que empujan a sus ciudadanos a buscarse el sustento a años luz del solar patrio. Lo que sí es altamente  probable es que tengan unos incuestionables lazos de parentesco con aquel sobredimensionado emperador que dejó a los reinos hispánicos con una silueta mas parecida a una obra de Modigliani o Giacometti. Saturno devora a sus hijos.

La brillante e inteligente hermana de Felipe II (rey de España, Inglaterra, y de una larga e innumerable lista de posesiones por aquí y por allá) cuyo nombre era Juana de Austria, después de una concienzuda y exhaustiva investigación efectuada durante el periodo de regencia entre su padre y su hermano se dio cuenta, tras un año largo, de que el imperio estaba en quiebra.