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La enfermedad que no existe pero tú también sufrirás
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Héctor G. Barnés

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La enfermedad que no existe pero tú también sufrirás

El término "depresión moderna" se utiliza para nombrar a esas personas que, paralizadas y a la defensiva, comienzan a cerrarse en sí mismas ante las exigencias del mundo laboral

Foto: Oculto bajo una identidad que no es la tuya. (iStock)
Oculto bajo una identidad que no es la tuya. (iStock)

A Juan (nombre inventado: podría ser usted, podría ser yo, podría ser una amalgama de ambos) le encantaba su trabajo. Le gustaba muchísimo, y luego un poco menos, menos, menos, menos, hasta que una mañana fue incapaz de entender cómo había llegado a su puesto de trabajo. Así que se dejó llevar, se dejó llevar, hasta que terminó largándose. O despedido. O aún sigue ahí, un poco más mustio cada día como la planta que tiene al lado, sin que nadie se dé cuenta.

El deprimido "moderno" es uno de los estereotipos emergentes del paisanaje laboral contemporáneo, como el trepa, el enchufado o el paquete que termina asciendo nadie sabe por qué (o por quién). Y, como tal, los detalles cambian, pero la narración es la misma. El recién contratado llega fresquito a su puesto, dispuesto a comerse el mundo, y en algún momento sufre un 'catacrock' emocional que no se esperaba, una mezcla de decepción, resignación y confusión. La empresa le pide que tenga iniciativa, sus compañeros le intentan animar, pero él se ha sumergido en un letargo paralizante del que ya no va a salir hasta el día que se dé cuenta de que no puede ir a trabajar. Se ha rendido.

La depresión es vista como un desorden de ajuste, en el que el individuo ha sido incapaz de adaptarse a las demandas de la realidad laboral

Esta víctima del rodillo laboral ha sido bautizada por el profesor de la Universidad de Kyushu Takahiro Kato como "depresión del tipo moderno" ('modern-type depression'), que aunque no tiene reconocimiento médico, sirve para conceptualizar una realidad que existe pero que aún no se ha nombrado que, al fin y al cabo, es para lo que existe el lenguaje. Puede que su origen sea japonés, pero el interés que ha despertado entre los medios occidentales —esta misma semana 'The Atlantic' entrevistaba a Kato— muestra que ni mucho menos se circunscribe a la realidad nipona. No es una cuestión de países, es una cuestión funcional a la empresa moderna.

Analizar las características de la "depresión del tipo moderno" nos dice mucho acerca de nuestra realidad laboral. Como explicaba un trabajo de Kato, esta depresión es vista como un desorden de "ajuste", es decir, es el individuo el que no es capaz de realizar los cambios necesarios para adaptarse a la realidad laboral. En muchos casos, ese "ajuste" significa tolerar altos niveles de estrés, soportar lo insoportable y otras formas cotidianas de tragar mierda. Evitar el conflicto y sumirse en un estado de estupefacción ante el absurdo existencial que suponen la mayoría de tareas cotidianas, como vio David Graeber. Personas es "un limbo incómodo" que han sido criados en un entorno estable que nada tiene que ver con el entorno dinámico, emocionalmente exigente, de la empresa.

placeholder Alain Robert, el Spiderman francés, trepa la torre Agbar, antes de ser detenido. (Reuters/Albert Gea)
Alain Robert, el Spiderman francés, trepa la torre Agbar, antes de ser detenido. (Reuters/Albert Gea)

Uno de los rasgos que definen al moderno deprimido y que agravan su situación, explicaba otro trabajo de Shinji Sakamoto, es que el que la sufre tiende a considerar que su situación está causada por elementos externos, como la organización empresarial o la (in)acción de sus jefes, mientras que sus compañeros consideran que no es así, lo que ocasiona una incomprensión mutua particularmente dañina para el primero. Si es que se queja por vicio, si es que el problema lo tiene él, si es que si no se dice nada va a seguir igual.

Otra diferencia, explica Kato, es que la actitud del trabajador frente a su situación es completamente distinta a la del habitual empleado quemado. Si aquel empleado explotado o infeliz terminaba agotado a base de decir que "sí" sin parar —y no hay nada que canse más que decir "sí" cuando deseas responder "no"—, hinchado a horas extra y estrés, el deprimido moderno se rebela aislándose en una torre de desidia. Pero, quizá, al ser consciente de la futilidad de cualquier resistencia, no lo comunica, sino que simplemente, adopta una actitud desafiante y reservada.

El teatro laboral

No es de extrañar que la explicación contextual que da Kato, recogiendo el testigo de su mentor ya fallecido Shin Tarumi, que comenzó a ver casos de este tipo de depresión rebelde hace unos 20 años, no sea tan diferente a la de los países occidentales. Un relajamiento de las estructuras de autoridad desde los años 70, el final de un modelo laboral paternalista o una crisis económica que provocó una inesperada inestabilidad laboral. Sociedades basadas en la colectividad que se urbanizaron rápidamente, que se abren a empleos de clase media donde el trabajador tiene más independencia, ligados a las industrias del conocimiento. Es Japón, Taiwán, Bangladés o Tailandia, pero podría ser perfectamente España.

