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Sonia Franco

Pase sin Llamar

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Sonia Franco

Yo no quiero ser el jefe

Enrique es un tío listo. Conoce su profesión al dedillo, tiene unos conocimientos por encima de la media y lo demuestra a diario, y está bien

Enrique es un tío listo. Conoce su profesión al dedillo, tiene unos conocimientos por encima de la media y lo demuestra a diario, y está bien considerado dentro de su empresa, que pertenece al Ibex 35. Es una de esas personas que uno no duda de que van a llegar lejos. Efectivamente. La semana pasada, con cuarenta años recién cumplidos, se le presenta la oportunidad: su jefe directo ha decidido retirarse de la primera línea. Y le propone para ocupar su puesto.

Enrique –el nombre no es real pero el caso sí- se lo piensa. Sabe que está sobradamente preparado para el cargo y no le falta ambición. Pero decide rechazarlo. “Si mi empresa no fuese tan complicada, autoritaria y absorbente, no lo dudaría y aceptaría el puesto. Pero supone demasiadas renuncias y frustraciones”, me cuenta Enrique, con una mezcla de resignación y alivio en la voz.

No puedo evitar sentirlo, ya que estoy segura de que haría un gran papel. Lo peor –y Enrique lo sabe- es que una oportunidad así no se le va a presentar en años. Y si lo hace, lo más probable es que no sea dentro de su empresa, en la que lleva trabajando desde que salió de la universidad. Pero a medida que ha ido escalando puestos, le ha visto las orejas al lobo y no quiere sacrificar nada más por unas siglas corporativas.

Así que le pregunto qué tendría que ocurrir para que él cambiase de opinión y aceptase ser el jefe. No lo duda: “Tendría que estar seguro de que mis ideas y opiniones van a ser tenidas en cuenta. Necesitaría poder tener un horario flexible que me permitiese atender a mi familia. Pero, por encima de todo, debería creer en las políticas de mi empresa y, hoy por hoy, no creo”. Simple. Triste.

¿Es el de Enrique un caso aislado o recurrente en nuestra sociedad? Hay estudios para todos los gustos. Un informe del portal de empleo online Monster.com realizado a través de los votos de los usuarios concluye que el 85% de los españoles desea ocupar un cargo directivo para prosperar profesionalmente, pero no para ganar más. ¡Guau! El estudio añade que el 78% de los españoles cree que debe ascender porque “soy bueno en mi trabajo y creo que me merezco un cargo directivo”.

¿Quiere esto decir que la motivación, los retos, la satisfacción y el éxito profesional motivan más en nuestro país que el salario? Me encantaría creerlo. Pero, si fuese así, sería muy poco probable que un porcentaje tan alto de la población activa lograse ascender en su propia empresa, lo que generaría mucha frustración. Y esas personas, ¿cambiarían de trabajo para conseguirlo, con la aversión a la movilidad que parecemos tener los españoles? Mmmm.

Me inspira un pelín más de credibilidad (al menos por la metodología empleada) otro estudio, unos meses más antiguo, de la agencia de empleo Randstadt. La principal conclusión: sólo catorce de cada cien españoles tiene como meta prioritaria conseguir un ascenso, lo que nos sitúa en el puesto número catorce entre veinticinco países.

El informe concluye que esto tiene mucho que ver con la crisis y con el hecho de que los trabajadores perciben que no es un buen momento para ascender: los directivos están siendo culpados del mal funcionamiento de las empresas y se están viendo obligados a tomar decisiones tan desagradables como los despidos o los recortes de costes.

Al hilo de este informe, El Economista entrevistó a Francisco Navarro, profesor del Instituto de Empresa, que atribuye el resultado a la idiosincrasia de los españoles: “Cuando la gente habla de calidad de vida lo relaciona con trabajar poco”. Ricard Serlavós, profesor de Esade, profundiza en el asunto: “Dirigir un equipo conlleva muchas horas de dedicación y no todo el mundo está dispuesto a sacrificar su vida personal”.

A la vista de estos dos informes, me lanzo a hacer mi propia encuesta de andar por casa. A mi pregunta ¿te gustaría ascender? no recibo ninguna respuesta que sea simplemente un sí o un no: para todo hay peros.

-A mí me gustaría tener más poder, claro, pero no trabajar más horas.

-Mis hijos son demasiado pequeños para que me plantee ascender.

-Yo sería muy buen jefe, pero no me apetece nada tener más estrés y estar siempre disponible.

-Quiero ganar más siempre que eso implique vivir mejor.

-¡Toma, claro! Mi jefe trabaja menos que yo.

Ahora lo pillo: la pregunta no está bien planteada. La cuestión no es ascender o no ascender. Lo que queremos es tener más poder, ganar más dinero y trabajar menos. Acabáramos.

Enrique es un tío listo. Conoce su profesión al dedillo, tiene unos conocimientos por encima de la media y lo demuestra a diario, y está bien considerado dentro de su empresa, que pertenece al Ibex 35. Es una de esas personas que uno no duda de que van a llegar lejos. Efectivamente. La semana pasada, con cuarenta años recién cumplidos, se le presenta la oportunidad: su jefe directo ha decidido retirarse de la primera línea. Y le propone para ocupar su puesto.