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"Mamá y yo hemos suspendido tres asignaturas esta evaluación"
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David Pulido

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"Mamá y yo hemos suspendido tres asignaturas esta evaluación"

Un niño de once años que acudía a consulta porque sus padres estaban preocupados por su rendimiento escolar me dijo: “Hemos suspendido tres esta evaluación”. Preguntado

Un niño de once años que acudía a consulta porque sus padres estaban preocupados por su rendimiento escolar me dijo: “Hemos suspendido tres esta evaluación”. Preguntado entonces a quiénes se refería, me dijo “mamá y yo” y pensativo añadió: “Aunque para ella es peor porque había estudiado más que yo”. Esta anécdota refleja el creciente aumento de preocupación de los padres porque sus hijos no hacen los deberes si no están ellos encima. Y además muestra una realidad nada cómica en los hogares: luchas diarias para conseguir que hagan los ejercicios, tardes enteras empleadas por toda la familia en las tareas del niño y un inevitable fracaso escolar con el tiempo. Y lo que es más importante: una absoluta falta de autonomía a la hora de estudiar y de aceptar como propia la responsabilidad académica.

El objetivo inicial de implicar a los padres en la educación escolar se ha desvirtuado y entrar en una dinámica equivocada tiene como resultado que los niños no saben estudiar solos.

La explicación que los desbordados padres dan acerca de por qué hacen los deberes con los niños, y en muchas ocasiones en lugar de ellos, es que a sus hijos no les gusta o sólo los hacen para conseguir algo, sin motivación propia. Parten de la concepción errónea de que la motivación o el encontrar divertido hacer las tareas escolares es algo innato, que no depende de ellos, cuando en realidad a cualquier niño le gustaría más estar jugando y no copiando hojas.

Está creciendo la dependencia de los niños hacia la ayuda de los padres con sus deberesPero algunos niños empezaron obteniendo refuerzos a la hora de hacer los deberes, tanto en el colegio como en casa, y al final han acabado asociándolo como algo gratificante. Por tanto, cada vez es menos necesario premiar en casa, puesto que el niño tendrá otro tipo de refuerzos menos materiales o que no dependen ya de los padres. Tienen esa "motivación interna" que reclaman. Pero no venía de serie, la han adquirido.

La dinámica errónea también tiene que ver con qué conducta estamos reforzando: el niño no hace los deberes, por lo tanto los padres se sientan con ellos y les dedican su tiempo y esfuerzo. Eventualmente acaban facilitando también la respuestas a los problemas que les surgen y ayudando en todo lo posible para que acaben antes de la hora de la cena. Las siguientes semanas, la situación no mejora sino que cada vez su dependencia hacia la ayuda de los padres es mayor.

¿Qué está ocurriendo aquí?

Al dedicar nuestra atención al niño, antes siquiera de que empiece la tarea, estamos reforzando esa inactividad. El niño sabe que si se queda parado frente a los deberes sus padres acudirán. El no contestar bien las tareas o tardar en hacerlas tiene como premio el que sean los padres quienes nos den la respuesta o faciliten todo para acabar cuanto antes. ¿Para qué esforzarse entonces? Aunque tengan que soportar alguna regañina, al final el trabajo estará hecho, sin que apenas hayan tenido que pensar o trabajar, y además durante la larga tarde habrán tenido toda la atención del mundo y no siempre en forma de malas caras.

Cuánto mayor es el niño, mayores serán los conflictos en casa para que haga los deberesEl problema es luego a la hora de hacer los exámenes. Allí no están los padres para completar las respuestas como hacen en casa. Es fácilmente identificable un examen de un niño que no ha estudiado por el tipo de respuestas “vagas” que dan. El niño suspenderá y los padres se verán más justificados que nunca para estar encima de ellos, “ahora es cuando no podemos dejarle a su aire” y en todo este proceso el niño no habrá aprendido la manera de gestionar su tiempo, de resolver problemas o de aplicar sus propias estrategias para optimizar su aprendizaje. En definitiva. No habrá aprendido a estudiar solo.

