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Raquel Tomé

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¿Por qué no me amo?

La autoestima, que varía nuestras experiencias vitales, es difícil de modificar una vez llegados a una determinada edad. Pero no imposible

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Azahar quería ser invisible pero no le salía, se esforzaba y se esforzaba en no molestar nunca a los demás, tanto que deseaba envolverse en una gruesa capa que la volviera invisible.

Ese día luminoso, bañado por la luz de un otoño que se anunciaba perezoso en llegar, salió a la calle como casi siempre, con actitud temblorosa y huidiza como un ratoncillo asustado que olfateara con su sensible hocico los obstáculos imaginarios que se avecinaban. Así que Azahar enfrentó ese día como casi siempre, vestida con la certeza de que si no miraba a nadie lograría pasar desapercibida y no existir para la gente.

Mirar a los ojos se había convertido para ella en algo terrible y peligroso porque estaba convencida de que si dejaba que los demás se adentraran en la ventana de sus chispeantes ojos verdes descubrirían un secreto terrible: cuán horriblemente defectuosa era y qué poco digna de ser amada se sentía. Aunque, ¿sabéis?, Azahar desconocía que, vista desde afuera, los demás veían en ella un ratoncillo huidizo que caminaba bordeando los rincones oscuros de la calle.

La manera en que se miraba a sí misma condicionaba la forma en que se relacionaba con los demás. Siempre estaba pidiendo perdón o pidiendo permiso por existir. Carecía de cualquier atisbo de una autoestima saludable y eso la hacía juzgarse todo el tiempo como inferior frente a los demás a quienes imaginaba estupendos y llenos de capacidades.

La raíz profunda de su desvalorización anidaba en una infancia con una madre controladora

La raíz profunda de su desvalorización anidaba en una infancia donde jamás cumplía las expectativas de una madre exigente, a quien por otro lado adoraba, y resultó ajena a un padre incapaz de reivindicar su lugar, desplazado ante su madre quien se mostraba omnipresente y controladora.

Azahar no se sentía con fuerzas para encarar la vida, era como si su energía vital se esfumara y cada vez la resultaba más agotador luchar por dar lo mejor de sí misma. Abandonaba las cosas a la mitad, carente de la energía vital necesaria para finalizarlas, establecía relaciones donde no acababa nunca de sentirse bien tratada y sus sueños parecían tan inalcanzables como pisar la luna.

Le costaba mucho admitir la realidad de que necesitaba ayuda, porque se juzgaba inferior a sí misma y se exigía ser como los demás, a quienes idealizaba. Un buen día, Azahar sintió en lo profundo de su ser la urgencia de recuperar el tiempo perdido y enfrentar el reto de cambiar lo que sucedía en su mundo interior porque solo así, pensaba, lograría sentirse más a gusto en su piel y reconciliarse con la vida. Hasta entonces se sabía dueña de una casa habitada por molestos y ruidosos inquilinos que la trataban de forma descuidada y, como más adelante comprendió, repetían patrones inconscientes que aprendió de niña en sus vínculos tempranos significativos que desconocían la palabra respeto. Pensó que había llegado el momento de que alguien la ayudara si no quería que todo fuera a peor.

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Así que comenzó un proceso psicoterapéutico para inaugurar una existencia diferente y eso implicaba formularse preguntas vitales nuevas que inauguraron espacios psíquicos vírgenes, emocionales y afectivos. Jugar a las preguntas era como jugar a los sabores y al responderlas sentía recobrar una dimensión nueva bañada por la luz de la conciencia que la ayudó a crear una amorosa valoración de sí misma. ¿Quién soy yo?, ¿Qué partes de mí misma acepto y cuáles no? ¿Puedo pensar las cuestiones por mí misma y reconocer mis deseos? ¿Qué cualidades poseo?.

Azahar empezó a conocerse y a apreciarse y se sintió como una flor que se despereza y abre sus pétalos a la naciente luz del día. Podía sentir el cosquilleo de los rayos de sol y la frescura del frío amargo del rocío.

Toda existencia es valiosa

Comenzó por apreciar su existencia única y especial. Sin sobreentendidos. Hasta entonces la daba por sentada y que ahora comenzó a darse cuenta, de cuán importante y valiosa era su existencia.

La psicoterapeuta Dorothy Corklille lo expresa alto y claro cuando afirma que la base de una autoestima sólida proviene del hecho de sentirnos queridos y valiosos. De estos dos sentimientos, el sentirnos dignos de amor o de importar simple y llanamente por el mero hecho de existir resulta lo fundamental.

Para disfrutar de una autoestima robusta, sana y equilibrada es importante conocer cómo ha sido nuestra crianza. El psicoanalista Dr. Hugo Bleichmar afirma que los padres aman a sus hijos según dos modalidades, que se entremezclan: una, en la que el amor que profesan a su hijo o hija va más allá de cualquier juicio particular sobre un rasgo, se les ama por el mero hecho de ser tal. Y otra modalidad en la que el amor se entrega o retira, a veces completamente, según se cumpla o no con determinados cánones fijados arbitrariamente. Como vimos en Azahar, esto tiene consecuencias directas en la gestación o no de una autoestima saludable en el niño o la niña.

