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Las series son el nuevo fútbol: mitos falsos para la generación que necesita creer en algo
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Héctor G. Barnés

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Las series son el nuevo fútbol: mitos falsos para la generación que necesita creer en algo

Resulta llamativo que ahora que somos todos desmitificadores y unos descreídos necesitemos erigir nuevos iconos mitológicos. ¿Qué muestra del momento histórico que vivimos?

Foto: 'Cómo no te voy a querer si salvaste Invernalia por décima vez'. (Slavek Ruta/ZUMA Wire)
'Cómo no te voy a querer si salvaste Invernalia por décima vez'. (Slavek Ruta/ZUMA Wire)

Un cuento popular ecuatoriano cuenta la historia del rey Benjui, al que solo había una cosa que le gustase más que las mujeres, y eran los cuentos. El peaje para que la vasalla de turno aspirase al trono era una buena historia. Eso tenía un problema, que es que cada una de ellas caducaba en cuanto le contaban la historia que conocían, así que el rey las hacía prisioneras en sus mazmorras. Tras años de cuentos y cuentos y miles de mujeres encadenadas llegó su Scheherezade, una astuta campesina que alargó el cuento de marras hasta el infinito bajo la excusa de que al monarca no iba a gustarle el final. El rey aceptó. Mientras se inventaba tramas secundarias y personajes ridículos fue liberando una a una a todas las mujeres que este había hecho preso, y solo entonces, concluyó su narración.

Al rey Benjui le pasa un poco como a los espectadores de 'Juego de tronos', que prefieren (preferimos) que la ya de por sí larga serie de la HBO no concluya jamás a cualquier peliculita que, como al monarca, solo le da para una noche; frente a la posibilidad de un final que no colme las expectativas, una narración eterna que deje abiertas para siempre las posibilidades que uno ha pergeñado en su mente. Está de acuerdo el propio Stephen King, que de esto sabe un poco. En definitiva, que los creadores, proporcionando una conclusión unívoca, no les arrebaten de las manos toneladas de teorías, elucubraciones, sueños y, sobre todo, identificaciones identitarias con sus personajes, en esa siempre ardua negociación entre el autor que escribe y el receptor que lee, y en cuyo ojo está la belleza, pero también la fealdad, la obsesión, el prejuicio.

En un momento de desencanto muchos anhelan el retorno de grandes relatos, ya sea en forma de personajes carismáticos o de propuestas políticas

No hay otro fenómeno cultural contemporáneo como la serie basada en la saga de George R.R. Martin 'Canción de fuego y hielo' y por ello, es particularmente reveladora del momento histórico en que nos encontramos. Es llamativo que un contexto en el que se pensaba que, gracias a internet y su fragmentación del público en nichos, nos encontrábamos ante el final de los fenómenos de masas, haya ocurrido casi lo opuesto: que un producto que nació como algo minoritario —una serie de fantasía épica que no estaba destinada a traspasar las puertas de las tiendas de cómics— haya terminado convirtiéndose en el monotema de las últimas semanas, que ríete tú de una hipotética final de Champions Madrid-Barcelona.

La clave no se encuentra tanto en que le guste a la gente como en por qué le gusta, algo contradictorio con el espíritu de la serie. Su carácter de serial, entre una 'Santa Bárbara' con más degollamientos y una liga de fútbol con giros de guion cada tres jornadas, ha terminado generando adhesiones emocionales entre lo político y lo identitario. Que las intrigas de palacio, el gobierno del reino y las traiciones y pactos secretos articulasen las primeras temporadas era tan potente simbólicamente que pocos se sustrajeron a arrimar la sardina a su ascua. Ahí están las camisetas de "no soy una princesa, soy una Khaleesi" que portaron Cristina Cifuentes o Pablo Iglesias, ahí está el regalo envenenado en forma de pack de DVD que este último le entregó al rey Felipe II.

Iglesias afirmaba de forma un tanto naif, visto con perspectiva, que se sentía reflejado en Daenerys porque era alguien "con la esperanza de que las cosas puedan cambiar". Cuatro años después, el líder de Unidas Podemos se preguntaba en Twitter con una carita triste "¿nadie tiene la sensación de que han matado la complejidad de los personajes y la trama?". Nunca ha sido tan populista como aquí. Ni está solo ni es el único que, tras haberse calzado la camiseta de un personaje de ficción, como el que se pone la de su futbolista preferido, se lleva las manos a la cabeza por ver cómo este cruza la línea que separa los "buenos" de los "malos" (en una ficción en la que nunca los hubo claramente).

