Es noticia
Los progresistas pijos: una explicación a los cambios en la política contemporánea
  1. España
  2. Postpolítica
Esteban Hernández

Postpolítica

Por

Los progresistas pijos: una explicación a los cambios en la política contemporánea

Un nuevo libro del ensayista estadounidense Thomas Frank ofrece pistas acerca de qué está ocurriendo en la sociedad. Y sirve para describir a la izquierda dominante en España

Foto: Dicen que son progresistas y van en limusina. ¿Un estereotipo? (iStock)
Dicen que son progresistas y van en limusina. ¿Un estereotipo? (iStock)

Entre muchas personas de izquierda, tras los últimos éxitos de la extrema derecha austriaca, alemana o estadounidense, y constatando cómo esa tendencia está imponiéndose en la Europa de la crisis, late la preocupación de que las malas perspectivas vitales, la frustración y la ira acaben dirigiendo a grandes masas de votantes hacia movimientos autoritarios. Unos recuerdan a la Europa de 1920, otros alertan del populismo, muchos de ellos equiparan una cosa y la otra, y los menos piensan en cómo pueden dirigir esas tensiones hacia un terreno políticamente productivo.

Thomas Frank ofrece una respuesta a los progresistas en su nuevo libro, 'Listen, liberal': “Mirad dentro de vosotros”. La causa primera de que los liberales estadounidenses, los equivalentes a nuestros progresistas, hayan perdido a parte de la clase media y a la clase obrera para su causa, tiene que ver con que han pasado demasiado tiempo asistiendo a charlas TED, yendo de vacaciones a Martha's Vineyard, hablando de microfinanzas, de lo saludable que es montar en bicicleta, de la filantropía y de que la desigualdad se soluciona con la políticas educativas que promuevan la innovación. Salvo lo de Martha's Vineyard, todos estos males también son aplicables aquí.

La izquierda caviar

El 'New York Times' publicó esta semana una reseña en la que, además del libro de Frank, incluía la revisión de 'The Limousine Liberal', de Steve Fraser, quien analiza el estereotipo al que parece apuntar Frank. La izquierda caviar o la izquierda bling-bling, según la nominaban los franceses, alude a ese tipo de progresistas que conducen coches de lujo, viven en casas muy por encima de la media, alternan con las élites y cuentan con un nivel de vida elevado (o son directamente millonarios). Hay una serie de nombres en la sociedad española que encajan en esa tipología, por lo que este tipo de argumentos también nos suenan familiares.

La utilización del término “liberal de limusina”, más que responder a una realidad, constituye una acción populista de la derecha para instigar el resentimiento

El argumento de Fraser no consiste en profundizar en el estereotipo, sino en dinamitarlo. Desde su perspectiva, algunos de sus elementos no dejan de ser ciertos: el partido demócrata está constituido por nuevas élites y se ha convertido el espacio en el que se juntan el mundo del management, los profesores de las grandes universidades y los emprendedores tecnológicos, como Zuckerberg o Gates, sólo que, en lugar de promover el mundo jerárquico y patriarcal de los conservadores, apuestan por la interconexión y el cosmopolitismo. Sin embargo, avisa, la utilización del término “liberal de limusina” más que responder a esta realidad, constituye una acción populista de la derecha neoliberal para instigar el resentimiento. El nacimiento de nuevas formas de conocimiento experto y las nuevas instituciones que exigía la modernidad han promovido cambios notables, y los conservadores tratan de aprovechar políticamente la resistencia que generan utilizando una expresión peyorativa que desprestigia a sus rivales.

La solución a un gran misterio

La de Fraser es también la interpretación que de los liberales de limusina han acogido los partidos socialdemócratas europeos y la izquierda que circula a su alrededor. Pero esta lectura implica estar varios años por detrás de la realidad presente, que es la que Frank trata de subrayar. Hay una idea que expone el autor de 'La conquista de lo cool' que le hubiera venido bien a Fraser. Según Frank, existe una pregunta que los liberales estadounidenses se niegan a contestar, esa que es el centro del asunto desde hace algunos siglos. Hoy se la denomina desigualdad, pero en el siglo XIX se la llamaba de otra forma: era la cuestión social, o por decirlo en los términos de Frank, “la solución a ese gran misterio que es cómo vamos a vivir todos juntos”. Desde esa perspectiva, y entendiendo que lo fundamental es qué forma de sociedad es más adecuada para la vida en común, incluyendo la cuestión del reparto de la riqueza, apenas tiene importancia el hecho de que se posean más o menos bienes o que se tenga una posición social mejor o peor para emitir un juicio. Recurrir a las características personales de quienes enuncian las ideas es con frecuencia una forma de negarse a debatir: se desprestigia al adversario y así no hay que ofrecer razones.