Cuanto mayor se nos haya profesado un amor por rasgos, es decir, si cumplimentamos determinados estándares, mayor será nuestra tendencia a valorarnos acorde al cumplimiento de estos requerimientos. La consecuencia es que de esta autoobservación constante deviene una imagen fragmentada de uno mismo. Sería así, se abstraen ciertos rasgos y se los separa del conjunto haciendo recaer sobre cada uno de ellos un juicio que se traslada a la representación global de la persona.

Convertirnos en quien queremos ser

La importancia de realizar el esfuerzo de reconstruir la autoestima es que podemos convertirnos en personas que se gustan a sí mismas. Y esto resulta fundamental porque ayuda a encajar de forma saludable la falta de ciertas habilidades o los errores, sin hacer tambalear en exceso la valoración de uno mismo.

Podremos, al encarar nuestras limitaciones, articular mensajes internos compasivos que contrarresten una imagen fragmentada de nosotros mismos: somos eso que no nos sale y mucho más. Por ejemplo, una persona con una autoestima adecuada convivirá con formas de encarar la vida envueltas en mensajes acolchados del tipo:

  • No ajustarme a un ideal (un cuerpo ideal o una manera ideal de ser) no me descalifica en mi propio valor.
  • Me alegro de ser quien soy con mis imperfecciones.
  • Soy humano, puedo asumir mis errores y tratar de corregirlos.
  • Cuando descubro que las cosas no me han salido bien, intento probar de nuevo.
  • Puedo lograr las cosas con un poco más de tiempo si me lo propongo.

Si nos sentimos valiosos podemos hacer cosas que nos resulten significativas e incrementen el sentido del propio valor y también nos ayudará a algo importantísimo, a persistir en la consecución de nuestras propias metas. De esta forma, no nos trataremos de forma tan severa que arrase con una buena disposición para corregir los errores cometidos o para intentar las cosas de nuevo aprendiendo de las experiencias previas.

Otro de los elementos que más enturbian la valoración de uno mismo es partir de expectativas inadecuadas. Identificarlas resulta importantísimo porque disparan rápidamente los juicios negativos. La realidad de lo que sucede es que la persona no se cuestiona acerca de si las metas que se propone son inalcanzables o inadecuadas en un momento en concreto. Lo que hace es cuestionarse a sí misma y es precisamente esto lo que despierta sentimientos de inadecuación y falta de valoración personal.

Debemos ser conscientes de que una vez que se ha forjado en la temprana infancia puede no resultar una tarea fácil modificar la autoestima

Imagínate a un niño pequeño que empieza a andar. De repente alguien le ordena: “¡Que corra!”. ¿Cómo crees que se sentirá? Seguramente se hallará desconcertado, abrumado o llorará porque no comprende por qué le tratan con tanta rudeza y exigencia cuando, por otro lado, él siente alegría y entusiasmo descubriendo las nuevas habilidades de su cuerpo. ¿Verdad que resulta absurdo? Bien, pues esto es justo lo que hace una persona con baja autoestima. Ni qué decir tiene el poder destructivo que ejerce propiciarse un mal trato así.

Otro de los componentes a corregir ocurre cuando la persona pone constantemente el foco en lo que le falta, en donde no llega, en lugar de en lo que tiene y en sus capacidades. Se mira a sí misma como carente de valor porque selecciona tendenciosamente los rasgos negativos y esto le impide reconocer sus fortalezas, su potencia, sus habilidades especiales y sus capacidades únicas y, por lo tanto, tampoco puede aceptarse como incompleta o imperfecta aunque no por ello ausente de estimación.

Foto: ¿Realmente influye la autoestima en el rendimiento? (iStock)

Sabemos que pese a haber tenido negativas experiencias tempranas, el nivel de autoestima, alta o baja, puede modificarse. Pero debemos ser conscientes de que una vez que se ha forjado en la temprana infancia puede no resultar una tarea fácil modificarla. Saber esto ayuda a comprender la dificultad de la tarea que se acomete cuando una persona inicia un proceso psicoterapéutico y subraya, a su vez, la necesidad de persistir en el proceso de cambio. Empezar una psicoterapia es lo adecuado porque ayuda a sostener el proceso, valorando adecuadamente los logros alcanzados en cada etapa del camino y poniendo el foco en los avances.

Por lo tanto, si queremos tener una buena autoestima, hemos de concienciarnos de que es importante trabajar seriamente en ella. Debemos conocer las raíces que la nutren porque se trata de una fortaleza esencial que embellece la vida y la potencia. Nos ayuda a vivir armonizados con nuestra naturaleza humana imperfecta pero conectados con la riqueza de una profunda, sincera y agradecida estimación propia.

Raquel Tomé López es psicóloga y psicoterapeuta en el Centro Guía de Psicoterapia.

Azahar quería ser invisible pero no le salía, se esforzaba y se esforzaba en no molestar nunca a los demás, tanto que deseaba envolverse en una gruesa capa que la volviera invisible.

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