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Hablemos de lo que hay detrás de Uber (y dejémonos de historias)
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Esteban Hernández

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Hablemos de lo que hay detrás de Uber (y dejémonos de historias)

No se trata únicamente de un conflicto que vive el sector del taxi, sino de un enfrentamiento en toda regla entre distintos tipos de sociedad. El modelo Uber conduce a cambios radicales

Foto: La manifestación de los taxistas, ayer, en Madrid. (Ballesteros / EFE)
La manifestación de los taxistas, ayer, en Madrid. (Ballesteros / EFE)

La huelga de taxistas ha sido interpretada desde una serie de argumentos banales, que han circulado con mucha frecuencia, y que suelen repetirse sin reflexión alguna. Aluden a la tecnología (“contra la que no se puede luchar”), a la capacidad de adaptación a los nuevos tiempos (“los taxistas tienen que darse cuente de que tienen que cambiar”) y, por supuesto, a la existencia de privilegios (“el taxi es un monopolio y tiene que abrirse a la competencia”) que perjudican a los clientes. Son objeciones absurdas, pero que forman parte de la ortodoxia de la época.

Así transcurrió este martes la jornada de huelga de taxistas

En primer lugar, la tecnología tiene poco que ver en esto. Los coches no se conducen de otra manera, el servicio se presta igual (un conductor lleva al pasajero en su vehículo al lugar que le indican) y se sigue cobrando un precio por ello. Uber y Cabify son 'apps', y 'apps' hay muchas, también en el sector del taxi. Lo que diferencia a ambas compañías es que han realizado una enorme inversión en propaganda, en 'lobby' y en puesta en marcha de sus firmas, no los medios técnicos que emplean, que son lo de menos.

Lo que os espera

La adaptación a los tiempos es otro dogma habitual. Consiste en dibujar un horizonte como ineludible, dando forma a un marco en el que todo el mundo debe obligarse a encajar. Pero esto tiene mucho de versión interesada del futuro y mucho menos de realidad. Y no solo porque lo que pasará mañana depende en buen medida de lo que hagamos hoy, sino porque no se entrevé ninguna conexión entre esa afirmación y el caso Uber. Quizás el taxi deba cambiar, y es un sistema que posee muchos defectos, pero la 'uberización' como porvenir obligado es solo una versión de parte. Y poco conveniente.

La 'uberización' del trabajo es un grave problema, que se está manifestando en muy distintos sectores y con consecuencias muy serias

El taxi no es un monopolio, sino un sector regulado en el que compiten diariamente muchísimos autónomos y pequeños empresarios por ganarse la vida. Uber y Cabify, firmas de alcance mundial, sí pueden conformar un duopolio, con todas las desventajas para trabajadores y usuarios que se derivan de ello. Cuando tienen que introducirse en el mercado, pueden ofrecer precios que beneficien al cliente, pero eso es hasta que se hacen con el sector. A partir de entonces, la competencia se olvida y los precios suben. Y más con un sistema como el de Uber, en el que lo que se abona por la carrera se fija a través de un algoritmo según la demanda existente (lo cual permite cobrar precios mucho más elevados si se trata de un día muy lluvioso, por ejemplo). Si en realidad el problema fuera la competencia, bastaría con que se permitiera que cualquiera pudiese tener una licencia si cumpliera los requisitos, y no seguiría regulándose, como se va a hacer, para que únicamente empresas como Uber o Cabify encuentren su hueco en el mercado.

Los nuevos modelos de negocio

Más allá de esta retórica argumental, el caso Uber nos afecta a todos. No es un problema aislado del sector del taxi, sino una constante de nuestro tiempo que amenaza con intensificarse. La 'uberización' del trabajo es un grave problema, que se está manifestando en muy distintos sectores y con consecuencias serias, que ya hemos abordado.

