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El fin del bipartidismo: ha llegado la hora de que se coman unos a otros
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Esteban Hernández

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El fin del bipartidismo: ha llegado la hora de que se coman unos a otros

La idea dominante es que estamos abocados a un escenario de pactos y multipartidismo, pero lo que todos los partidos tienen en la cabeza es otra cosa: los más fuertes acabarán con los más débiles

Foto: ¿Albert Rivera y Luis Garicano están felices por los casos de corrupción del PP? (Foto: Efe/Alberto Martin)
¿Albert Rivera y Luis Garicano están felices por los casos de corrupción del PP? (Foto: Efe/Alberto Martin)

Aceptémoslo, el bipartidismo ha llegado a su término. Quizá no en el sentido que hasta ahora se ha estado manejando, el del final de los dos partidos dominantes, pero sí en lo que se refiere al reparto electoral: la política española ya no es cosa de dos. Si lo miramos en términos de cuota de mercado, parece evidente. PP y PSOE acaparaban el 80% del voto, mientras que en las últimas encuestas sobre las generales apenas sobrepasan el 40%. Es idea generalizada que el próximo escenario será el de los pactos, lo cual es el mejor ejemplo de que las cosas han cambiado por completo.

En esta situación de indeterminación, la pregunta es si esa transformación del terreno electoral será profunda, convirtiéndose los partidos tradicionales se convertirán en actores secundarios, o si resistirán los embates y se apoyarán en los votos de los nuevos partidos para seguir en el poder. Los escenarios que se manejan son tres:

Opción A. Adiós PPSOE

El centro ya no es lo que era, pero sigue ganando elecciones. Me cuenta Arcadi Espadaque Ciudadanos, partido que fundó (pero en el que no milita),representa “un espacio de razón, ecléctico y tecnocrático, cuya idea esencial es la dar las mejores respuestas a los problemas concretos. Eso implica que en ocasiones se elegirán soluciones liberales y en otras socialdemócratas, animadas por la aspiración de hacer lo eficazmente correcto y no lo ideológicamente correcto”. Esa característica, que está en la base del nacimiento de C's, es una de las que le configuran como “el único partido moderno de España”. Ocupar ese lugar de razón, moderación y síntesis loimpulsará irremediablemente hacia lo más alto, porque “Ciudadanos está obligado a gobernar”.

Los partidos viejos, que no pueden competir por desgaste, por falta de credibilidad o por ofrecer propuestas muy diferentes, tendrían que salir del escenario

Un argumento similar ha manejado Podemos, aunque desde un lugar muy distinto. Su discurso, apoyado en la denuncia de unas élites desgastadas que sólo actuaban en su propio beneficio y en la apuesta por un modelo económico diferente, que Pablo Iglesias acaba de definir como “un proyecto económico redistributivo frente al dogmatismo de la austeridad”, aspira también a ocupar la centralidad, esto es, a convertirse en el paradigma dominante. Su deseo no es el de transformar el terreno de juego, algo que ya ha hecho, sino llegar a lo más alto. Desde su perspectiva, Podemos sólo tiene sentido como partido de gobierno.

Si alguna de estas opciones se concreta, o lo que es lo mismo, si alguna de estas propuestas de centralidad alcanza su objetivo, los partidos viejos, que no pueden competir en ese eje por desgaste, por falta de credibilidad o por ofrecer propuestas muy diferentes, tendrían que salir del escenario y dejar paso a los nuevos intérpretes. Llevaría tiempo, pero sería inevitable.

Opción B. Más vale que espabiléis

Los partidos tradicionales han estado demasiado metidos en sus viejas dinámicas, lo que ha provocado que cerrasen los ojos a las señales que les enviaba la sociedad. Como me cuenta José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia Política y autor del reciente Asaltar los cielos. Podemos o la política después de la crisis (Ed. Debate), el 15-M fue un instante clave, “un momento transversal que hizo presente cómo las categorías derecha e izquierda se deshacían. La gente se desanclaba de los partidos tradicionales, planteando unas demandas que los partidos no estaban recogiendo, como democracia real, más transparencia y más justicia social. En última instancia, lo que pedían era que el sistema funcionase, al igual que cuando compras un aparato esperas que funcione según pone en el libro de instrucciones”. Los viejos partidos ignoraron ese movimiento, cuando no lo despreciaron, encontrándose después con que esas demandas ciudadanas hallaron nuevos caminos para ser recogidas.

Aún están a tiempo de cambiar el rumbo, y si la regeneración interna de los partidos tradicionales llega, conservarán su lugar políticamente privilegiado

La paradoja de esta situación es que, por así decir, “se puede estar escribiendo recto con renglones torcidos”, en opinión de Torreblanca. Nuestro diseño constitucional dio forma a un sistema político en el que el ganador se lo lleva todo, por lo que “un partido con mayoría absoluta colonizaba todas las instituciones, desde el Tribunal Constitucional hasta las asociaciones de vecinos pasando por las televisiones, lo cual era un grave problema, porque todas las democracias necesitan instituciones contramayoritarias. Hasta ahora no habíamos conseguido frenar esas mayorías absolutas de una forma eficaz, pero la concurrencia de esos cuatro partidos sí puede tener efectos contramayoritarios, aunque sea por otro camino”. En esencia, la regeneración que no han querido realizar, ni internamente ni en el mismo sistema, se la están haciendo otros por la vía de los hechos, lo cual es socialmente muy beneficioso, porque moviliza un sistema coagulado.