Ser pasivo y renunciar a la creatividad en este tipo de empresas pasa por ser un acto revolucionario

"La mayoría de los trabajadores supuestamente creativos carecen de creatividad", me explica un amigo a quien envío el texto de Kato y que bien podría encajar en la descripción del trabajador deprimido (y moderno). Y a quien yo también le sugerí en alguna ocasión que quizá el problema era suyo. "Se repiten una y otra vez las mismas fórmulas, se castigan y censuran las ideas que se salen del tiesto y todo responde a una suerte de cálculo del beneficio. De este modo, su talento es igual de intrascendente para sí mismo y para la empresa que lo contrata, que lo ve como absolutamente prescindible".

Él tomó el camino de esa insurrección que es la desidia. "Ser pasivo y renunciar a la creatividad en este tipo de empresas pasa por ser un acto revolucionario más eficaz que una huelga". Ese es otro de los factores en juego: que muchos de estos "deprimidos modernos" perciben el papel de los sindicatos y la negociación colectiva como inútiles. La atomización del trabajador, en la que este es juzgado a nivel individual, es particularmente dañina mentalmente para aquellos que en un pasado habrían pasado desapercibidos y ahora se les exige que actúen, actúen, actúen. Y que se comporten.

placeholder Foto: Reuters/Sergio Pérez
Foto: Reuters/Sergio Pérez

"La asertividad no deja de ser una forma de delegar responsabilidad en el trabajador, haciendo que carguen con el riesgo de sus decisiones laborales e interpersonales en el trabajo", me explica Edgar Cabanas, autor junto a Eva Illouz de 'Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas'. "La asertividad es también parte del mayor énfasis en el 'trabajo emocional', no solo como modelo de producción en una economía cada vez más orientada a los servicios, sino también como modelo de comunicación dentro de las empresas, precisamente como forma de fomentar una jerarquía más vertical y flexible. El trabajo emocional, señalan los estudios, también conlleva mayores niveles de estrés, tanto porque supone un trabajo adicional de control y de atención a las emociones y a las relaciones personales, como porque al fin y al cabo se trata de añadir un elemento de teatralidad y actuación".

Mi amigo fue uno de esos insumisos a los que no les apetecía interpretar el papel de pelota voluntarioso. "El trabajador se ve abocado a salir de la empresa ya que la sensación de estar atascado y anclado es muy fuerte", explica. "El otro efecto de esta pasividad, lógicamente, pasa factura a la estabilidad mental y emocional del trabajador, que en su acto de renuncia también ve una ruptura de la identidad y de su papel en la sociedad, ya que todo lo que supuestamente le atraía de este tipo de trabajos no existe". Precariedad económica… e intelectual.

Plagas que vienen

Reenvías el artículo y la gente asiente. O lo han visto, o son ellos. La "depresión moderna" no es más que otro de estos nombres sonoros que se dan a realidades complejas, donde es difícil separar causas y consecuencias, factores, problemas, responsabilidades. Es, en realidad, otra de esas patas de la soledad contemporánea, ese hilo que une tantas carencias —laborales, familiares, sociales, emocionales— que tienen algo en común: la incomprensión de todo aquel que no la vive.

Al convertir el trabajo en una cuestión psicológica, los problemas que se derivan del mismo no pueden sino patologizarse (y resolverse con terapia)

Kato lamenta que en algunas ocasiones, la prensa haya despreciado el término como otra forma de llamar a los vagos e inmaduros ("¿es la depresión moderna otra forma de llamar a escaquearse?"). Es decir, restar importancia a la situación aduciendo que se trata de un problema del trabajador y no de su trabajo. Pero aún más grave puede resultar lo contrario, que es patologizar, convertir en una enfermedad diagnosticable algo cuya solución se encuentra en la intervención a nivel laboral, en culturas de empresa dañinas y dinámicas perversas.

"Al convertir el trabajo en una cuestión cada vez más psicológica, los problemas que se derivan del mismo no pueden sino patologizarse (y resolverse con terapia), convertirse en síndrome", insiste Cabanas. "La medicalización y la psicologización son procesos que fueron de la mano y que terminaron pugnando por un trozo del pastel, pero los dos son hijos de la individualización. Y el mundo laboral es (y ha sido siempre) clave en todo este embrollo". Paradójicamente, hablar de la depresión moderna como enfermedad contribuye a aquello mismo que intenta denunciar, que es convertir un problema social en otra dolencia individual más, encerrar algo que nos atañe a todos en la celda del diagnóstico, tratamiento y estigmatización.

A Juan (nombre inventado: podría ser usted, podría ser yo, podría ser una amalgama de ambos) le encantaba su trabajo. Le gustaba muchísimo, y luego un poco menos, menos, menos, menos, hasta que una mañana fue incapaz de entender cómo había llegado a su puesto de trabajo. Así que se dejó llevar, se dejó llevar, hasta que terminó largándose. O despedido. O aún sigue ahí, un poco más mustio cada día como la planta que tiene al lado, sin que nadie se dé cuenta.

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