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Trabajar duro, el mejor camino para llegar lejos ¿O no?
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

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Sonia Franco

Trabajar duro, el mejor camino para llegar lejos ¿O no?

Juan Carlos lleva 25 años trabajando en la misma empresa y diez dirigiendo un departamento de treinta personas. Año tras año, su equipo es el que

Juan Carlos lleva 25 años trabajando en la misma empresa y diez dirigiendo un departamento de treinta personas. Año tras año, su equipo es el que puntúa más alto en las encuestas internas en lo que se refiere a su compromiso con la organización, y él siempre se ha sentido orgulloso de ello. Sin embargo, algo parece estar cambiando. En menos de un año, dos de los puntales del equipo han pedido el cambio a otros departamentos o países. Otro le ha confesado abiertamente que se aburre. Y uno de los recién llegados ya está solicitando apuntarse a uno de los programas que ofrece la empresa para trabajar en diferentes partes de la organización.

Juan Carlos no termina de entenderlo. Respeta que las personas quieran darle un rumbo distinto a su carrera y siempre ha apoyado a los que se lo han pedido. Pero, ¿todos a la vez? ¿Qué está pasando?

Se iban a casa a las seis, pensando que trabajaban durísimo, a ver Mujeres y hombres y viceversa

Algo tiene que estar haciendo mal la empresa si la gente cree que para ascender hay que moverse o apuntarse a cursos. ¿Qué ha pasado con la cultura del trabajo duro? ¿Es que ya nadie piensa que es el mejor modo de llegar a algún lado?­–, se lamenta.

Posiblemente, no. Uno de los efectos colaterales de los largos años de bienestar económico es un cierto desprecio a la cultura del esfuerzo. Las empresas se rifaban a las jóvenes promesas, que sonreían viendo aumentar su nómina año a año mientras un jefe detrás de otro les reían las gracias. Y se iban a casa a las seis, pensando que trabajaban duríssssiiimmmo, a ver Mujeres y hombres y viceversa o Gran Hermano, en los que jóvenes de su edad con cuerpos esculturales y cerebros de mosquito se hinchaban a ganar dinero. Esforzarse, ¿para qué? Eso ya lo hicieron sus padres y ahora están amargados y no tienen tiempo para nada. Al fin y al cabo, ellos ya tienen i-Phone, i-Pad, i-Pod, Play, coche…

Luego estaban los que se conformaban con menos y preferían sacrificar comodidades a cambio de trabajar poco. Para eso, lo mejor era preparar una oposición, ganar la plaza y tirarse a la bartola. ¡A vivir que son dos días!

Tienen la suerte de trabajar en el equipo de personas como Juan Carlos y, sin embargo, algunos están insatisfechos

¿Qué tiempos, verdad? Pero de repente ¡zas! Llegó la crisis económica, ese monstruo negro y de muchas patas que día a día arrasa no sólo nuestro modo de vida, sino también nuestras creencias más arraigadas. Y el mercado laboral se cierra hasta para los jóvenes más prometedores. Y ni siquiera los puestos de funcionario son ya un sinónimo de estabilidad.

Sin embargo, hay algunos jóvenes privilegiados que ya están dentro del sistema y no le ven las orejas al lobo. Son los que trabajan en compañías sólidas en las que aún no se habla de EREs, no han caído las ventas y los beneficios crecen año a año. Son los que tienen la suerte de trabajar en el equipo de personas como Juan Carlos. Sin embargo, algunos están insatisfechos.

El problema es que la empresa para incentivarlos les pone delante todo tipo de golosinas, sobre todo en forma de oportunidades de formación, lo que les distrae de su día a día. Y su trabajo se resiente mientras ellos sueñan con hacer carrera en Estados Unidos o Singapur cuando aún no controlan el ABC del negocio–, se queja Juan Carlos.

Trabajando duro se llega. Que yo sepa, no hay otro camino

Así que él ha decidido hacer caso omiso del ruido y seguir su intuición: todo aquel que pase por su equipo deberá trabajar duro si quiere llegar a algo. Si con el paso de los años se lo merece, le recomendará para lo que sea menester. Y si llegado el momento la persona en cuestión abandona el equipo porque éste no puede ofrecerle nuevas oportunidades, que así sea.

–Pero que nadie pueda decir que los que han pasado por mi tutela no trabajan bien o no conocen el negocio. Es la mejor herencia que les puedo dejar si alguna vez salen de aquí y se enfrentan con el mundo real.

Y así ha empezado a hacerlo. No hace mucho, el último en llegar a su equipo, un espabilado jovencito de 24 años que lleva escrito en la frente aquello de joven promesa, le pidió una recomendación para entrar en un programa de movilidad.

–Lo siento pero no–, le contestó. –Cuando controles tu trabajo a la perfección, hablaremos. De momento, tendrás que demostrarme que eres tan bueno como creo.

–¿Y cómo lo hago?–, preguntó el joven, visiblemente contrariado.

–Pues trabajando duro. Que yo sepa, no hay otro camino–, contestó Juan Carlos.

Juan Carlos lleva 25 años trabajando en la misma empresa y diez dirigiendo un departamento de treinta personas. Año tras año, su equipo es el que puntúa más alto en las encuestas internas en lo que se refiere a su compromiso con la organización, y él siempre se ha sentido orgulloso de ello. Sin embargo, algo parece estar cambiando. En menos de un año, dos de los puntales del equipo han pedido el cambio a otros departamentos o países. Otro le ha confesado abiertamente que se aburre. Y uno de los recién llegados ya está solicitando apuntarse a uno de los programas que ofrece la empresa para trabajar en diferentes partes de la organización.