La tesis que se sugiere por parte de quienes responsabilizan de este cambio a la ceguera de los partidos tradicionales es que aún están a tiempo de cambiar el rumbo, y que si esa regeneración interna llega, aunque sea forzada por las circunstancias, conservarán su lugar políticamente privilegiado. Si no es así, estarán abriendo la puerta a que las nuevas formaciones se los lleven por delante.

Opción C. Aquí no pasa nada

Los partidos nuevos, y Ciudadanos lo es a nivel nacional aun cuando tenga ya nueve años de existencia, van a tener que enfrentarse a problemas serios para los que probablemente no estén preparados. El primero es el de su organización: estructurar una formación en todo el territorio nacional y con poco tiempo va a generar conflictos inevitables, lo que tarde o temprano los debilitará.

Los partidos tradicionales sólo tienen que aguantar el tirón y verán cómo la simpatía por sus nuevos adversarios decae en cuanto toquen poder

En segundo lugar, y dado que tendrán que pactar en muchos lugares e incluso que gobernar en algunos, tendrán que mojarse en el día a día, lo cual les restará mucha fuerza porque quedarán retratados. Además, las políticas de pactos suelen ser una trampa de la cual es mucho más probable que salgan dañados los partidos emergentes, como ha venido ocurriendo en las últimas décadas en las democracias europeas. Los partidos tradicionales sólo tienen que aguantar el tirón y verán cómo la simpatía por sus nuevos adversarios decae en cuanto toquen poder.

La guerra: perro comeperro

Estos son los tres escenarios que se valoran cuando se habla de fin del bipartidismo. Sin embargo, la política actual tiene muchos más giros, máxime cuando estas lecturas sólo toman en cuenta el eje nuevo/ viejo. Más allá de los discursos que cada uno articula sobre sí mismo y atribuye a los demás, está la práctica cotidiana, y esta se halla todavía anclada en un eje viejo, el de izquierda/derecha. Lo que estamos viviendo es una suerte de bipartidismo doble, en el que Ciudadanos y PP compiten por un espacio, y PSOE y Podemos por el otro. Eso no significa que se dirijan a los mismos votantes, ni que ofrezcan propuestas similares, ni tampoco que España esté claramente partida en dos en el terreno ideológico; quiere decir más bien que sólo hay sitio para dos actores dominantes. No tendría por qué ser así, porque contamos con muchos ejemplos de países que conviven en una situación estable de multipartidismo, pero el caso español contiene una variable que le diferencia: la velocidad.

Si Ciudadanos no muerde electoralmente, Albert Rivera quedará convertido en una figura a lo Rosa Díez

Estamos viviendo una carrera en la que todos van con la lengua fuera, unos por mantenerse y otros por llegar arriba, y las señales de debilidad se van a pagar caras. Los cuatro partidos que concurren con posibilidades a las elecciones tienen vocación de ser los primeros, y si las señales indican que nunca llegarán a ser fuerza de gobierno, sus opciones disminuirán rápidamente: al que pierda pie, le pasará lo mismo que a IU o a UPyD. Si el PSOE queda detrás de Podemos en las elecciones generales, tiene complicada su supervivencia; si Podemos se queda estancado, terminará por desinflarse; si Ciudadanos no muerde electoralmente, Albert Rivera quedará convertido en una figura a lo Rosa Díez; si el PP sigue inmerso en sus peleas internas y sus escándalos, se oirán mucho más alto las voces que desde la derecha creen que Rivera es una buena opción.

Cierto es que todo apunta a que conviviremos con este escenario múltiple durante algún tiempo, pero el horizonte parece claro. Cuanta mayor sea la debilidad del PSOE, mayor será la fortaleza de Podemos; y cuanto más mengüe la bolsa del PP, más se llenará la de Ciudadanos. El eje del combate real, el que está teniendo lugar es ese: cuatro partidos de los que sólo pueden quedar dos.

*El martes 28 de abril El Confidencial y Aneimo organizan '2015, el año político que cambiará España',una jornada sobre sondeos electorales en la que se abordará, entre otros asuntos, el fin del bipartidismo, con representantes de las cuatro principales formaciones políticas.

Aceptémoslo, el bipartidismo ha llegado a su término. Quizá no en el sentido que hasta ahora se ha estado manejando, el del final de los dos partidos dominantes, pero sí en lo que se refiere al reparto electoral: la política española ya no es cosa de dos. Si lo miramos en términos de cuota de mercado, parece evidente. PP y PSOE acaparaban el 80% del voto, mientras que en las últimas encuestas sobre las generales apenas sobrepasan el 40%. Es idea generalizada que el próximo escenario será el de los pactos, lo cual es el mejor ejemplo de que las cosas han cambiado por completo.

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