Si llama la atención es porque a la Khaleesi, como la llaman sus fans, y a Podemos, les pasa un poco lo mismo: en un momento de desencanto (político y cultural) prometen un nuevo gran relato, un espejo en el que la generación de la crisis y el agotamiento del 'statu quo' podía reflejarse. De ahí que tuviese sentido que Podemos abrazase una estampita de Daenerys como liberadora y reina de las camisetas de chiringuito de playa. Los equipos de fútbol tradicionalmente generaron comunidades y afinidades establecidas alrededor de un mismo origen geográfico; en la era de la globalización, en la que un jugador de fútbol te puede pegar una puñalada en el corazón en cualquier momento, la identidad ya no se establece en relación a un lugar, sino a un relato de masas. Los mitos han vuelto cuando nadie lo esperaba. Lo extraño es que la izquierda iconoclasta los abrazase con tanta alegría.

Ni dios, ni patria, ni Khaleesis

Frente a los relatos que ofrecían el cine y la televisión durante las últimas décadas, esa posmodernidad irónica que entre muchos matices nos susurraba "no creas demasiado en lo que te estamos contando", muchos leyeron en 'Juego de tronos' y, en concreto, en su protagonista femenina, un viaje del héroe actualizado. Lo que no se dieron cuenta, quizá porque era más evidente en las novelas que en la serie televisiva, es que Martin es más cínico que idealista o, mejor aún, un tipo pragmático con bastante humor negro que humillaba a la princesita (Sansa), daba galones al bufón (Tyrion) o arrancaba la cabeza sin gloria a sus héroes. Desde luego, te enseñaba de sorpresa en sorpresa a no creer en (casi) nada. No era una mala opción, después de un siglo de peligrosos mesianismos, de carismas que solo conducían a callejones sin salida, de grandes relatos totalitaristas. El 'khaleesismo' apestaba un poco a unidad de destino en lo universal.

Necesitamos creer en algo que refuerce nuestra autoestima, de igual forma que ganar un título al rival de turno apuntalaba el orgullo de la tribu

Las enconadas reacciones pidiendo una revisión de la última temporada, más allá de la gran cantidad de defectos que arrastra la serie —y que pueden resumirse en una patente incoherencia entre las temporadas basadas en las novelas y las desarrolladas por Benioff y Weiss—, muestran nuestra necesidad en creer en algo, aunque sea el personaje de una serie televisiva. Algo que refuerce nuestra autoestima, de igual manera que alzarse con un título frente al rival de turno apuntalaba el orgullo de la tribu. Y hoy, en una era de zozobra e inseguridad, algo que nos halague políticamente, que nos recompense por ser como somos. La crítica vaga sobre el Hollywood clásico señalaba que este no ofrecía más que un escapismo simplón para los sinsabores de la vida cotidiana, pero la mayoría de esas películas ofrecían una complejidad moral infinitamente mayor que la comodidad ideológica de muchas narraciones contemporáneas.

Foto: Esto es lo que le pasará al próximo que abra la boca. (HBO) Opinión

La forma en la que desde el gran público hemos entendido 'Juego de tronos' —como una competición entre formas de ver el mundo que sintonizaba con opciones políticas modernas, como una parábola feminista basada en Daenerys, como el recuerdo de que todos llevamos un rey dentro— hizo que muchos pensasen que estaban viendo la 'Capitana Marvel', y no una perversa y sofisticada parábola política publicada por primera vez en 1996, cuando el final de la historia estaba reciente y la posibilidad del surgimiento de una monarquía carismática capaz de ofrecer una alternativa al capitalismo parecía risible e infantil. Si algo ha contado Martin en su saga es que todo hombre es prescindible, que los mitos son muletas que se pueden quebrar en cualquier momento y que quien confía en mesías, está condenado.

Un cuento popular ecuatoriano cuenta la historia del rey Benjui, al que solo había una cosa que le gustase más que las mujeres, y eran los cuentos. El peaje para que la vasalla de turno aspirase al trono era una buena historia. Eso tenía un problema, que es que cada una de ellas caducaba en cuanto le contaban la historia que conocían, así que el rey las hacía prisioneras en sus mazmorras. Tras años de cuentos y cuentos y miles de mujeres encadenadas llegó su Scheherezade, una astuta campesina que alargó el cuento de marras hasta el infinito bajo la excusa de que al monarca no iba a gustarle el final. El rey aceptó. Mientras se inventaba tramas secundarias y personajes ridículos fue liberando una a una a todas las mujeres que este había hecho preso, y solo entonces, concluyó su narración.

Virales Cristina Cifuentes