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Todos los males de nuestra época, sintetizados en una muerte
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Esteban Hernández

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Todos los males de nuestra época, sintetizados en una muerte

El suicidio de una mujer que iba a ser desahuciada esconde aspectos muy poco tranquilizadores. Refleja un futuro posible, y no va a ser nada bueno como no lo cambiemos

Foto: Se suicida tirándose de su piso una mujer que iba a ser desahuciada en Madrid. (EFE)
Se suicida tirándose de su piso una mujer que iba a ser desahuciada en Madrid. (EFE)

No quiero hablar de Alicia V. M. porque no la conocía, desconozco los datos esenciales de su vida y tampoco sé a ciencia cierta los motivos que la llevaron a saltar al vacío el día de su desahucio. No puedo poner voz a su desesperación. Pero hay muchas Alicias V. en nuestra sociedad, y su caso refleja de un modo nítido varios de los problemas graves que afrontamos. Estamos dejando solas a muchas personas, y no se trata únicamente de la soledad física.

Esta es la historia de la mujer que se ha suicidado en Madrid cuando iba a ser desahuciada

Se ha establecido, como es lógico, una relación directa entre el suicidio y su desahucio, y se han emitido muchas críticas acerca del fallo de los servicios sociales o de las consecuencias a las que aboca la presencia de fondos buitre en el sector inmobiliario. Se solicita que, por ejemplo, para evitar problemas futuros, se aplique la prohibición de desahuciar a personas que carezcan de otra alternativa de vivienda, o que se pongan en marcha medidas públicas que operen sobre el mercado del alquiler. Y siendo ciertos estos problemas y siendo útiles sus soluciones, quedarnos en este aspecto es únicamente permanecer en la superficie: son solo un par de elementos de los que subyacen a situaciones como las de Alicia V.

Sin recursos, sin esperanza

Es una obviedad, pero lo es tanto que la olvidamos con demasiada frecuencia: cuando alguien es desahuciado, es porque carece de recursos. Muchos españoles cercanos a la jubilación viven en estado de necesidad porque perdieron el trabajo y les restan años por cotizar. Los mayores de 60 en paro tienen dificultades para encontrar trabajo, dada su edad. Muchos autónomos, y propietarios de pequeños negocios, los mantienen abiertos, a pesar de que pierden dinero, para poder seguir cotizando y jubilarse. Muchas mujeres, que fueron amas de casa o trabajaron solo durante temporadas en su vida, cuentan con pensiones escasas, como lo son las de viudedad. Todo esto, cada vez más frecuente, quiebra una de esas certezas típicas del Estado de bienestar del que procedíamos, en el que se esperaba que al final de la vida se gozaría de una situación patrimonial mejor que la de la juventud. Esas edades eran las del descanso de las preocupaciones, y nada apunta a que en el futuro vuelvan a ser así.

A principios de los setenta, un buen piso costaba 6.000 euros. A principios de los ochenta se podía comprar una buena vivienda en Madrid por 50.000

La segunda parte no tiene que ver con lo que se ingresa, sino con lo que se gasta. Y desde hace demasiados años, la mayor parte de la población española ha visto cómo su poder adquisitivo decae. O, por decirlo más propiamente, el coste de los bienes esenciales, vivienda, luz, agua, transporte, ropa, alimentación, educación o sanidad, se ha encarecido, y requiere cada vez porciones mayores de los recursos disponibles. Subsistir se ha hecho mucho más caro. En ese escenario, la vivienda suele suponer el mayor gasto, ya sea por la hipoteca o por el alquiler.

Si los precios de la comida hubieran aumentado lo mismo que los de la vivienda en las últimas cuatro décadas, hoy un pollo costaría 60 euros

En España se compraban a principios de los setenta pisos de dimensiones bastante razonables por 6.000 euros . A principios de los ochenta, se podía comprar una vivienda en Madrid por 50.000 euros, también con metros cuadrados suficientes para que viviera una familia sin problemas de espacio. Desde entonces, los precios no han hecho más que subir, y desde luego, mucho más que los salarios. La periodista Anna Minton aseguraba refiriéndose a Londres que “si los precios de la comida hubieran aumentado lo mismo que los de la vivienda en las últimas cuatro décadas, hoy un pollo costaría 50 libras”, y en España ha ocurrido algo similar.

La vivienda como inversión

Gran parte de la responsabilidad de estos precios disparados tiene que ver, además de con la avaricia bancaria, con la conversión de la vivienda en el primer objetivo de inversión. En especial en España, donde las clases medias y las medias altas no han encontrado otro camino para conservar su capital que colocarlo en el ámbito inmobiliario, dado el riesgo del resto de opciones: los negocios están ya reservados a las grandes empresas o a los fondos, y la inversión en instrumentos financieros suele llevarles a perder buena parte de lo invertido.

