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Cuando tener dinero te convierte en pobre o la trampa del miedo infinito
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Héctor G. Barnés

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Cuando tener dinero te convierte en pobre o la trampa del miedo infinito

Para muchos españoles, todo el dinero del mundo nunca es suficiente colchón si las cosas salen mal. La inestabilidad laboral nos ha metido el miedo en el cuerpo

Foto: Un ejército de millones. (iStock)
Un ejército de millones. (iStock)

Fulanito (el mejor nombre figurado de todos los tiempos) no encontraba más que curros mal pagados en la España de la crisis, así que cogió una maleta y se plantó en Inglaterra. Lo consideró una inversión de ese dinero que, poco a poco, había conseguido ahorrar en los últimos años. Si le salía bien, merecería la pena. Y si no, bueno, lo había intentado. ¿No es eso lo que los ilustrados de las charlas Ted nos dicen continuamente, que debemos fracasar una y otra vez? Fulanito, sin duda alguna, lo hizo. En Reino Unido (que no Londres; se salía de presupuesto) se encontró con otra serie de currillos mal pagados, solo que esta vez, en libras.

Saldo final, un año “aprendiendo inglés” –es decir, hablando español con otros emigrantes como él y chapurreando algo del idioma con los compañeros, la mayoría indios y franceses–, los ahorros volatilizados en forma de cuartucho compartido y retorno final a España habiendo aprendido alguna que otra 'skill' blanda. Básicamente, lavar platos. Elipsis a tres o cuatro años después, tras otro ciclo de trabajos más o menos bien pagados y paro que se comía todo lo que ingresaba. Un círculo que arrojó un saldo ni positivo ni negativo. Con una salvedad. Los años pasaban, y Fulanito no estaba ni mejor formado, ni tenía experiencia “de lo suyo”, ni había podido invertir en esas cosas en que tradicionalmente han invertido los españoles cuando consiguen un ingreso fijo (léase vivienda).

Gastar dinero en un psicólogo, unas vacaciones o un electrodoméstico es una inversión en uno mismo que muchas personas no se pueden permitir

En el penúltimo capítulo de la vida de Fulanito, este se gastó de nuevo gran parte de sus ahorros en probar suerte en otro país –esta vez, Alemania–, pero con una gran diferencia: esta vez sí era de lo suyo, y podía suponer un paso adelante (o, mejor dicho, un primer paso) en una carrera que a sus 35 años parecía encallada. En las últimas noticias de Fulanito, ha vuelto a España después de un año trabajando en un estudio, esta vez sí, con una experiencia bajo el brazo que probablemente le sea de gran ayuda en el futuro cercano. Lo cual no quita para que fuese una inversión de riesgo que, si salía mal, podría provocar que volviese a la casilla de salida de nuevo, un par de años más viejo, tan precario como a los 25.

Estos ciclos de encontrar trabajo, ahorrar algo de dinero, perder el trabajo y con él, gastar lo conseguido en mera subsistencia y volver al principio del proceso son mucho más comunes de lo que parecen, como he podido comprobar en mi entorno inmediato. Al principio era propio de los trabajos creativos; luego llegaron a otros sectores. Se dice que uno de los problemas de los hogares españoles es la dificultad para el ahorro, y sin negar que eso sea así, hay casos donde el problema no es tanto la capacidad para conservar algo de dinero como en qué se marcha lo que se ha ganado duramente. Es una de esas cosas que suelen saber los ricos: el gasto personal es también inversión. Gastar dinero en un psicólogo, unas vacaciones o un electrodoméstico, lujos cotidianos para algunos, es una inversión en uno mismo, en su propia salud y bienestar.

placeholder Con todo lo que ahorre, podrá permitirse pasar tres meses sin currar de 'rider'. (iStock)
Con todo lo que ahorre, podrá permitirse pasar tres meses sin currar de 'rider'. (iStock)

El factor agravante en este caso es que en España, la tasa de temporalidad lleva tiempo rondando el 25%, la más alta de la Unión Europa, a la que hay que añadir el 'boom' de los falsos indefinidos, que ha servido para maquillar dichos datos. No hablemos de los autónomos. El problema de estos ciclos de trabajo y paro, de esa inestabilidad que tan bien vista parece estar desde los discursos oficiales, es que se devoran mutuamente, empujando a muchos de ellos, incluso a los que cobran bien y tienen cierta formación, a caer en una nueva trampa de la pobreza en la que, por cada dos pasos hacia delante, se da uno hacia atrás.

