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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Sufridores de jefes

¿Alguna vez se os ha ocurrido hacer un ránking de jefes? Yo hice el ejercicio hace poco, a raíz del comentario de un amable lector. Decía

¿Alguna vez se os ha ocurrido hacer un ránking de jefes? Yo hice el ejercicio hace poco, a raíz del comentario de un amable lector. Decía Bertie que él ha tenido jefes buenos y malos. Los describía así: “El bueno: Conoce el negocio. Tiene buena formación técnica y, a menudo, humanística. Tiene tacto en sus relaciones humanas e intuición. Es honesto: no lo dice todo, pero tampoco deja que sus empleados se engañen. El malo: No tiene ni idea de la actividad de la empresa. Habrá hecho un máster, pero parece que toma las decisiones con una ouija. Muy amigo de los sofismos y los libritos para ejecutivos. Especialista en operaciones de imagen y en vender aire”. Y me dio una idea: ¿Estarán directamente relacionados los mejores trabajos de nuestra vida con los mejores jefes? ¿Y viceversa?

Veamos. El mejor de mis jefes creía en mí. Delegaba y, al hacerlo, lo hacía con una confianza total. Me planteaba una misión, pero no me decía cómo tenía que cumplirla. Me daba alas y, si acaso, algún consejo para que no me estampase a la primera de cambio. Hizo que mi creatividad se desbocase y que yo misma descubriese talentos ocultos. Aprendí de él y lo sigo haciendo, porque hoy es mi amigo. ¿Fue aquel mi mejor puesto de trabajo? No, pero ocupa un puesto muy, muy alto en el ránking.

Al peor de mis jefes yo le daba exactamente igual. Lo importante era que se cumpliesen sus instrucciones. Era el clásico jefe castrador, de los que necesitan ponerte el pie encima para sentirse bien, de los que sólo disfrutan si les temes. Y, a veces, pasa. Te dices a ti mismo que es un infeliz, un inseguro, que se rodea de mediocres que le bailan el agua. Te repites que puede echarte, humillarte, pero que no tiene poder sobre cómo te afecta a ti todo eso. Pero da igual. Tu día a día no es bueno porque te dedicas a obedecer órdenes en las que a menudo ni crees. En este caso, no tengo dudas: los peores puestos de trabajo llevan el apellido de jefe tóxico.

Desgraciadamente, abundan. Dice el director de la empresa de servicios profesionales Eurotalent, Juan Carlos Cubeiro, que en España el 36% de los jefes son “tóxicos” y sólo un 16% son “buenos jefes o líderes que crean un clima de satisfacción, rendimiento y desarrollo”. Guau.

En medio de estas dos categorías, hay un sinfín de ellas:

-El jefe exigente/mentor: no es simpático y te exige mucho. Te vas a casa agotado y estresado, pero sabes que estás creciendo profesionalmente. Y que él no te va a frenar si quieres emprender nuevas aventuras profesionales, sino todo lo contrario.

-El jefe majete: quiere caerte bien a toda costa y es incapaz de echarte una bronca. Es agradable trabajar con él, pero es muy fácil bajar la guardia. Si no tienes una gran capacidad de automotivación y una enorme disciplina, cuidado. Corres el riesgo de pasarte el día en Facebook y no cobrar el bonus de fin de año por no cumplir objetivos. Eso sí, tu jefe te invitará a una caña para consolarte.

-El jefe al que no le dejan mandar: sabes que vale un potosí y tú trabajas la mar de a gusto con él. Te escucha, delega, se entusiasma con los proyectos… Pero a la hora de la verdad, no tiene ni voz ni voto. Llega su propio jefe (posiblemente tóxico) y ¡zas! Cambian todos los planes. Él acaba tirando la toalla y marchándose o conformándose con ser una marioneta. Una pena.

-El jefe ladrón: es el que se cuelga tus medallas. Te hace la pelota, alaba tus ideas y te promete que te va a promocionar. Y un buen día te encuentras que tus ideas brillan en la organización ¡como si fuesen suyas!

Hay montones de tipos de jefes: los ciclotímicos, los espídicos, los estresados, los inseguros, los que no se sabe si van o vienen, los que saben mucho, los que no tienen ni idea, los que nunca antes han sido jefes, los que están hartos de ser jefes… Para todos los gustos. Un jefe puede hacer que tu vida sea una delicia o un infierno. Pero hay una cosa que nunca hay que perder de vista: los jefes, como la mayor parte de las personas, no cambian. Si son desconfiados, van a seguir siéndolo. Si nunca dan una palmadita en la espalda, así va a ser siempre. Y hay que adaptarse a ellos o marcharse. Es lo que hay.

Y volviendo a la pregunta del principio: ¿hay una relación directa entre los mejores puestos de trabajo y los mejores jefes? No siempre, pero está claro que influye. En mi caso, mi trabajo favorito suele ser el último. ¿El mejor? Cuando fui corresponsal en Nueva York, a 6.000 kilómetros de distancia de mis jefes…

¿Alguna vez se os ha ocurrido hacer un ránking de jefes? Yo hice el ejercicio hace poco, a raíz del comentario de un amable lector. Decía Bertie que él ha tenido jefes buenos y malos. Los describía así: “El bueno: Conoce el negocio. Tiene buena formación técnica y, a menudo, humanística. Tiene tacto en sus relaciones humanas e intuición. Es honesto: no lo dice todo, pero tampoco deja que sus empleados se engañen. El malo: No tiene ni idea de la actividad de la empresa. Habrá hecho un máster, pero parece que toma las decisiones con una ouija. Muy amigo de los sofismos y los libritos para ejecutivos. Especialista en operaciones de imagen y en vender aire”. Y me dio una idea: ¿Estarán directamente relacionados los mejores trabajos de nuestra vida con los mejores jefes? ¿Y viceversa?