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La inmigración es una trampa
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Esteban Hernández

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La inmigración es una trampa

El arma electoral más potente de la nueva derecha están siendo los inmigrantes. Pero quedarse en esa lectura implica mirar erróneamente los cambios que vienen

Foto: A Nigel Farage le dio muy buen resultado hablar de inmigración. Sus ideas, ahora en Europa. (David Mariuz/Efe)
A Nigel Farage le dio muy buen resultado hablar de inmigración. Sus ideas, ahora en Europa. (David Mariuz/Efe)

Por algún motivo, en los últimos días he leído en Facebook y Twitter frecuentes noticias de cómo los islamistas están tomando la capital de Noruega, Oslo, o de cómo Suecia está abocada a una guerra civil con el Islam. Este fin de semana se celebran las elecciones generales suecas, en las que el DS, el partido xenófobo y antiUE, puede convertirse en la segunda fuerza del país. Recuerdo cómo, en los meses previos al Brexit, algunos diarios británicos rellenaban muchísimas noticias con delitos cometidos por extranjeros, con los fraudes que cometían para cobrar pensiones o ayudas a pesar de no tener derecho a ellas, con clanes foráneos que cometían abusos deleznables o con los puestos de trabajo que ocupaban en detrimento de los nacionales.

No seguí demasiado la prensa estadounidense de derechas en la época de las elecciones presidenciales, pero sí lo suficiente como para ver muchas noticias similares, en la que el notable deterioro de la convivencia, así como la decadencia de una gran sociedad quedaba ligada a un elemento perturbador, el extranjero, que servía para explicar muchos de los males que aquejaban a EEUU.

A la conquista de Europa

Ahora es el turno de Europa. Aquí no son los mexicanos, sino los refugiados sirios, los islamistas y los africanos lo que nos ocupa. La inmigración se ha convertido en un tema central en las diversas agendas de países muy diferentes. En España el debate esté lanzado, pero no tiene de momento demasiada incidencia en el voto, al contrario que en otras naciones continentales, donde la derecha populista y la ultraderecha lo están utilizando como ariete principal a la hora de abrir el mercado electoral.

La inmigración no es un tema central de la derecha radical: lo esencial en su discurso es que la utiliza como mecanismo explicativo de nuestros males

Una vez que el debate surge, parece que resulta inevitable señalar razones a favor o en contra de la presencia de inmigrantes, de lo que aportan o de lo que restan a las economías nacionales, de lo que nos conviene o nos perjudica que estén aquí. Sin duda, es un asunto importante, y pueden entenderse muchas posturas de un lado y de otro.

La conexión con Bruselas

Entrar en esa discusión es caer en la trampa. La inmigración en sí misma no es un tema central de la derecha radical: lo que la vuelve esencial en su discurso es su carácter de mecanismo explicativo de los males contemporáneos y de ejemplo del desatino de una Unión Europea que nos lleva a la ruina. El vínculo entre quienes saltan la valla o cruzan el mar y Bruselas es lo que otorga al tema su potencia electoral: Trump ya recurrió a este argumento, cambiando la capital belga por Washington D.C., como lo hicieron los ‘brexiters’ o Le Pen, y como lo están haciendo Orban, Salvini y las extremas derechas del norte de Europa. A todos les está saliendo bien.

La impugnación de la derecha no se dirige tanto a ese elemento perturbador de la convivencia cuanto a quienes, desde dentro, le están abriendo la puerta

Tiene su lógica: la inmigración se convierte, en sus manos, en una palanca que permite recoger males cotidianos, amplificarlos, dotarlos de un marco y otorgarlos un responsable último, ya sea Bruselas, en el caso europeo, o los burócratas de Washington, en el de Trump. Esa es su esencia, y por eso ha arraigado allí donde el sentimiento anti Bruselas es mucho más profundo, y no en España: los partidos que han sacado a relucir aquí la inmigración lo han hecho sin otorgarle la trascendencia que el otro marco le concede, sin ese aura 'anti' que tanto necesita para funcionar con potencia.

Engreídos blandengues

Por entendernos. Cuando sale a relucir el tema del otro como causa de los males de un grupo, hay que mirar mucho más dentro que fuera. La impugnación de la extrema derecha no se dirige tanto a ese elemento perturbador de la convivencia cuanto a quienes, desde dentro, le están abriendo la puerta. El problema verdadero no son los inmigrantes; son quienes les dejan entrar, quienes insisten en que deben seguir viniendo, quienes nos dicen que son positivos para las sociedades occidentales pero después viven en urbanizaciones de lujo, llevan sus hijos a caros colegios privados y no se cruzan con un marroquí o un sirio en su vida. Son políticos que se dejan llevar por un discurso blandengue y que se gastan el dinero público en los extranjeros pero a los que les da igual lo que pase en Alcantarilla, Murcia; son esos engreídos multiculturales que desprecian las raíces y que no aman a su país pero que después ponen la mano para llevarse las comisiones. Son ellos quienes causan las disfunciones; los inmigrantes no son más que un síntoma.