Pero los problemas no quedan circunscritos al plano laboral: van mucho más allá. El nuevo tipo de empresas que están imponiéndose, que pertenecen a la economía del contenedor, posee características que se revelan muy negativas para el conjunto de la sociedad. Suelen ser (aunque no solo) plataformas tecnológicas globales que no producen ni prestan ningún servicio y que se limitan a mediar, lo cual les permite soportar costes bajísimos. Sus empleados son muy pocos, si se tiene en cuenta el gran número de actividades que se realizan bajo su cobertura, cuentan con una posición dominante, como es el caso de Amazon, que les permite imponer condiciones a sus proveedores, y su modelo transnacional les ayuda a evitar las legislaciones locales, también las referidas a los impuestos. Su fórmula consiste en despojarse de todo aquello que no consideran central para la firma, como ha ocurrido en muchas otras compañías, solo que ellas lo llevan al extremo.

La única tarea de Uber es poner en relación a clientes y autónomos a través de una aplicación cobrando un porcentaje por ello

Como expuse en 'Los límites del deseo', el caso Uber es muy representativo: la empresa no necesita de un parque de vehículos o de viviendas propio, no ha de abonar salarios, seguros sociales, gastos de mantenimiento o impuestos derivados de la posesión de los bienes destinados a la actividad (que corren por cuenta de los prestadores de servicios, a los que consideran como 'freelances' y no como empleados), y su única tarea es poner en relación a clientes y autónomos a través de una aplicación cobrando un porcentaje por ello. Su peculiar fórmula le permite obtener ingresos de una cantidad ingente de transacciones, ya que es una firma que opera a nivel mundial.

Sus enemigos

Para conseguir este objetivo, deben derrotar a su competencia, que no son empresas similares que ocupan su mismo sector; más al contrario, han de pelear con un buen número de pequeños operadores que ocupaban un espacio fragmentado. Del mismo modo que el enemigo de Amazon en sus inicios eran las librerías o las tiendas de discos físicas, en el caso de Uber o Airbnb sus rivales son los taxistas o los hosteleros que ya están operando. Para ganar cuota de mercado, no solo han de tejer una oferta diferente sino que deben pasar por encima de controles institucionales (los que regulan las actividades de prestación de servicio de transporte o de alojamiento), de las resistencias de asociaciones gremiales, de las costumbres de los usuarios y de los propios estados, que tratan de salvaguardar su papel como supervisores de la actividad económica. Al final del camino, ganan la partida porque tienen más capital, pueden ejercer presión de forma efectiva para influir en los gobernantes y que cambien las normas y poseen el poder para pasar por encima de leyes vigentes. Ellos tienen condiciones de funcionamiento privilegiadas y ahí radica su fuerza real.

Las dos ortodoxias

De modo que vivimos entre una ortodoxia que vive inmersa en la retórica de la innovación, la tecnología y el futuro para justificar empresas que poco tienen que ver con estas cosas, y otra ortodoxia, la progresista, que se queda anclada en el factor trabajo y en las huelgas. El nuevo modelo de negocio que están imponiendo las tecnológicas y los fondos de inversión que las impulsan posee una visión holística en la que se pretende extraer lo máximo haciendo lo mínimo. Y eso afecta a los empleados, que ya no lo son y se convierten en autónomos y que vuelven al trabajo a destajo típico del pasado, pero también a proveedores y clientes.

Cualquier análisis que quiera realizarse de estas empresas debe tener en cuenta todos los factores, porque cada uno de ellos cuenta con repercusiones serias. Y, desde luego, ha de examinar las consecuencias para el conjunto social que estos modelos de negocio producen. Reducir todo esto a la resistencia inútil de unos teóricos privilegiados, como serían los taxistas, frente al poder de la tecnología, o al del trabajo frente al capital, es perderse buena parte del cuadro. Pero, en fin, habrá quien prefiera hablar de Pablo Iglesias y del huevo.

La huelga de taxistas ha sido interpretada desde una serie de argumentos banales, que han circulado con mucha frecuencia, y que suelen repetirse sin reflexión alguna. Aluden a la tecnología (“contra la que no se puede luchar”), a la capacidad de adaptación a los nuevos tiempos (“los taxistas tienen que darse cuente de que tienen que cambiar”) y, por supuesto, a la existencia de privilegios (“el taxi es un monopolio y tiene que abrirse a la competencia”) que perjudican a los clientes. Son objeciones absurdas, pero que forman parte de la ortodoxia de la época.

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