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Los nuevos reaccionarios: cómo han conseguido eliminar toda crítica
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Esteban Hernández

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Los nuevos reaccionarios: cómo han conseguido eliminar toda crítica

Si algo tiene éxito, no es criticable. Esta premisa, que se aplica a todo lo que triunfa, revela el mecanismo más frecuente de nuestra época para mantener una ortodoxia retrógrada

Foto: El cantante Maluma en una captura de un videoclip. (YouTube)
El cantante Maluma en una captura de un videoclip. (YouTube)

Cuando hablamos de reaccionarios, surge esa imagen de gente ideológicamente radical, anclada en el pasado, que echa de menos a Franco y que sería feliz si regresáramos a finales de los años 50. Pero por más que forme parte del imaginario común, de esos quedan pocos ya, y socialmente no son relevantes. El conservadurismo más pernicioso ha tomado hoy nuevas formas, que además niegan ese carácter.

En la cultura es evidente. Valga un ejemplo reciente para ilustrarlo. Ocurrió hace un par de días, con lo cual estamos ante un debate agotado (ya hay otros asuntos de actualidad absurda que han tomado su lugar y que sirven para sigamos produciendo gratis para Facebook y Twitter) pero que señalaba algunos aspectos relevantes. Y no porque el caso de Bartual, el dibujante que se ha convertido en la gran sensación del verano en las redes y en los medios con una historia narrada a través de tuits, suponga algo especial, sino precisamente porque es más de lo mismo: encaja en una serie de prácticas habituales.

Si lo pasan bien…

Como partimos de la anécdota, dejaré claro mi punto de vista. He leído el hilo de Bartual sin prestarle demasiada atención, y reconozco que tiene ingenio en lo que se refiere a la elección del vehículo narrativo y en algunos de sus giros. No me interesa demasiado, pero tampoco me causa animadversión alguna. Si hay gente que se lo ha pasado bien con él, fantástico, como si lo hacen con el fútbol, cocinando, con el cine que se proyecta en los museos o con la literatura de vanguardia canadiense. Con su tiempo libre, que cada cual haga lo que quiera, ¿no?

Después llegó la respuesta hostil contra quien criticaba, la impugnación de la impugnación, que es el mecanismo preferido del conservadurismo actual

La consagración de Bartual como último gran fenómeno fue provocada por un número sustancial de medios de comunicación, que lo elevaron a la categoría de acontecimiento. Como suele ser frecuente, algunas personas criticaron al dibujante a través de las redes, pero hubo muchísimas más que alabaron su hilo. Todo iba como siempre hasta que Víctor Lenore publicó un artículo criticando la obra, desde el punto de vista formal y desde el de su mensaje. Entonces, también como ocurre siempre, todas las miradas se volvieron hacia quien criticaba, y el periodista recibió una buena tunda en redes.

La estructura

En el caso Bartual lo que importa no es la creación en sí, sino la estructura de respuesta: hubo quienes, constatando la popularidad del hilo en las redes, decidieron que era una gran obra, y así lo vendieron en sus medios; después llegaron las críticas; y más tarde apareció la respuesta masiva y hostil contra quien criticaba, una suerte de impugnación de la impugnación, que es el mecanismo preferido del conservadurismo actual.

Cuando algo alcanza el éxito, y da igual que sea Maluma que MasterChef, nada se puede decir sobre ello sin ser tildado de elitista o de facha

En el caso de la cultura, funciona así: una vez que algo se ha consagrado, que se ha convertido oficialmente en popular, se convierte en incriticable. Da igual que sea Bartual, MasterChef, Maluma, 'Juego de Tronos' o '50 sombras de Grey'. Cuando un producto (y no utilizo la palabra producto como seudónimo) alcanza el éxito masivo, nada puede ser dicho sobre él sin que la persona que lo pone en cuestión sea tildada de retrógrado, de estar fuera de su tiempo, de ser un elitista, de tratar de imponer sus gustos a los demás, de no entender las nuevas forma de expresión y demás banalidades similares.

Las 'retóricas de la intransigencia'

Hubo un tiempo, cuando reinaba el esnobismo, en que ocurría al revés y cualquier obra popular era rechazada por ese mismo hecho. Ahora el péndulo está en el lado opuesto, y si alguien se atreve a levantar la voz contra lo establecido, es decir, contra lo que el mercado ha sancionado, pasará por el rodillo de lo que Hirchsman llamó las “retóricas de la intrasigencia”, esas que decían que toda crítica al statu quo era perversa, fútil o peligrosa, en tanto conducía a un panorama todavía peor.

En la economía este cierre reaccionario es masivo: sólo existe una teoría económica válida, la que interesa a los actores con más poder

Pero además, hoy se pone el acento en quien se resiste a la ortodoxia del éxito, que es descalificado a partir de sus circunstancias personales. Puede ser un rastrero envidioso (como se decía ayer, "En fin, yo estas palabras de Santiago Bernabéu las colgaría de la pared: 'Hemos ganado 60 copas para que se me acuse de adormecer al país. Estas acusaciones las hacen los intelectuales que no venden un libro ni a tiros'), un troll que sólo busca publicidad, o un odiador profesional, o cualquier otra cosa por el estilo.