Se preocupan de la precariedad, pero de la de esos jóvenes, formados y con gran capital cultural, que se parecen mucho a sus hijos

Aún así, no debería olvidarse que Frank ha puesto el dedo en la llaga, y bien puede concluirse que existe un progresismo que se ha alejado mucho de sí mismo y que ha terminado por defender exclusivamente sus intereses. Pero ese progresismo de limusina no es exactamente al que se refieren los neoliberales, el de ricos hipócritas que engañan al populacho para que les vote, sino un tipo de opción política totalmente alejada de los intereses de las clases medias y de las obreras.

Un retrato ideológico

Su ideología recoge un montón de asuntos de interés general a los que da un giro para que encajen en su perspectiva. Son cosmopolitas, europeístas y defensores del medio ambiente. Los asuntos sociales están entre sus principales preocupaciones, pero desde esa vertiente instrumental que subrayaba Nancy Fraser cuando se refería a Hillary Clinton como el prototipo del feminismo de derechas “centrado en romper el techo de cristal. Eso significa eliminar los obstáculos que impiden a mujeres más bien privilegiadas, con buena formación, y que ya poseen grandes cantidades de capital cultural y de otro tipo, subir en los escalafones de gobiernos y empresas”.

Les gusta el 'running' y la vida saludable, y disfrutan con la comida, sobre todo con la de restaurantes de moda dirigidos por prestigiosos cocineros

Esta misma operación se repite en el mundo del trabajo: suelen hablar del gran problema de la precariedad, pero se refieren a las dificultades del ingreso en el terreno laboral de personas con buena formación y grandes capitales de capital cultural, a menudo sospechosamente parecidas a sus propios hijos. El paro es una cuestión que se soluciona ayudando a que los desempleados se formen, y sólo son partidarios de medidas especiales para casos concretos, como el de los jóvenes o los parados de larga duración.

Aman las estadísticas

Son especialistas en las guerras culturales, y enseguida sacan a relucir los problemas que está causando la religión en el mundo y la católica en España, o las discriminaciones que sufren los homosexuales de clase alta en su vida cotidiana. Odian a los populistas, por supuesto. Y aman los gráficos: en cuanto alguien les subraya un problema real, echan mano de las estadísticas para negar que ese asunto exista.

En España son fáciles de reconocer porque han estado ligados al PSOE y a sus entornos y porque son conservadores en lo económico

Les gusta el 'running', y en general la vida saludable, y disfrutan con la comida, sobre todo con la de los restaurantes que más cobran. La cultura es algo que siempre defienden, con la condición de que no sea demasiado problemática, y autores como Muñoz Molina o Millás, o tantos otros que giraban alrededor de 'El País' se han convertido en sus referencias. En España son fáciles de reconocer, porque han estado ligados al partido socialista y a sus entornos, pero sobre todo porque, como subraya Thomas Frank son progresistas para casi todo menos para las cuestiones económicas, donde se muestran insistentemente ortodoxos.

¿España es diferente?

En este contexto, es sencillo entender que buena parte de las clases medias y de las clases obreras estén girando en Europa hacia la derecha, porque es enormemente complicado que con este tipo de visión del mundo puedan generar simpatías entre la gente común. Podría argumentarse que España es diferente porque aquí no han estallado los partidos populistas de derechas. Y siendo cierto, también lo es que esas clases no son particularmente favorables a la izquierda: el voto que recibe el PSOE de esas capas sociales proviene de la tradición más que de la convicción, y el de Podemos ha llegado tanto desde posiciones favorables al nacionalismo periférico como de clases medias empobrecidas (universitarios precarios, profesionales que han salido del mercado, funcionarios) con motivos para indignarse.

Si la izquierda quiere entender por qué la derecha populista está ganando terreno en Europa, el consejo de Frank suena pertinente: mirad dentro de vosotros

Si podemos hablar de una suerte de gentrificación de la izquierda socialdemócrata, también podemos hacerlo de una operación similar en la izquierda emergente, que ha acogido ideas, actitudes y formas que les separan de esos estratos que por origen y situación social deberían ser sus principales simpatizantes.

De modo que, si la izquierda quiere entender cuáles son sus problemas, y por qué la derecha populista está ganando terreno en Europa, el consejo de Thomas Frank suena pertinente: mirad dentro de vosotros.

Entre muchas personas de izquierda, tras los últimos éxitos de la extrema derecha austriaca, alemana o estadounidense, y constatando cómo esa tendencia está imponiéndose en la Europa de la crisis, late la preocupación de que las malas perspectivas vitales, la frustración y la ira acaben dirigiendo a grandes masas de votantes hacia movimientos autoritarios. Unos recuerdan a la Europa de 1920, otros alertan del populismo, muchos de ellos equiparan una cosa y la otra, y los menos piensan en cómo pueden dirigir esas tensiones hacia un terreno políticamente productivo.

Extrema derecha Hillary Clinton Política