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La España del "tonto el último": la lección de Pablo e Irene
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Héctor G. Barnés

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La España del "tonto el último": la lección de Pablo e Irene

El pacto educativo se frustra sin que a nadie le importe, el desmantelamiento de la pública es imparable y todos estamos obsesionados por saber cuál es el mejor colegio. ¿Qué ocurre?

Foto: ¿Es necesario vivir en la sierra para que tus hijos vayan a un colegio público innovador? (Cordon Press)
¿Es necesario vivir en la sierra para que tus hijos vayan a un colegio público innovador? (Cordon Press)

Será deformación profesional, pero últimamente me encuentro con fantasmas educativos en todas las noticias que marcan la agenda, como si se tratase de un oculto hilo conductor que explica gran parte de los odios y miedos de nuestro país. Resulta obvio en el caso del máster de Cristina Cifuentes o el de las supuestas irregularidades en la carrera de Pablo Casado, pero también pulula cual alma en pena en el conflicto catalán o el famoso casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero. Su motivo para haberse decantado por Galapagar, parece ser, es poder llevar a sus hijos al colegio público La Navata, un centro con muy buena fama que suele aparecer en las listas de los más vanguardistas de España.

Falsa alarma. No es que la educación, en sí, nos interese. Desde luego, no como sociedad. Es muy probable que no se haya enterado de que la famosa subcomisión para el pacto educativo, esa que desde hace año y medio persigue una ley que una a todos los partidos por primera vez en décadas, ha bajado la persiana sin pena ni gloria. Este pequeño escándalo —¿tan poca voluntad hay para ponerse de acuerdo en un tema tan importante?, ¿era todo una cortina de humo del PP?— ha quedado reducido a un pequeño apunte a pie de página en la prensa, como un globo que se deshincha poco a poco y cuyo sonido ha sido ahogado por el ruido y la furia de la polémica nuestra de cada día (dánosla hoy), los ultrajes simbólicos y el conflicto perpetuo en el que vivimos instalados.

Se ha abierto la veda para encontrar el mejor colegio, el más innovador, el que tiene mejores notas. ¡Ay del que se quede atrás!

Perdón por caer en la perversa lógica de "si hablamos de X no estamos hablando de Y", siendo Y lo que nos conviene y X lo que no, pero temo que detrás de todo esto haya un preocupante denominador común, una tendencia difícil de revertir y que todos hemos terminado por dar por buena. Algo que podríamos llamar el individualismo educativo, el "tonto el último" de la España posburbuja. Lo compruebo día tras día al ver el interés que suscitan determinados artículos educativos. El futuro de la legislación educativa o las reivindicaciones docentes palidecen frente a los 'rankings', esas guías para saber dónde enviar a nuestros hijos para que el dinero que invertimos nos salga rentable y que se basan en el miedo tan español a que al hijo del vecino le vaya mejor que al nuestro.

Si tan poco nos preocupa lo que nuestros gobernantes hacen con nuestro derecho a la educación, pero tanto nos obsesiona encontrar el mejor colegio para nuestros hijos, quizá se deba a que finalmente nos hemos dado por vencidos y hemos aceptado que en esta guerra competitiva más nos vale pillar una buena trinchera, y que los demás se busquen la vida. Se ha abierto la veda para encontrar el mejor colegio, el más innovador, aquel en el que los alumnos sacan las mejores notas, y ¡ay del que se quede atrás! Si los másteres falsos escuecen tanto es, entre otras razones, porque ponen de manifiesto que el concurso está trucado. Pero siempre lo ha estado, y poco a poco, el suelo educativo sobre el que se asienta nuestro país se agrieta cada vez más ante el desmantelamiento de la escuela pública y la ausencia de un proyecto común como país. La educación se ha convertido en pura competición.

¿Cuánto pagarías por la educación de tu hijo?

La Navata, abierto hace algo más de 20 años, es uno de esos centros públicos en los que "hay tortas por entrar", objeto habitual de elogios como punta de lanza del aprendizaje por proyectos, de la participación de padres en el funcionamiento del colegio y la utilización de nuevas herramientas educativas. Es lógico que Irene Montero, educada en el innovador Siglo XXI, inspirado por la metodología de Freinet y del que destacaba que le había enseñado "a tomar decisiones de manera consensuada y colectiva", apostase por un centro de semejante índole. Desde luego, es una decisión razonable, respetable y coherente con su sensibilidad hacia la escuela pública, aunque quizá también podría haber optado por el Trabenco de Leganés o el Palomeras Bajas de Vallecas. Desde luego, mucho menos hipócrita que los que defendían en público la escuela pública para llevar a sus hijos a centros privados.