No es tenerlo, es gastarlo

Malo es no tener dinero, pero peor aún es tenerlo y gastarlo mal porque no te queda otra o no gastarlo por miedo. En una dolorosa columna, el psicólogo y escritor Devon Price explicaba esta semana cómo la ansiedad que le supone gastar dinero había arruinado su vida. Price ha trabajado desde los 13, nunca ha estado en paro y gracias a ello y a un control escrupuloso de sus ingresos ha logrado ahorrar bastante. El problema, revela, es que lo ha conseguido negándose muchas cosas, lo que ha provocado que su vida sea “más pequeña, más enferma, más triste”. Debido a su mentalidad de ahorrador, había perdido oportunidades profesionales, conexiones sociales y alegría.

La dura lección que hemos aprendido durante la crisis es que todos los ahorros del mundo son pocos en caso de que sobrevenga una contingencia

Salvando las distancias, me he sentido identificado con él. Si algo hemos aprendido durante la crisis es que no podemos dar nada por garantizado, lo que ha provocado que muchos, educación paterna mediante, vivamos obsesionados por la acumulación de dinero contante y sonante, donde todos los ahorros del mundo son pocos en caso de que sobrevenga cualquier contingencia. No hay nada como pasar mucho tiempo (años) en el paro para sospechar que en cualquier momento puede volver a ocurrir, así que la hormiga deja de ser hacendosa para convertirse en ahorradora compulsiva. A costa de pequeños placeres, inversiones en uno mismo y decisiones vitales de esas de las que uno se arrepiente en el lecho de muerte.

Lo explicaba hace poco y también se refleja en este caso. La gran diferencia entre la mentalidad del pobre y del rico, simplificando un poco, es que estos últimos saben que pueden gastarse su dinero sin grandes problemas, ya que o bien lo recuperarán pronto o saben que está bien invertido. Por realizar una reducción al absurdo bastante verosímil: si te quedas en paro y tienes 10.000 euros en la cuenta, puedes o bien permitirte pasar dos años en el paro buscando algo, lo que sea, mientras el dinero se va por el sumidero, o estudiar un máster en una universidad de élite donde no solo las clases sean buenas (o no), sino que harás esa clase de amigos que te abren las grandes puertas.

Foto: La sede central de Al Jazeera en Doha. (Reuters/Fadi Al-Assad) Opinión

Por el contrario, gastar dinero en comer y dormir, salvo que sea caviar rodeado de la élite del Ibex 35 o en el hotel donde se celebra algún congreso de grandes empresas tecnológicas, suele ser poco rentable. Muchas veces, la sabia enseñanza de trabaja-y-ahorra-para-los-malos-tiempos suele conducir a callejones laborales sin salida, círculos viciosos donde todos los pasos adelante solamente te devuelven a la casilla de salida. Quizá un buen consejo sea recordar que no ahorrar cuando uno puede permitírselo es irracional, pero que quizá también lo sea vivir con ese miedo perpetuo que la crisis nos ha metido en el cuerpo. A que el sol no salga por el este, a que todo se derrumbe en un momento. Nos merecemos más.

Fulanito (el mejor nombre figurado de todos los tiempos) no encontraba más que curros mal pagados en la España de la crisis, así que cogió una maleta y se plantó en Inglaterra. Lo consideró una inversión de ese dinero que, poco a poco, había conseguido ahorrar en los últimos años. Si le salía bien, merecería la pena. Y si no, bueno, lo había intentado. ¿No es eso lo que los ilustrados de las charlas Ted nos dicen continuamente, que debemos fracasar una y otra vez? Fulanito, sin duda alguna, lo hizo. En Reino Unido (que no Londres; se salía de presupuesto) se encontró con otra serie de currillos mal pagados, solo que esta vez, en libras.

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