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Las prejubilaciones en las élites españolas
Primero fueron los trabajadores, después los pequeños empresarios, luego las empressas medianas y ahora les ha tocado el turno a las clases altas: España está en venta
No hay más que dar un paseo por calles céntricas de las principales ciudades de nuestro país, o por los centros comerciales, para certificar que España está en venta. Probablemente se pueda recorrer la península entera saltando de franquicia en franquicia, al igual que una vez ocurrió de árbol en árbol. Los comercios tradicionales, las cafeterías, los pequeños establecimientos, todo lo que no lleve un logo reconocible, ha desaparecido de nuestra vista, relegado a los viejos barrios, donde todavía permanecen algunos resistentes.
La franquicia es un modelo de negocio peculiar, porque somete a los empresarios que gestionan el local concreto a unas exhaustivas y duras condiciones de funcionamiento, así como al pago de cantidades regulares. No parece una buena idea para un pequeño propietario: aportas el capital, tu trabajo, y a cambio la firma se lleva parte (o buena parte) de los beneficios. Las empresas tecnológicas están ahondando en ese modelo, sólo que descendiendo un peldaño en la escala social, ya que emplean a autónomos o personas pauperizadas: si quieres trabajar en el sector del transporte de pasajeros en la ciudad, has de entregar parte de lo que generes a Uber. El empleado lo pone todo, ellos se llevan el porcentaje.
Perdiendo poder adquisitivo
Antes que a ellos les ocurrió a los asalariados, ya que las empresas no destinadas a los servicios fueron desapareciendo del mapa nacional, y el resto, ante la falta de empleo, apretó con los salarios. Con la desregulación, las deslocalizaciones y la presión de los mercados, se crearon las condiciones para que buena parte de los españoles fuéramos perdiendo nuestro poder adquisitivo, al mismo tiempo que las grandes empresas crecían en tamaño y beneficios.
Es un proceso: las cosas se pusieron feas para los trabajadores, luego para las pymes y ahora ha alcanzado a las grandes firmas nacionales
No son fenómenos aislados, sino que forman parte de un proceso. Comenzó con los trabajadores, se pauperizó más tarde a los propietarios de pequeños negocios, después se pusieron las cosas feas para que las medianas empresas compitieran y ahora ha llegado el turno de los grandes negocios. Los temores de la banca española a la parte del mercado que le pueden quitar las tecnológicas o el miedo de los grandes almacenes y de las empresas de distribución a Amazon, así como las posibilidades que abren los datos y la inteligencia artificial para que se creen nuevos monopolios hace que firmas de gran tamaño estén alerta, porque saben que el crecimiento de otros no puede ocurrir sin que les roben cuotas de mercado, al igual que ocurrió con las pequeñas tiendas. El periodismo es también un ejemplo, con las grandes empresas del sector cada vez más mediadas por Facebook y sobre todo por Google, que están canalizando los ingresos publicitarios que generan las noticias que crean los medios.
El 46% de las acciones de la bolsa española está en manos de inversores foráneos y los fondos compran a precio de saldo el sector inmobilitario
En esta tendencia a la concentración, España, como decíamos, se ha puesto en venta, y eso afecta también a las élites. El 46% de las acciones de la bolsa española está en manos de inversores foráneos, los fondos han adquirido a precio de saldo, gracias a la crisis, buena parte del sector inmobilitario español, firmas emblemáticas llevan ya bandera extranjera y hay capital rastreando continuamente oportunidades de negocio en empresas españolas de toda clase. Firmas como Cortefiel, Telepizza, Prisa, Panrico, o la expública Altadis (antes Tabacalera), son ejemplos obvios, pero hay muchos otros. En esta carrera, algunas compañías (las menos) han cobrado dimensión global, a menudo participadas por capital foráneo y el resto han sido compradas o eliminadas.
No parece mal negocio, pero...
Un ejemplo típico: eres el propietario de una marca de galletas o de leche que se vende en toda España, muchos trabajadores nacionales dependen de la buena marcha de la firma, eres alguien respetado y escuchado por los poderes políticos y con buenas conexiones con los económicos y se te abren las puertas de los lugares a los que vas. Pero tu empresa comienza a ir peor por efecto de la competencia global, de la concentración de la distribución, del crecimiento mediante fusiones y adquisiciones de las firmas competidoras, o simplemente anticipas que así ocurrirá, y una oferta de un fondo hace el resto.
