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Esta vez no tienes razón, jefe
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Esta vez no tienes razón, jefe

El otro día me contaron una anécdota que me encantó. Resulta que la secretaria del primer ejecutivo de una multinacional había dado la orden tajante de

El otro día me contaron una anécdota que me encantó. Resulta que la secretaria del primer ejecutivo de una multinacional había dado la orden tajante de que siempre que él participase en una reunión, acto, etcétera, hubiese a mano Pepsi Light. Así fue durante mucho tiempo. El caso es que, en una ocasión, el directivo iba en AVE con uno de sus colaboradores, pidió una Coca-Cola Light y le trajeron una Pepsi. Y preguntó: “¿Por qué será que en todos los sitios a los que voy tienen Pepsi si en España es mucho más popular la Coca-Cola?”. Su colaborador le contó que eran órdenes de su secretaria. “¡No me digas!”, contestó. “¡Pero si yo prefiero la Coca-Cola!”.

Esto ocurre muy a menudo: se transmite la idea de que un directivo odia el color blanco, que no soporta ver flores en un acto oficial o que todas las mañanas a las 12 en punto se toma un cacao a 28,5º. Los responsables de eventos de la empresa se las arreglan para cambiar el color de las paredes, tirar todas las flores a la vista y llevar un microondas y un termómetro para el cacao siempre que el directivo en cuestión aparece en un acto. Lo que sea: sus deseos son órdenes, aunque el presupuesto se encarezca considerablemente como consecuencia de esos caprichos. Y estoy dispuesta a apostar por que muchas veces el ejecutivo ni se fija. Pero hizo una vez un comentario que quedó para siempre grabado a fuego como una orden divina. ¿No creéis que si alguien le contase lo que cuesta poner una alfombra roja en un evento en pleno campo montaría en cólera por el despilfarro que supone?

Y si en una organización de miles de empleados nadie es capaz de preguntarle al jefe si podría prescindir de su cacao por un día por aquello del recorte de costes, ¿qué pasa con los asuntos verdaderamente importantes? ¿Quién tiene agallas para expresar una opinión que vaya en contra de la del jefe superstar?

Vale, vale, estoy generalizando: hay jefes que escuchan y valoran la opinión de sus colaboradores (si el tuyo es uno de ellos, ¡mejor no lo sueltes!). Pero hay muchos a los que les cuesta; los mismos que disfrutan si sus empleados les temen.

¿Sabéis qué? ¡Ellos también son humanos y se equivocan! ¿Por qué no van a saber apreciar un comentario cargado de sentido común a tiempo? Me diréis, “sí claro, y arriesgarte a que te despidan”. Es verdad. Por eso, antes de aventurarnos a decir aquello de “ejem, jefe, ¿te parece que reconsideremos la decisión de abrir una filial en el Congo? Ya sé que te encantó en tu último viaje, pero hemos estudiado el terreno  y no creemos que haya mercado allí para una firma de alta costura”, hay que pensárselo dos veces. Y llamar a la secretaria a ver qué tal día tiene. Y preparar un exhaustivo informe que refleje las previsiones de ventas de bolsos de 2.000 euros en el Congo. Y elegir un tono adecuado para la ocasión.

Bueno, pues ya he reunido el valor suficiente para contarle mis dudas y he fijado una reunión. Entonces se lo cuento a mis compañeros, que dedican la hora de comer a recordarme las leyendas urbanas que giran alrededor del jefe supremo: “Cuidado, no soporta que tosan en su presencia; no le discutas a primera hora de la mañana; no le gusta que las mujeres lleven traje pantalón”.

Vaya hombre. Estoy constipada, me ha citado a las 7,30, me acaban de desvalijar el piso y sólo me queda un traje… pantalón. ¿Me desanimo y llego a la reunión achantada porque sé que tengo muchas posibilidades de meter la pata? No parece lo más acertado y, además (me repito a mí misma), no hay motivo. Llevo los temas preparados al dedillo y bien respaldados por cifras. Estoy dispuesta a defender mis puntos de vista, responder a todas las preguntas que surjan y mantenerme firme.

Puede que aún así no me escuche, me mande a galeras y la empresa abra filial en el Congo. Pero es posible también que yo sea la única empleada a la que no le pueda echar en cara no haberle avisado cuando el proyecto fracase. Ya estoy viendo el próximo rótulo de mi despacho: Directora de Ventas para África, Europa del Sur y Oriente Próximo. Ummmm. No suena nada mal…

El otro día me contaron una anécdota que me encantó. Resulta que la secretaria del primer ejecutivo de una multinacional había dado la orden tajante de que siempre que él participase en una reunión, acto, etcétera, hubiese a mano Pepsi Light. Así fue durante mucho tiempo. El caso es que, en una ocasión, el directivo iba en AVE con uno de sus colaboradores, pidió una Coca-Cola Light y le trajeron una Pepsi. Y preguntó: “¿Por qué será que en todos los sitios a los que voy tienen Pepsi si en España es mucho más popular la Coca-Cola?”. Su colaborador le contó que eran órdenes de su secretaria. “¡No me digas!”, contestó. “¡Pero si yo prefiero la Coca-Cola!”.