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Por favor, señores, aprendan a mentir ya
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

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Sonia Franco

Por favor, señores, aprendan a mentir ya

Las mentiras de Rajoy se ha convertido en un titular recurrente. “El presidente ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales”, dice la prensa.

Las mentiras de Rajoy se ha convertido en un titular recurrente. “El presidente ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales”, dice la prensa. Y destaca desde el “no recortaré en Sanidad ni en Educación” a “la subida del IVA es un sablazo de mal gobernante”, pasando por “no me gobernará Europa”. No tengo ni idea de si Rajoy minusvaloró la magnitud de la crisis y, por lo tanto, su intención no era mentirnos. O si más o menos sabía lo que le esperaba, pero apostó por las medias verdades en campaña electoral. O si mintió conscientemente sabiendo que en este país nos lo tragamos todo o casi todo. Como todos los españoles, tengo mi teoría –que no deja en mal lugar a Rajoy- pero, en este post, no tiene excesiva importancia. Lo verdaderamente importante, en plena crisis de confianza hacia España, es que la credibilidad de nuestro presidente pasa por horas bajas. Y que esto le está haciendo daño a nuestro país.

Para vivir en sociedad dominar los matices del propio discurso es importanteUn artículo publicado por la Harvard Business Review muestra que las personas más poderosas son las que mejor mienten. Afirma, citando un estudio de Columbia Business School, que los jefes demuestran más habilidades que sus empleados para engañar. ¡Menuda sorpresa! Las mentiras laborales nos rodean: “Nuestros empleados son nuestro recurso más valioso”. “La formación es una de nuestras prioridades”. “El cliente manda”… No digo que alguna de estas máximas no sean verdad en muchas empresas, pero a menudo suenan a milonga. Por ejemplo, cuando la compañía tiene un ERE en marcha en el que son los empleados más caros los que se van. O cuando prejubila a los más mayores y experimentados para después contratarlos a través de una ETT. O cuando el primer gasto que se recorta son las clases de inglés.

Mentir no tiene por qué estar tan mal. De hecho, para vivir (y sobrevivir) en sociedad, dominar el arte de los matices en el propio discurso es importante. Y no digamos en el entorno laboral, dónde unas veces el pragmatismo y otras el temor obligan a introducir aquí y allí alguna que otra mentira piadosa. ¿Cómo le vamos a decir a un compañero con el que se supone que debemos trabajar en equipo que nos cae mal? ¿Quién le dice al jefe que le queda de pena esa americana amarilla que le ha traído su mujer de París? ¿Cómo vamos a reconocer que aún no hemos empezado el informe cuándo hay que entregarlo dentro de una hora?

Las mentirijillas que no hacen daño a nadie pueden ser prácticas. De hecho, un estudio de la Universidad de Toronto muestra que los niños que aprenden a mentir a los dos años tienen más posibilidades de tener éxito laboral.

A nuestros políticos y empresarios no les vendrían mal unas lecciones de sofisticaciónEl problema llega cuando uno se acostumbra a mentir y a que no le pillen. Entonces, las trolas van escalando en intensidad. Y si la persona va ganando poder, ya sea político, empresarial, o social, puede arrastrar detrás de sí a otros. Probablemente, a nadie le hubiese importado demasiado que Mark Zuckerberg mintiese –presuntamente– sobre las cuentas de Facebook si la compañía no hubiese salido a bolsa y tentado a miles de inversores. O que Bankia tuviese más exposición al ladrillo que la declarada si las –supuestas– ocultaciones no estuviesen a punto de provocar el rescate de España. Hay mentiras y mentiras. Y algunas exigen que se depuren responsabilidades. Pero si hay que mentir, hagámoslo bien. Sobre todo si a quién hay que engañar es a ese desconfiado y terrorífico ente conocido como el mercado que es capaz de arrastrar a un país entero.

Mi amiga Mary ha educado a su hijo de una manera un tanto especial. Nunca le dijo “niño, no mientas”. Prefirió decirle “niño, que no te pillen nunca en una mentira”. Creyó que era más práctico.

–Y mi hijo no miente—, me cuenta, orgullosa.

–¿Nunca?–, pregunto.

–Nunca. Eso sí, tiene una relación muy sofisticada con la verdad.

Quizá a nuestros políticos y empresarios no les vendrían mal unas lecciones de sofisticación. Aunque sólo sea por el bien de la prima de riesgo.

Las mentiras de Rajoy se ha convertido en un titular recurrente. “El presidente ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales”, dice la prensa. Y destaca desde el “no recortaré en Sanidad ni en Educación” a “la subida del IVA es un sablazo de mal gobernante”, pasando por “no me gobernará Europa”. No tengo ni idea de si Rajoy minusvaloró la magnitud de la crisis y, por lo tanto, su intención no era mentirnos. O si más o menos sabía lo que le esperaba, pero apostó por las medias verdades en campaña electoral. O si mintió conscientemente sabiendo que en este país nos lo tragamos todo o casi todo. Como todos los españoles, tengo mi teoría –que no deja en mal lugar a Rajoy- pero, en este post, no tiene excesiva importancia. Lo verdaderamente importante, en plena crisis de confianza hacia España, es que la credibilidad de nuestro presidente pasa por horas bajas. Y que esto le está haciendo daño a nuestro país.