Los problemas que sufren los catalanes quedan explicados a partir de la acción del otro: el Estado español y su nacionalismo cutre y rancio

Esta es la variable más utilizada. Hay otras, que son fáciles de entender en España, porque con una de ellas ha construido el independentismo catalán su marco, en el que los problemas que sufren los catalanes quedan explicados a partir de la acción del otro: el Estado español y su nacionalismo cutre y rancio. Lo que más anima a los secesionistas no es el deseo de conservar una cultura propia, ni el de conseguir más recursos: quieren separarse de ese mundo que ven obsoleto, acabado, recubierto de naftalina, el de la peor España, que les impide alcanzar su máxima potencialidad. Son un gran pueblo oprimido por el retrógrado orden español, gente moderna, razonable y global que conforma una nación que tendría mucho recorrido en el orden global si se desatasen los lazos con ese pasado arcaico que representa Madrid. El problema no son tanto el encarcelamiento de los políticos y los golpes del 1-0, sino lo bien que reflejan cómo esas élites españolas que vienen del franquismo se niegan a entender la modernidad. Al igual que los emigrantes para la extrema derecha revelan el verdadero carácter de quienes nos dirigen, la violencia no es más que la representación clara de quiénes están al frente, por lo que no les queda otra opción que la independencia.

Retorciendo la tuerca

Desde Reagan, esta explicación del mundo a través del otro ha estado presente en la derecha neocon desde diferentes perspectivas. Bush Jr. lo utilizó profusamente y Trump le ha dado un par de vueltas de tuerca más. Y eso es lo que están haciendo ahora desde la Internacional de la derecha, con gran éxito. La trampa es caer en ese marco y debatir el problema de la superficie, la inmigración, en lugar de entender cuál es el fondo del asunto y dirigirse a él de frente. Una vez más, que el otro, el extranjero, aparece en juego políticamente, hay que volver los ojos hacia el interior.

La Internacional de la derecha ha encontrado una vía para canalizar la tensión que ha recompuesto tanto el mapa político como el geopolítico

En realidad, es fácil que las tensiones internas se produzcan. En el caso español, estamos pagando la luz más cara de la historia, el gas y el agua están por las nubes, al igual que la gasolina; los precios de la vivienda continúan subiendo, así como los alquileres. La cantidad que se necesita simplemente para cubrir la subsistencia ha aumentado, mientras los salarios se estancan o bajan y el paro sigue siendo elevado. Las clases trabajadoras lo pasan mal, las medias se empobrecen y las medias altas ven mucho más difícil la reproducción de su nivel de vida. Mientras tanto, la parte superior de la pirámide social ha aumentado notablemente sus recursos.

Gasolina al fuego

En ese escenario, que es, con diferencias de grado, el de Occidente, es fácil que la hostilidad latente comience a manifestarse. La Internacional de la derecha ha encontrado una vía para canalizarla, que no sólo está recomponiendo el mapa político, sino también el geopolítico. En primera instancia, esta nueva derecha quiere minar a la UE, un propósito que encuentra adeptos en distintos espacios. Trump promueve este movimiento porque cree que es necesario en su lucha contra China; en Europa, porque alienta un marco muy habitual cuando las dificultades aparecen, el de “los míos primero”, es decir, “a mi país solo le irá mejor” (y eso es también Cataluña); entre la izquierda, porque cada vez ve con más claridad, en especial de Alemania hacia abajo, que las políticas redistributivas y de aumento de bienestar social solo pueden tener lugar fuera de la UE, que ha marcado una dirección claramente neoliberal. La UE, en este contexto, debería saber qué significan los inmigrantes en realidad, y que su única opción cohesiva es la material, lo cual implicaría un giro claro en sus políticas económicas. Pero eso perjudica a sus élites, que se niegan a cambiar de rumbo, lo que termina dando más munición aún a la Internacional de la derecha; y por si no bastara, quienes mandan en Europa se empeñan en representar con bastante nitidez los estereotipos con que sus enemigos les combaten. Y de fondo, nosotros, el pueblo.

Por algún motivo, en los últimos días he leído en Facebook y Twitter frecuentes noticias de cómo los islamistas están tomando la capital de Noruega, Oslo, o de cómo Suecia está abocada a una guerra civil con el Islam. Este fin de semana se celebran las elecciones generales suecas, en las que el DS, el partido xenófobo y antiUE, puede convertirse en la segunda fuerza del país. Recuerdo cómo, en los meses previos al Brexit, algunos diarios británicos rellenaban muchísimas noticias con delitos cometidos por extranjeros, con los fraudes que cometían para cobrar pensiones o ayudas a pesar de no tener derecho a ellas, con clanes foráneos que cometían abusos deleznables o con los puestos de trabajo que ocupaban en detrimento de los nacionales.

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