Lo que se puede decir

No es cuestión de la cultura, sino de un estado general de cosas que atañe al tipo de ideas que se pueden difundir y a las que no, al tipo de visiones del mundo que es dado relatar e incluso a las creencias que son tenidas por pragmáticas. En la economía, por ejemplo, este cierre reaccionario es masivo: sólo existe una teoría económica válida, la ortodoxa, es decir, la que casualmente interesa a los actores con más poder en nuestra sociedad; oponerse a ella lleva a enfrentarse con una cantidad ingente de conversos que atizan por las redes y en los medios sin piedad a quien no sigue las revelaciones divinas.

Los ortodoxos han tomado casi todo y su fervor les lleva a clavar sus cuchillos dialécticos en quienes se salen un milímetro de la línea

Tanto es así, que en la reunión de los banqueros centrales la pasada semana en Jackson Hole, lo que Draghi vino a decir es que todo aquello que le decían que no hiciera, porque no iba a funcionar, ha funcionado. Y que seguirá haciéndolo porque funciona. Y eso que la posición de Draghi es ortodoxa, pero incluso entre ellos se desdeña como herejes a quienes se salen del camino marcado. Esto se aplica en cualquier terreno: si dices que para arreglar el problema del paro lo que mejor se puede hacer es invertir en educación para que la gente se forme mejor, todo bien; si además añades algunas medidas para que existan más posibilidades laborales para más gente, la puerta se cierra de golpe. Si afirmas que bajar los salarios aumenta el empleo, eres como Dios manda; si lo niegas, e insistes en que depende del contexto y de la época en que se tome esa medida puede ser perjudicial para esos objetivos, eres anticientífico; y si además añades que la redistribución es necesaria, entonces pones en peligro las bases de la convivencia.

En la política

En el ámbito de la política, esto es aún más exagerado, sólo que los golpes se reparten. Si dices algo que no encaja en la ortodoxia de los nacionalistas catalanes, te saltarán al cuello en las redes; si lo haces con los nacionalistas españoles, igual; si eres de izquierdas, pero no ortodoxo, recibirás golpes virtuales desde el lado contrario y desde la ortodoxia de izquierdas, y así sucesivamente.

No aspira a convencer de la validez de sus postulados, sino a mostrar a los demás lo perverso que es quien se opone

Los ortodoxos han tomado casi todo y su fervor religioso les lleva a clavar sus cuchillos dialécticos en quienes se salen un milímetro de la línea. No hay mejor descripción de nuestro mundo que la que ofreció Ken Vandermark, un gran saxofonista que entre otros géneros ha cultivado el free jazz: afirmaba que, cuando empezó, apenas podía tocar con nadie, porque los músicos que practicaban free jazz decían que era demasiado heterodoxo.

La crítica de la crítica

Los mecanismos que utilizan los reaccionarios para esta clausura ideológica sobre lo que es dado discutir son variados, pero la crítica de la crítica es su preferido. Es una postura que asume un lugar de inferioridad, porque no aspira a convencer de la validez de sus postulados, sino a mostrar a los demás lo perverso que es quien se opone. En las redes, esto lo ha llamado Soto Ivars postcensura, y fuera de ella podemos darle otro nombre, pero no sería muy diferente. Al fin y al cabo, esta estrategia es dominante en nuestra sociedad: en España ha ganado el PP no porque haya ilusionado a la población española, sino porque la ha asustado agitando el fantasma de un gobierno formado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

La mejor definición de reaccionario hoy: aquel que defiende el statu quo contra viento y marea

El problema de fondo es que lo que se establece es una suerte de control por los ortodoxos que resulta poco tolerable en una sociedad democrática. En mi caso, no me gustan muchos de los mensajes que difunde el reggaetón, como no me gustaban las letras y la actitud de los heavies de pelo cardado o como no me gusta el neoliberalismo. Y me desagradan por razones estéticas, pero también porque creo que contribuyen a hacer una sociedad peor. Que haya quienes disfruten con eso no es cosa mía: no voy a recomendar a nadie que no baile a Maluma, pero tampoco voy a alabarlo sólo porque venda mucho y tenga millones de seguidores, del mismo modo que no puedo considerar como verdades reveladas las certezas de los economistas actuales, no sólo porque acierten poco, sino porque son simples construcciones culturales.

Los reaccionarios que describía Hirschman no eran un grupo homogéneo de gentes que tenían la misma ideología, sino un conjunto de personas de procedencias diversas, que podían ser conservadores, liberales, radicales o tradicionalistas: en lo que coincidían era en su postura frente a quienes criticaban al sistema. Y hoy ocurre igual. Atacar a quien expone sus argumentos no es defender lo popular ni lo mejor, sino que se ha convertido en una forma de defensa del statu quo, sea el que sea. Y eso es ser reaccionario hoy. Esta especie de control por los pares que se ha impuesto en nuestra sociedad nos lleva a un escenario retrógrado. En uno democrático, lo normal es, una vez desechados los calificativos, atender a los argumentos, y ofrecer razones a favor o en contra. Pero eso es exactamente lo que resulta difícil de hacer. No nos engañemos, esto también es ideología.

Cuando hablamos de reaccionarios, surge esa imagen de gente ideológicamente radical, anclada en el pasado, que echa de menos a Franco y que sería feliz si regresáramos a finales de los años 50. Pero por más que forme parte del imaginario común, de esos quedan pocos ya, y socialmente no son relevantes. El conservadurismo más pernicioso ha tomado hoy nuevas formas, que además niegan ese carácter.

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