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Lo que hay detrás de la nueva extrema derecha
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Esteban Hernández

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Lo que hay detrás de la nueva extrema derecha

El auge de una fuerza política diferente en toda Europa está basado en dos ideas esenciales: un contrato social territorial y la recomposición del mapa de relaciones entre Estados

Foto: Marion Maréchal-Le Pen. (Clement Mahoudeau/ EFE)
Marion Maréchal-Le Pen. (Clement Mahoudeau/ EFE)

La excelente entrevista a Marion Maréchal-Le Pen realizada por Guillermo Fernández subraya un aspecto absolutamente ligado al desarrollo de la nueva extrema derecha, (a la que bien podría llamarse bonapartista), pero que, por algún extraño motivo, no forma parte del debate público. El resumen rápido sería este: la globalización ha llegado a su fin y hemos entrado en el mundo de la geopolítica. El sistema de las últimas décadas, en el que existía una potencia hegemónica global, a la cual se subordinaban los demás territorios y que encontraba resistencias poco poderosas, ha dejado paso a una confrontación entre EEUU, la potencia dominante, y China, la emergente, con Rusia de tercer jugador, mucho menos influyente.

A la UE le afecta especialmente este giro, porque es un espacio de combate en el que estos cambios se están dejando sentir nítidamente. Europa fue la gran aliada estadounidense después de la II Guerra Mundial, sirvió de dique contra el comunismo y gozó de un nivel de vida elevado, fruto del contrato social fordista, que empezó a debilitarse a partir de los años 70. En la era de la globalización, Europa vivió un momento de desarrollo en términos macroeconómicos, sus empresas adquirieron mucha mayor presencia en el mundo y sus zonas de influencia económica aumentaron, pero sus ciudadanos vieron cómo las rentas de ese desarrollo fluyeron mucho más hacia arriba que hacia abajo. La cohesión social fue deteriorándose y dio lugar a lo que hemos dado en llamar desigualdad (y bien podríamos llamarlo de otro modo).

Un mapa político partido en dos

El ascenso de los populismos ha sido consecuencia de este proceso. La sensación de pérdida que viven las poblaciones de mediana edad, así como la falta de perspectivas para las más jóvenes, han encontrado salidas políticas por diferentes caminos. Hoy, es esta nueva derecha la que está marcando el paso. El mapa electoral europeo tiende a bifurcarse entre quienes abogan por seguir con el viejo sistema, desde Merkel hasta Macron, y quienes propugnan una nueva relación política, como Salvini, Orbán, Le Pen, y las distintas fuerzas de derecha del norte y el este de Europa.

Es una fuerza que dice combatir "los excesos de la sociedad capitalista, en la que la gente no encuentra el sentido a sus trabajos"

Sus ideas presentan un giro notable respecto de la derecha del pasado, que era neoliberal, que apostaba por el globalismo, el libre comercio y que veía con buenos ojos la inmigración porque dinamizaba las sociedades occidentales y las proveía de una mano de obra necesaria. Hoy, por el contrario, se apuesta por "las identidades fuertes, el proteccionismo económico y la aceptación de un mundo multipolar" y se celebra "lo específico, de cada país: sus tradiciones, su herencia cultural y sus raíces".

Los dos grandes problemas

Este giro es importante, porque señala que, aun operando en un doble plano y ejerciendo la atracción sobre dos tipos de votantes, su núcleo es el mismo. Como bien explica Maréchal-Le Pen, se muestra como una fuerza que combate "los excesos de la sociedad capitalista, una sociedad financiarizada en la que la gente no encuentra el sentido a sus trabajos o en la que se ha perdido la calidad humana en las relaciones laborales". Podemos formularlo de otra manera: la propuesta de esta nueva derecha ataca los dos grandes problemas que el sistema global ha producido en Europa. A la creación de sociedades más fragmentadas y deshumanizadas, en las que los lazos son contingentes y que desprecian lo enraizado, responde apelando al sentido de la comunidad, a la solidez que ofrece el formar parte de un colectivo, la nación, que se preocupa con los suyos. A la financiarización y a sus consecuencias, como la fragilización del empleo, el declive de las pymes, el descenso en el nivel de vida en las capas medias y bajas y la precarización, responde ofreciendo una respuesta geográfica.

Su idea no es tocar el sistema, sino rehacer el reparto de los ingresos: lo que antes tenía lugar entre clases, ahora se propone desde lo nacional

Si en la época fordista lo que articulaba el conjunto era el pacto social, esa cohesión surgida de la necesidad de estabilizar la sociedad para evitar tensiones políticas, esta derecha pretende restaurar lo roto por el lado del territorio. Su idea no es tocar el sistema, sino rehacer el reparto: lo que antes tenía lugar entre clases, ahora se propone desde lo nacional. No se trata de disminuir las diferencias entre los pobres y los ricos, sino de conseguir una mejor posición del país para que sus nacionales tengan más recursos.

Lo mismo, pero diferente

Sus ideas son las clásicas del liberalismo, como señala Marion Maréchal-Le Pen: "No hay ninguna incoherencia en defender por un lado la libertad de empresa y por otro lado a las clases populares. Al contrario: el hecho de bajar los impuestos, de simplificar los procedimientos administrativos o de dar más libertad a los empresarios es compatible con la defensa de las clases populares porque la gente más humilde aspira precisamente a que el Estado no se lo ponga más difícil. Lo que quiere todo el mundo es progresar en la sociedad y, a ser posible, enriquecerse". En ese sentido, pocos cambios respecto de las ofertas de la vieja derecha, porque conserva su misma mirada económica. La diferencia está en el lado proteccionista, en esa idea de que, en un mundo en confrontación, lo primero son los nuestros. Y les funciona como promesa: "Vamos a hacer que tú, como nacional, tengas trabajo porque vamos a retener las fábricas, bajaremos los impuestos para que los empresarios creen empleo aquí, y conseguiremos que los inmigrantes dejen de venir y no sigan saqueando las arcas públicas, de modo que habrá más dinero para ayudarte".

