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Yo soy español, español, español… ¿Siempre?
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Yo soy español, español, español… ¿Siempre?

Yo soy español, español, español… ¿Siempre? Mi chico se pone de los nervios cuando estamos de viaje en el extranjero y me oye criticar algún aspecto

Yo soy español, español, español… ¿Siempre? Mi chico se pone de los nervios cuando estamos de viaje en el extranjero y me oye criticar algún aspecto de la cultura, el modo de ser o las costumbres españolas. 

—¡Hay que hacer patria!, me dice. 

—Según para qué, respondo yo.

Pero a la vista de lo que está pasando últimamente, empiezo a pensar que tiene razón: o nos aplicamos todos a vender la Marca España (sí, sí, con mayúsculas) más allá de las victorias de la Roja o lo llevamos claro.

Lejos quedan ya los tiempos, allá por finales de los noventa, en los que nuestro país era portada de las revistas internacionales por el milagro español. Por aquel entonces, a uno se le removían los higadillos cuando iba por las tiendas del mundo y observaba que un Rioja de primera se compraba por el mismo precio que un Merlot o un Chianti bastante mediocres. O al pagar tres veces más por el aceite italiano que por el español. O por ver en los escaparates zapatos de lujo made in Alicante sin ninguna señal de ello. Pero, salvo comentarlo con los amigos en plan anécdota, nos daba más o menos igual. ¿Qué importaba? España estaba de moda, los guiris habían aprendido a situarnos -¡al fin!- en el mapa y atraíamos turistas a mansalva.

Claro que, por aquel entonces, la política de nuestro Gobierno inspiraba confianza y el Ibex 35 no se desplomaba a la primera de cambio. Las empresas extranjeras estaban deseosas de invertir en España y no se mostraban casi al 100% pesimistas “sobre la marcha de la economía española” (según una encuesta a cerca de 600 multinacionales realizada por Esade). Y los directivos internacionales no se quejaban, como ahora, de la falta de una política económica eficaz.

Eran tiempos en que nuestros pecadillos al criticar a nuestro país eran faltas menores. Porque nos sobraba credibilidad. Hoy, sin embargo, nos ocurre lo contrario. Por desgracia, las palabras de nuestros políticos para defender España suenan algo hueras. En el foro Spain Investors Day, celebrado la semana pasada en Madrid, defendía Garmendia que España es líder en energías renovables, biotecnología o tecnología a secas (¿hasta cuándo, si no invertimos en I+D?). Javier Vallés, que España mantiene intacto su atractivo inversor (¿comoorr?). Y Sebastián, que “el interés por España sigue muy vivo” (¿el de los especuladores?). Nos suene como nos suene, hacen bien: ese es su papel.

Pero del foro en cuestión, me quedo con la frase de un ejecutivo de una gran gestora de activos europea: “Llama la atención el trabajo que las compañías dedican para desmarcarse de todo lo que en estos momentos significa España”. O sea, ¿que los grandes empresarios de este país se acercan a la Moncloa para leerle la cartilla a Zapatero y luego, cuando se van de road show a vender sus propias compañías, se alejan todo lo que pueden de aquello que huela a España?

Suena un pelín maquiavélico, un pelín esquizofrénico y, sobre todo, un pelín antisolidario. ¿Es necesario poner verde lo de casa para que los inversores de hoy en día aprecien las bondades de la diversificación y la internacionalización? No sé vosotros, pero yo creo que no. El resultado es que nos estamos cargando la Marca España. Este año, el país ha retrocedido cuatro posiciones, hasta el puesto 14, en el ránking mundial de marca país que elaboran la consultora Futurebrand y BBC World News.

 ¿Que para qué vale la marca país? Aunque sólo sea para motivar a los extranjeros a comprar nuestros productos, visitar nuestro país y fomentar la inversión foránea directa, en un momento como éste es más que suficiente. Raúl Peralba, profesor y consultor especializado en posicionamiento e ingeniería de marca, afirmaba recientemente que España “nunca se ha preocupado de proyectar una imagen adecuada”. Puso como ejemplo los mercados del aceite de oliva y del vino, en los que Italia se ha llevado el gato al agua. A su juicio, el problema es que España “es un maremágnum, en el que cada cual va por su lado”.

Prometo poner mi granito de arena y morderme la lengua para no criticar nada español en mi próximo viaje (mi chico estará encantado). Pero, sin quitarle ni un ápice de responsabilidad a este Gobierno nuestro -si no recuperamos la credibilidad pronto, bye, bye a la Marca España- o, ya que nos ponemos, a la oposición, no vendría mal que los empresarios se aplicasen el cuento. Al fin y al cabo, están representando a España cuando hablan en público en Singapur, California o Senegal. Y no deberían olvidar que, en la mayor parte de los casos, los que financiamos sus exitosas aventuras internacionales somos los españolitos que consumimos sus productos en casa. Pues eso.

Yo soy español, español, español… ¿Siempre? Mi chico se pone de los nervios cuando estamos de viaje en el extranjero y me oye criticar algún aspecto de la cultura, el modo de ser o las costumbres españolas. 

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