El no saber salir de esta dinámica al priorizar los resultados académicos al propio aprendizaje de la conducta de realizar los deberes de manera autónoma, prolonga esta situación hasta el absurdo. El niño sigue adelante con los estudios y puede llegar al bachillerato incluso sin haberse responsabilizado de los éxitos o fracasos académicos y sin tener herramientas propias para estudiar. Cuánto mayor es el niño mayores serán los conflictos en casa para que haga los deberes y mayores dificultades tendrá para hacer frente a los estudios, así que al final el fracaso es inevitable.

Desengancharse de esta dinámica tiene que ser gradual: no podemos pretender que lo que no ha aprendido a hacer en años pueda aplicarlo de golpe, por lo cual nuestra retirada tendrá que hacerse de una manera estudiada.

Cómo pasar de hacer los deberes con el niño a que los haga él solo

1. Es muy importante conocer previamente si existe alguna dificultad real en el aprendizaje y cuál es la capacidad del niño para adaptar nuestra ayuda a sus necesidades. Si existe algún déficit, habrá que trabajar con el colegio para conseguir que el niño aprenda técnicas que compensen sus dificultades, pero en ningún caso la solución será hacer los deberes por el niño e ir tirando indefinidamente.

2. Nuestra presencia no puede ser lo que mueva al niño a hacer los deberes o nos obligará a estar siempre pendientes. Hay que usar otro tipo de estímulos y los más útiles son los temporales y los espaciales: empezar siempre a la misma hora y en el mismo lugar de estudio facilitará que el niño sepa cuándo tiene que ponerse y cuándo dejarlo.

3. Cuando el niño se ponga, le pedimos que nos llame y entonces, al principio, le organizaremos las tareas por partes y explicaremos cuál es la primera que tiene que hacer. Después dejamos al niño sólo haciéndola.

3. Si el niño tiene dudas nos puede llamar pero nunca permaneceremos sentados con él. Tras resolverlas nos volvemos a ir y sólo acudimos cuando la haya terminado y nos llame.

4. Reforzamos entonces la ejecución y corregimos lo que no esté bien. Después, explicamos la nueva tarea y volvemos a dejarle sólo. Puede ser algo cansado al principio pero el cambio es importantísimo: hemos pasado de reforzar la inactividad a reforzar la ejecución. El niño hará los deberes sabiendo que al hacerlo es cuando tendrá la atención y ayuda de los padres, y no antes.

5. Cada semana se irá viendo la evolución y entonces iremos bajando el nivel de apoyo: cada vez dosificaremos menos y no hará falta acudir tantas veces. Luego sólo explicaremos al principio y corregiremos al final de la tarde. Finalmente no hará falta más que una pequeña revisión informal de lo trabajado, porque el niño será capaz de realizarlos todos de manera autónoma.

6. Es muy importante reforzar cada día por el estudio y no sólo por los resultados en el colegio. Además de felicitarle por su trabajo, le demostramos cómo de esta manera la tarde es más gratificante para todos y puede tener mucho más tiempo para jugar al acabarlos antes.

7. Por último, para conseguir mejores resultados, es importante que el colegio vea el cambio en el planteamiento con el niño y si aún es pronto para reforzar con buenas notas, es bueno que sí le hagan ver al niño que su esfuerzo se nota. 

Un niño de once años que acudía a consulta porque sus padres estaban preocupados por su rendimiento escolar me dijo: “Hemos suspendido tres esta evaluación”. Preguntado entonces a quiénes se refería, me dijo “mamá y yo” y pensativo añadió: “Aunque para ella es peor porque había estudiado más que yo”. Esta anécdota refleja el creciente aumento de preocupación de los padres porque sus hijos no hacen los deberes si no están ellos encima. Y además muestra una realidad nada cómica en los hogares: luchas diarias para conseguir que hagan los ejercicios, tardes enteras empleadas por toda la familia en las tareas del niño y un inevitable fracaso escolar con el tiempo. Y lo que es más importante: una absoluta falta de autonomía a la hora de estudiar y de aceptar como propia la responsabilidad académica.