La sensación de que si se quiere mejorar en el nivel de vida es necesario establecer otra relación con la UE es cada vez más común

El caso más explícito, el de los EEUU de Trump, viene a negar esa tesis, ya que el giro nacionalista no ha supuesto un avance a la hora de reducir la desigualdad. Aunque EEUU esté ingresando más, sigue sin repartirlo entre clases, y esa será la constante: el descontento en las fábricas de acero estadounidenses es un buen ejemplo. Pero les seguirá funcionando durante un tiempo, porque al menos Trump les propone algo laboralmente, mientras que los demócratas les dicen que se actualicen y se formen para obtener mejores trabajos.

La Internacional de la derecha

Pero el problema de fondo va más allá de los discursos con los que tratan de ganarse a sus votantes. Su idea de articular una Internacional de la derecha, ya existente de facto, responde al regreso de la geopolítica. La idea de que a los países grandes, como el Reino Unido, Italia o Francia les irá mucho mejor por su cuenta que de la mano de la UE, es decir, de la mano de Alemania, está prendiendo; desde luego en la derecha, pero también en la izquierda. La sensación de que, si se quiere mejorar en el nivel de vida y gozar de mejores opciones, es necesario establecer otra relación con la UE es cada vez más común, y ahí es donde crece el soberanismo.

La extrema derecha es un adversario peligroso: no en vano viene empujada por el presidente del país más poderoso del mundo

En el fondo, esta Internacional de la derecha respalda la idea de Trump, y por eso está por aquí Bannon. El propósito del presidente estadounidense es renegociar las condiciones de las viejas alianzas en el nuevo escenario. A menudo se olvida, pero la UE es para los estadounidenses tanto un aliado como un rival comercial, y el deseo de Trump es que su país fuerce acuerdos más ventajosos. Dado que el poder negociador de la Unión Europea en bloque no es grande, pero sí bastante más de lo que implicaría suscribir nuevos tratados bilaterales con cada uno de los países, a Trump le interesa debilitar la UE. Eso ha sido el Brexit, y esa es también la perspectiva de toda la extrema derecha europea, desde Suecia hasta Italia: ¿por qué los alemanes van a ser los mediadores en las alianzas económicas con los chinos o con los estadounidenses en lugar de nosotros mismos? ¿No nos irá mejor si elegimos a nuestros aliados conservando la soberanía? Esa es la marejada de fondo geopolítica, que ya se ha cobrado una pieza en Europa, y que amenaza con extenderse.

Buena suerte

La extrema derecha europea se caracteriza tanto por la forma en que rehace el discurso neoconservador puesto en marcha desde la época de Reagan como por la intención de constituir un nuevo mapa de alianzas. Y es un adversario peligroso: no en vano viene empujado por el presidente del país más poderoso del mundo. Estos dos son los elementos esenciales, pero no parecen ser tomados en consideración. La vieja socialdemocracia y la derecha que no se ha sumado al nuevo discurso viven en un fantasioso mundo de positivismo y optimismo, que no ve en estos movimientos más que residuos del pasado, y la izquierda, como es el caso de la española, está pendiente de sus cuitas internas: parece que su prioridad es negar o insultar a Monereo y Anguita, que es a lo que se han dedicado últimamente, mucho más que entender en qué consiste en concreto esta nueva fuerza política, que, por más que quieran cerrar los ojos, se está llevando a sus votantes en Europa. Unos y otros se contentan con llamarles fascistas y escandalizarse con sus propuestas, y creen que con eso les detendrán. Buena suerte.

En el nuevo escenario geopolítico, la Unión Europea es una presa fácil, y el auge de la extrema derecha es un síntoma evidente

Pero tampoco los dirigentes de la UE parecen dispuestos a afrontar de verdad el nuevo escenario. La fuerza interior de la extrema derecha tiene una causa principal, el notable aumento de la desigualdad, con la desarticulación de los lazos sociales que apareja, pero ninguno de los partidos principales europeos parece dispuesto a poner los límites precisos. Sin un contrato social, la cohesión interna desaparece, y es normal que surjan opciones rupturistas. Pero tampoco se aprecia intención alguna de consolidar la UE exteriormente, por el cambio de rumbo que implicaría. El chiste que se contaba por los pasillos de las embajadas de todo el mundo, según Josep Piqué, es que "la Unión Europa se divide en dos clases de países, los que son pequeños y los que aún no saben que son pequeños". Somos presa fácil, y el auge de la extrema derecha es un síntoma evidente.

La excelente entrevista a Marion Maréchal-Le Pen realizada por Guillermo Fernández subraya un aspecto absolutamente ligado al desarrollo de la nueva extrema derecha, (a la que bien podría llamarse bonapartista), pero que, por algún extraño motivo, no forma parte del debate público. El resumen rápido sería este: la globalización ha llegado a su fin y hemos entrado en el mundo de la geopolítica. El sistema de las últimas décadas, en el que existía una potencia hegemónica global, a la cual se subordinaban los demás territorios y que encontraba resistencias poco poderosas, ha dejado paso a una confrontación entre EEUU, la potencia dominante, y China, la emergente, con Rusia de tercer jugador, mucho menos influyente.

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