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De no poder hacer nada a tener que hacerlo todo: no quiero volver a la normalidad
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Héctor G. Barnés

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De no poder hacer nada a tener que hacerlo todo: no quiero volver a la normalidad

Si a ti también te agobia el descofinamiento, no estás solo. Poco a poco nos damos cuenta de que volvemos a la normalidad porque volvemos a tener prisa

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Foto: Reuters

Las siete y media en el reloj y empiezo a ponerme nervioso. Faltan treinta minutos para poder salir a pasear (¡yuju!, supongo), así que borro un par de adverbios por ahí, le añado un par de juegos de palabras al artículo por allá y le doy a "guardar". Friego la taza de café —siempre hay una taza de café en el fregadero—, llamo a mis padres para repetir el ritual —"aquí estamos, bien, qué has hecho, hasta mañana"—, un par de minutos de aplausos, y ¡ale!, a quemar las calles al sol de poniente.

Lo que debería ser un paseo agradable se convierte en una pequeña tortura. No solo por la alergia disparada por el confinamiento, sino porque el deporte nunca me ha gustado y menos si este consiste en una gymkana de sortear gente. Se pone el sol, así que a casa, que habrá que cenar, ver algo y dormir agotado de nuevo. He hecho los deberes, he disfrutado de mi parcelita personal: mi metro cuadrado en la calle, mi hora de paseo. Como cuando suben a YouTube una peli que no te interesa pero la ves porque la van a quitar en dos días. A andar por si quitan las calles.

El signo de que la nueva normalidad está llegando es que volvemos a tener prisa

Hacía un par de meses que no me sentía así, con tantas cosas que hacer, casillas que marcar y obligaciones que afrontar. El signo de que la nueva normalidad está llegando es que volvemos a tener prisa. De nuevo podemos hacer cosas, así que hay que volver a hacer todo. Hemos acumulado muchas deudas. Con el agravante de que todo está aún más pautado que de costumbre, añadiendo franjas horarias a una vida ya de habitual condicionada por el trabajo. Da igual los golpes que se lleve, la vida moderna de productividad sin fin siempre vuelve a su estado natural.

Cuando todo esto empezó, una de las primeras reacciones consistió en agarrar la agenda y preguntar a amigos y conocidos qué tal estaban. La conversación terminaba indefectiblemente con un bienintencionado "cuando termine todo esto, quedamos". Quizá no sea el único que se esté arrepintiendo de haber expendido tantas promesas que cumplir. A lo mejor nos dejamos llevar demasiado por la emoción.

La fase 1 me agobia: ¿cómo organizaré todos esos "quedamos" que tengo pendientes, a quién daré prioridad, cómo me metí a mí mismo en un carrusel de compromisos a los que no puedo decir que no? Si total, no nos íbamos a ver ni aunque se hubiese acabado el mundo, casi que lo dejamos para la próxima pandemia. Nos espera un calendario de intenso trabajo emocional. Cuando podamos ver a gente, tendremos que ver a todos. Cuando podamos comprar, iremos a comprar todo (si tenemos dinero, claro). Este año más que nunca, nos repetirán que hay que irse de vacaciones, porque claro, estará en el bolsillo del consumidor reactivar la economía. Nos va a faltar el tiempo.

placeholder Mejor 'flaneur' que 'runner' venido a menos. (Reuters)
Mejor 'flaneur' que 'runner' venido a menos. (Reuters)

Digan lo que quieran del confinamiento, pero por lo menos, y si dejamos a un lado los límites del teletrabajo, permitía cumplir el sueño de una vida monacal que, ante la imposibilidad de hacer gran cosa, permitía disfrutar del placer de no hacer nada. Una vida sin compromisos, o con compromisos más seleccionados. Un breve paréntesis en el que uno podía disfrutar, al menos un ahora al día, del encanto de ser un jubilado.

La pila de cacharros en el fregadero

Si pasear sin rumbo ha sido tradicionalmente la actividad ociosa por excelencia, la excepcionalidad de estos momentos ha conseguido acabar con esa pequeña rebelión improductiva. A mí me habría gustado que Fernando Simón, al que le veo un poso de epicureísmo, en lugar de asimilar el paseo a la práctica del ejercicio como algo productivo (camine para estar bien, camine para cuidar su salud), hubiese añadido "o salga a caminar porque sí, porque todos tenemos derecho a hacer cosas que no sirven para nada". Ha sido al revés. No sea usted un 'flaneur', sea un 'runner' venido a menos.

En un contexto en el que tendremos que plantearnos por qué hacemos cualquier cosa, daremos prioridad a lo que sea más productivo

Maximizar la eficiencia de cada uno de nuestros actos me temo que será uno de los rasgos que definan la nueva normalidad. En un contexto de restricciones, nos lo pensaremos dos veces antes de hacer cualquier cosa. Lo cual quiere decir que, igual que ahora nos organizamos para no ir a comprar más de la cuenta, acabaremos con los actos "porque sí" y daremos preferencia a los que tengan, o parezcan tener, una utilidad inmediata. Si seguimos la lógica de que el coronavirus ha demostrado que muchas de las cosas que hacíamos eran innecesarias, eso equivale a decir que en el futuro inmediato tan solo tendremos derecho a lo imprescindible.

El otro día, la compañera Belén Remacha publicaba un tuit que decía "a estas alturas creo que me da igual el confinamiento, la calle, las terrazas... solo quiero que acabe la cuarentena para dejar de sentir que la vida es fregar un cacharro de la pila detrás de otro". Es, de nuevo, la vida del anciano jubilado limitado por su salud, su edad o la falta de compañía que hemos vivido las últimas semanas. Aburrida, monótona y repetitiva, pero que proporciona el descanso y el confort de lo limitado, lo conocido y lo familiar. El placer de limpiar el último plato de la pila, de saber que ya está todo hecho y podemos descansar.

Foto: Foto: Marzio Tionolo/Reuters Opinión
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La vida normal, al menos tal y como era antes, era una eterna acumulación de cacerolas en el fregadero, de planes en la agenda, de obligaciones, compromisos, retos y ambiciones por cumplir. Tener tanto por delante y descubrir que nunca podríamos hacerlo todo, que nuestra vida era una acumulación de cocinar y comer y beber y trabajar y quedar con gente. El retorno a la normalidad, con todas las dificultades que presentará el eufemismo "nueva", significa volver poco a poco al mundo de infinitas opciones, a dejar los platos en el fregadero para poder salir de casa. Tarde o temprano, tendremos que lanzarnos al exterior y comenzar a tomar de nuevo decisiones, solo que en un mundo que tan solo será una sombra de lo que conocimos.

Las siete y media en el reloj y empiezo a ponerme nervioso. Faltan treinta minutos para poder salir a pasear (¡yuju!, supongo), así que borro un par de adverbios por ahí, le añado un par de juegos de palabras al artículo por allá y le doy a "guardar". Friego la taza de café —siempre hay una taza de café en el fregadero—, llamo a mis padres para repetir el ritual —"aquí estamos, bien, qué has hecho, hasta mañana"—, un par de minutos de aplausos, y ¡ale!, a quemar las calles al sol de poniente.

Fernando Simón Productividad