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La despedida más tierna: la carta que Hemingway escribió al sacrificar a su gato
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Héctor G. Barnés

Empecemos por los principios

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Héctor G. Barnés

La despedida más tierna: la carta que Hemingway escribió al sacrificar a su gato

El nombre del escritor estadounidense Ernest Hemingway suele estar asociado a la masculinidad, pero sentía una gran compasión por los gatos

Foto: Ernest Hemingway con sus hijos Patrick y Gregory, en Finca Vigia, Cuba. (Ernest Hemingway Photograph Collection)
Ernest Hemingway con sus hijos Patrick y Gregory, en Finca Vigia, Cuba. (Ernest Hemingway Photograph Collection)

El nombre del escritor estadounidense Ernest Hemingway suele estar asociado a la de cierto tiempo de masculinidad dura y viral, para la que exteriorizar los sentimientos parece un tabú. Esa idea del escritor como hombre de acción que defendió el autor de Adiós a las armas (1929) durante su existencia lo llevó a disfrutar de la caza y las corridas de toros, del alcohol, los viajes y las mujeres. Una filosofía vital que se sintetiza es una de sus sentencias más célebres, “el hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, aparecida en El viejo y el mar (1954).

Pero, como suele ocurrir con mucha frecuencia, debajo de la coraza existía un corazón tierno, capaz de compadecerse del sufrimiento de los más débiles. Tan sólo fue con el paso de los años cuando Hemingway comenzó a dibujar para sí mismo esa imagen de hombre duro, hedonista y superviviente. El escritor era un auténtico amante de los gatos, como demuestra Hemingway’s Cats: An Illustrated Biography (Pineapple Press), y llegó a tener decenas de ellos.

No podía permitir que hubiese la más mínima oportunidad de que Will pensase que otra persona lo iba a matar

No hay más que revisar la correspondencia privada del autor, puesta a disposición del público durante los últimos años, para comprobar que Hemingway sentía debilidad por los animales de compañía. En una misiva enviada a Gianfranco Ivancich, el natural de Illinois explicaba lo duro que había sido para él sacrificar a su gato, Uncle Willie, después de haber sido atropellado por un coche.

La triste muerte de Willie

Mary vino a mí y me dijo ‘algo terrible le ha ocurrido a Willie’”, explicaba el escritor. “Salí fuera y me encontré a Willie con las dos piernas rotas, una a la altura de la cadera, la otra debajo de la rodilla”. Hemingway explica cómo el animal debió haber sido atropellado por un coche y, aun así, consiguió volver a su hogar una última vez arrastrándose con sus dos patas delanteras.

El Premio Nobel era consciente de que, por mucho que el gato ronroneaba y “parecía estar seguro de que yo podría salvarlo”, no le quedaba mucho tiempo de vida. Y, si no hacía nada al respecto, pronto comenzaría a sufrir debido a la gravedad de las heridas. “Era una fractura múltiple con una gran suciedad en la herida y fragmentos sobresaliendo de ella”, explica el autor en la misiva, que tomó rápidamente una decisión.

He tenido que disparar a gente, pero a nadie a quien haya amado durante once años

Hemingway pidió a René Villarreal, el mayordomo de su casa cubana, que prepararse un tazón de leche para Willie mientras él buscaba su escopeta. Una solución en apariencia radical, pero el escritor era consciente de que el ronroneo, tan habitual entre los gatos seriamente heridos o al borde de la muerte, era una señal de que poco se podía hacer por el animal.

Fue el propio autor quien decidió empuñar el arma y disparar al gato en la cabeza porque, como manifestaba en la carta, “no podía delegar esa responsabilidad o permitir que hubiese la más mínima oportunidad de que Will pensase que otra persona lo iba a matar”. El cazador se consolaba pensando que todo fue tan rápido que su animal, que lo había acompañado durante más de una década, no sufrió, ya que “sus nervios habían sido destrozados por lo que sus piernas no le debían dolar”.

La misiva concluía con una sentida afirmación, en la que recordaba que “he tenido que disparar a gente, pero a nadie a quien haya amado durante once años”. Mucho menos, señalaba el autor de Tener y no tener, “a alguien que ronronease mientras tenía las piernas rotas”. Una tierna despedida de su amigo que nos recuerda, una vez más, que los animales enternecen el corazón más duro y que resulta aún más significativa cuando recordamos que Hemingway se suicidó disparándose en la cabeza.

El nombre del escritor estadounidense Ernest Hemingway suele estar asociado a la de cierto tiempo de masculinidad dura y viral, para la que exteriorizar los sentimientos parece un tabú. Esa idea del escritor como hombre de acción que defendió el autor de Adiós a las armas (1929) durante su existencia lo llevó a disfrutar de la caza y las corridas de toros, del alcohol, los viajes y las mujeres. Una filosofía vital que se sintetiza es una de sus sentencias más célebres, “el hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, aparecida en El viejo y el mar (1954).

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