Ahora tienen capital pero carecen ya de poder e influencia. Como a los prejubilados, les han dicho que cojan el dinero y que se aparten del camino
En primera instancia, tampoco es mal negocio para sus expropietarios. Si la empresa está saneada, reciben un buen capital, quedan en una posición económica muy ventajosa, olvidan los problemas ligados a la gestión cotidiana y pueden dedicarse a vivir mejor.
El futuro no está en sus manos
A partir de entonces, las élites nacionales prejubiladas pueden sentarse a dar de comer a los pájaros, competir en la maratón de Nueva York, administrar su patrimonio, comentar en tertulias privadas las estupideces que hacen los políticos, financiar los proyectos de sus hijos y dejarles rentas suficientes para que su vida sea cómoda. El problema es que, a partir de ese momento, tienen capital pero carecen ya de poder e influencia. Como a los prejubilados, les han dicho que cojan el dinero y que se aparten del camino.
La reproducción de su posición depende del poder, de la influencia y de las conexiones, y eso es justo lo que pierden
Pasan a depender para conservar su capital de los circuitos de inversión global, o de las rentas inmobiliarias, o de las inversiones en las startups que sus hijos ponen en marcha. Es un problema para ellos, porque la reproducción de su posición depende del poder y de la influencia, de las conexiones, de las oportunidades que aparecen, y eso es justo lo que pierden. Y eso sin tener en cuenta que los circuitos globales de circulación del capital suelen alimentarse en las crisis de personas como ellos.
Los que ganan
En fin, les han jubilado anticipadamente. Les han mandado a casa con un buen capital para que disfruten de la vida a cambio de dejar el camino expedito a actores foráneos con más poder y recursos, que son quienes están recibiendo sus ingresos. Estos movimientos explican que, según un informe de UBS, en 2017 los multimillonarios ganasen más que en cualquier otro año en la historia. Las fortunas de los superricos han aumentado a un ritmo mucho más alto desde comienzos del siglo XX, cuando familias como los Rothschild, Rockefeller y Vanderbilt controlaban inmensas riquezas.
Los multimillonarios sacan partido de esta situación, la gente con dinero normalmente no. Y ahora no vendrán los poderes públicos a socorrerles
Por explicarlo con un ejemplo gráfico: si las políticas económicas cambian, esa nueva clase de millonarios globales no tendrán ningún problema. Como explicaban a la periodista Linette López, se subirán a sus jets e irán donde deseen, e invertirán donde quieran su dinero depositado en las Islas Caimán o a las Bahamas. Las clases altas nacionales no tendrán esa posibilidad, y seguirán atadas a pagar la universidad de élite internacional de sus hijos, las propiedades de lujo que poseen o a ver cómo la rentabilidad de lo que han invertido desciende. Los millonarios pueden sacar partido de esa aceleración, la gente con dinero normalmente no. Y en esta ocasión no vendrán los poderes públicos a socorrerles.
Es pan para hoy: están siendo desposeídos de su posición a cambio de dinero, porque esa es la realidad de nuestro capitalismo
Hasta ahora, estas élites nacionales jubiladas eran fervientes globalistas, bien porque la reproducción de su capital dependía de la estabilidad económica, bien porque tenían su dinero invertido en firmas transnacionales. A partir de ahora, y en la medida en que comiencen a sentir la impotencia de su posición, es probable que las tentaciones nacionalistas regresen, y que apoyen a las opciones más negativamente liberales, esas ligadas al populismo a lo Trump, y más en un contexto como el suyo, dado a la nostalgia. No podemos obviar cómo antiguas clases adineradas desposeídas están apoyando a Vox, por ejemplo, o a las posiciones más derechistas del PP.
El problema para ellos es que eso tampoco les solucionará nada, porque estarán alentando el tipo de contexto que les ha expulsado. El problema es que miran hacia abajo, hacia las clases que se hallan por debajo en la escala social, hacia los políticos, especialmente de partidos concretos, o hacia el carácter español a la hora de culpar a alguien de la situación presente. Pero no es así: están siendo desposeídos de su posición a cambio de dinero, y esa es la realidad de nuestro capitalismo.
No hay más que dar un paseo por calles céntricas de las principales ciudades de nuestro país, o por los centros comerciales, para certificar que España está en venta. Probablemente se pueda recorrer la península entera saltando de franquicia en franquicia, al igual que una vez ocurrió de árbol en árbol. Los comercios tradicionales, las cafeterías, los pequeños establecimientos, todo lo que no lleve un logo reconocible, ha desaparecido de nuestra vista, relegado a los viejos barrios, donde todavía permanecen algunos resistentes.