Es noticia
Aprender a decir no, incluso al jefe
  1. Alma, Corazón, Vida
  2. Pase sin Llamar
Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Aprender a decir no, incluso al jefe

Hace unas semanas, mi chico llegó a casa hecho un basilisco. –¿Te puedes creer que mi jefe quería ponerme una reunión con los americanos el

Hace unas semanas, mi chico llegó a casa hecho un basilisco.

–¿Te puedes creer que mi jefe quería ponerme una reunión con los americanos el viernes a las 14:30?

–¿Y?— pregunto.

Le he dicho que ni hablar. Que a esa hora he quedado contigo y con los niños en irnos a esquiar.

—¿Qué te ha contestado?—pregunto, horrorizada.

—Que está bien. Ha fijado la reunión para el lunes.

Le miro con admiración. ¡Es mi héroe! ¿Cuántas veces habré suspendido yo viajes, cenas u otros saraos porque a un jefe se le ha ocurrido convocarme? ¿Por qué mi chico tiene esa habilidad para decir que no y a mí me resulta tan difícil?

Tanto es así que, cuando vivía en Nueva York, llegué a apuntarme a un curso con un nombre la mar de sugerente: Aprenda a decir que no en una hora. Durante el tiempo prometido y previo pago de sesenta dólares, nos pusimos unos frente a otros, mirándonos directamente a los ojos y diciéndonos que no de múltiples maneras. La clave, según insistía una y otra vez el profesor indio, estaba en que el no nos saliese del corazón. Un no a medias a menudo no cuela; cuando uno dice no tiene que estar plenamente convencido.

Salí de allí muy escéptica, convencida de que había sido objeto de un timo legal, pero decidida a intentar poner en práctica algunas de las técnicas. Mi primera prueba de fuego llegó pronto. Por aquel entonces, trabajaba de corresponsal y me propuse no aceptar escribir más de dos historias para el periódico del día siguiente. Pero a las 9:30 de la mañana ya me había comprometido para hacer tres. Esa noche quería ir al gimnasio, pero un amigo me llamó para tomar algo y no me pude resistir. Y, a pesar de haber empezado una dieta la víspera, acabé cenando una muy poco recomendable hamburguesa con una pinta de cerveza. Llegué a casa destrozada: no sólo había tirado sesenta dólares a la basura, sino que mi autoestima estaba por los suelos al comprobar mi debilidad de espíritu.

¿Por qué acabamos diciendo que sí tantas veces cuando la respuesta obvia es no? Un compañero de trabajo te pide un favor que te va a obligar a quedarte al menos una hora más. Sabes que no deberías aceptar y te preparas para decir no. Abres la boca, pero en ese momento los hombros se tensan, el estómago se encoge…

—Vale— dices con la cabeza gacha. Te la han vuelto a colar. ¿Es que tienes pinta de felpudo?

Entonces uno intenta consolarse.

—Me lo piden porque soy el que mejor puede hacer el trabajo. ¿O es que soy el único pringado que aceptaría hacerlo? ¿Y, como ya lo saben, directamente me traspasan el marrón?

¿Por qué tú?  Porque, como tantas otras personas –siento decirlo pero, en gran parte, mujeres– te gusta agradar a los demás y ellos lo saben (si el que pide es un superior, a esto hay que sumar el instinto de supervivencia). No te gusta parecer ni egoísta ni maleducado. No llevas bien decepcionar a nadie. Prefieres hacer las cosas a tu manera. Te agrada que te necesiten.

Pero aprender a decir que no es francamente liberador. Hay jefes que se creen que disponen por completo de la vida de sus equipos y, como nadie les tose, se aprovechan. Sin embargo, un día alguien les dice que no y no pasa nada. ¡Lo entienden! La primera vez resulta difícil. La segunda, menos. Y al poco tiempo sale solo.

Tampoco se trata de decir que no porque sí. La persona que te lo pide, ¿realmente necesita el favor? ¿Supone alguna renuncia para ti? ¿Puedes sacarle alguna rentabilidad? Y, lo más importante, ¿quieres hacerlo? ¿O simplemente estás evitando sentirte culpable?

No se trata de sustituir la palabra por no en todas las ocasiones. En absoluto. Se trata de no verse superado, estresado y harto por aceptar cargas que otros se quitan alegremente de encima.

En honor a la verdad, creo que he aprendido bastante con los años. Miro a mi alrededor y veo que hay mucha gente que lo lleva peor que yo. Como una antigua compañera de trabajo. Es incapaz de decir que no, lo que le lleva a situaciones francamente comprometidas, como quedar con dos personas a la vez y no presentarse a ninguna de las dos citas. O a salir corriendo de una tienda tras haberle dicho al vendedor que se quedaba con un determinado artículo que realmente no quería.

—Por favor, por favor, entra tú y dile que no me espere, que no lo quiero.

—Pero Marta, por Dios…

—Perdona, pero es que soy incapaz.

Somos muchos en el mismo barco. ¡Con lo bien que queda uno cuando dice que sí y recibe una sonrisa por respuesta! Por eso, mi chico es mi héroe del mes. Decirle no a su jefe… ¡Qué tío! A ver si practico.

Hace unas semanas, mi chico llegó a casa hecho un basilisco.