placeholder ¿Quién no quiere lo mejor para sus hijos? (EFE)
¿Quién no quiere lo mejor para sus hijos? (EFE)

Hay, no obstante, algo tristemente irónico en su elección, una paradoja que revela la trampa en la que todos los españoles vamos cayendo, uno detrás de otro: si uno de los factores decisivos para decantarse por el chalet de 660.000 euros es llevar a sus hijos al colegio anhelado (de paso, el de los retoños de Bescansa), quizá algo esté funcionando terriblemente mal. Desde luego, muy pocos pueden mudarse a la sierra para meter a sus hijos en un centro tope gama, aunque este sea público. Una de las quejas habituales de los padres madrileños hace referencia a las dificultades en los procesos de selección de plaza para sus pequeños, un arduo proceso en el que el lugar de residencia es un factor decisivo para terminar en un centro u otro. También lo es, en algunos casos, que los padres hayan estudiado en el centro algo que, como denunciaba el sociólogo César Rendueles, promueve la bunquerización social.

Hace unos meses, un titular me dio un vuelco al corazón —y un retortijón en el estómago—: al parecer, sugería un informe de Idealista, "los mejores colegios están en las zonas donde la vivienda es más cara". No se me quitó el susto al comprobar que, exceptuando el distrito Centro, era verdad. Olvidemos por unos instantes el fascinante hecho de que una empresa privada pueda crear una clasificación de colegios públicos gracias a la inestimable ayuda de los exámenes de la Comunidad de Madrid y saboreemos esa amarga realidad en la que la diferencia ya no la marca el precio de la matrícula de un cole de élite, sino en la que el coste de tu casa determina la calidad de la educación que tu hijo va a recibir. La calidad de la enseñanza, parece ser, también va por barrios.

Nadie puede acusar a un padre de querer lo mejor para sus hijos, pero ello no debe hacernos olvidar que el acceso a ese 'lo mejor' no es igual para todos

No hay que perder de vista que ese concepto de calidad educativa está amañado de antemano. Quizá simplemente sea otra forma de decir que los niños de las zonas con rentas más altas tienen más posibilidades de acceder a profesores particulares o que en los barrios con mayor inmigración las notas son más bajas porque es más difícil integrar a dichos alumnos, por no entrar en el tema del bilingüismo, que podemos empezar y no terminar. Como ha mostrado el caso de Estados Unidos, comenzar a poner el sello de "bueno" o "malo" a los colegios genera un peligroso círculo vicioso, en el que los que se lo pueden permitir huyen de los colegios con mala fama mientras que el resto debe quedarse en centros con un presupuesto cada vez menor… por, irónicamente, no sacar buenas notas. El dinero termina convirtiéndose, una vez más, en tabla de salvación individual y generador de desigualdades sociales estructurales.

Pido perdón. Hablar de Pablo e Irene como ejemplo del individualismo del sistema educativo es manifiestamente tramposo, cuando el proceso de consolidación reciente de la educación concertada y privada ha provenido, proviene y provendrá del Partido Popular vía LOMCE. La pareja es, en todo caso, una metáfora, pero también un espejo en el que la mayoría de padres pueden verse reflejados. O una buena lección sobre la extrema dificultad que supone conciliar la prosperidad individual y la defensa de la igualdad en un contexto en el que todos soñamos con lo que, a nuestro juicio, consideramos bueno para nuestra familia. Nadie puede acusar a un padre de querer lo mejor para sus hijos, pero ello no debe hacernos olvidar que el acceso a ese "lo mejor", sea lo que sea, no es igual para todo el mundo. Es una buena advertencia en un momento en el que cualquier posible proyecto educativo común se desvanece ante nuestros ojos, dejando a cada cual que se busque la vida como mejor pueda. Que comiencen los juegos del hambre.

Será deformación profesional, pero últimamente me encuentro con fantasmas educativos en todas las noticias que marcan la agenda, como si se tratase de un oculto hilo conductor que explica gran parte de los odios y miedos de nuestro país. Resulta obvio en el caso del máster de Cristina Cifuentes o el de las supuestas irregularidades en la carrera de Pablo Casado, pero también pulula cual alma en pena en el conflicto catalán o el famoso casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero. Su motivo para haberse decantado por Galapagar, parece ser, es poder llevar a sus hijos al colegio público La Navata, un centro con muy buena fama que suele aparecer en las listas de los más vanguardistas de España.

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