Si eres joven y no tienes la suerte de poder vivir en una propiedad de tus padres, tendrás que alquilar tu casa a fondos como Blackstone

Hay factores que han disparado esta tendencia, convirtiéndola en altamente perniciosa. Estos últimos años han llevado a que, con los bajos tipos de interés y las políticas del BCE a través de la expansión cuantitativa, se haya proporcionado efectivo a los bancos y a los fondos que han destinado a sectores como la vivienda. La aparición de grandes capitales en la supuesta economía colaborativa ha llevado a que empresas como Airbnb hayan ayudado a crear una burbuja. Y, por último, también por efecto de la emergencia de los grandes fondos, la propiedad está concentrándose, de tal forma que, como se ve en las grandes ciudades, cada vez hay menos propietarios individuales y más firmas dedicadas a adquirir y gestionar patrimonio inmobiliario. El horizonte último nos lo muestra EEUU, donde “la nueva realidad, especialmente para los jóvenes, es que si no tienes la suerte de poder vivir en una propiedad de tus padres, te verás abocado a alquilar tu casa a fondos como Blackstone”.

¿Clase media?

Entre unas y otras razones, el precio de la vivienda se ha disparado en un momento en que los salarios se contraen. Tiene que ver con una estructura perversa que debe limitarse con urgencia, y no solo con medidas destinadas a ayudar a quienes se encuentran en situación de necesidad máxima. Tiene que ver con las opciones vitales que poseemos la mayoría de la población, con nuestra conversión en precarizados continuos, con la generación de deudas que dificultan o imposibilitan cualquier opción de mejora vital, en especial para las generaciones siguientes: si cada vez tenemos menos recursos disponibles, podremos destinar menos a la educación, la sanidad o el bienestar de los niños y jóvenes. Hasta ahora, los padres ayudaban a los hijos; a partir de ahora, tendrán que apoyarse unos en otros, o quizá ninguno de ellos pueda ayudar a los demás. Y todo esto no hace más confirmar eso que se llama desaparición de la clase media, es decir, la posibilidad de una vida materialmente estable. A partir de ahora, y si todo sigue por este camino será peor, la clase media no será más que una posición eventual, un tránsito hacia arriba o hacia abajo. Esas capas sociales tenían sentido cuando existía una red institucional, que iba desde lo laboral hasta las ayudas sociales, que paraba la caída al pozo cuando las cosas se torcían. Y ya no existe, más que en lo familiar.

Vivimos en ciudades impersonales, en las que las familias reducidas y alejadas son muy frecuentes. Estamos cada vez más solos

Ese es otro de los aspectos reveladores de la situación en la que se encuentran muchas personas como Alicia V. Desde luego, fallaron los servicios sociales, que no identificaron que había un problema, lo cual empieza a ser demasiado frecuente. No es extraño: con presupuestos menguantes y menos personal, las ineficiencias y los errores aumentan. Pero, en segundo lugar, tampoco la familia estuvo presente. Hay que insistir en que no se trata de Alicia V. ni de la relación con su hijo, que es un asunto privado, sino de algo mucho peor, como es la desestructuración de los lazos sociales, y la familia es el más importante. Cuando esta falla, ya no hay nada detrás. Vivimos en ciudades impersonales, en las que las familias reducidas y alejadas son muy frecuentes. Estamos cada vez más solos, y puede que todo empeore en ese sentido.

Un factor explosivo

La situación de Alicia V. bien puede ser el futuro de muchas generaciones jóvenes, e incluso de mediana edad: dadas las dificultades para conseguir trabajos estables y suficientemente remunerados, y con las pensiones en tela de juicio, de seguir así las cosas cada vez habrá más mayores pobres. Dado que la movilidad laboral es obligada y muchos cambian de ciudad o de país para encontrar un futuro mejor, que los matrimonios tampoco se caracterizan por la estabilidad, y que las familias son cada vez más reducidas, el futuro anuncia muchas personas solas. Un factor explosivo: gente mayor, pobre, con lazos sociales escasos y con la familia lejos.

De modo que evitar que lo de Alicia V. se repita no puede realizarse únicamente con medidas paliativas para casos urgentes. Exige acciones decididas en muchos ámbitos, de las cuales estamos muy lejos: en lo económico, respecto de la vivienda, y respecto de la sociedad en la que estamos inmersos.

Vivía una situación de clase media pobre y, por tanto, no era objeto de la atención política ni de la izquierda ni de la derecha

Pero hay algo más en el caso de Alicia V., una mujer que parece haber sucumbido al peso de la pobreza y de la vergüenza, y que se hallaba en tierra de nadie. Alicia V. era “una mujer elegante, educada, que todas las tardes salía a tomar café con las amigas. Una clásica mujer del barrio de Chamberí”. Es decir, vivía una situación de clase media pobre y, por tanto, no era objeto de la atención ni de la izquierda ni de la derecha. No vivía en un barrio popular, no era de clase obrera, no era joven y tampoco pertenecía a esa ola de mujeres que van a cambiar el mundo desde el feminismo: pertenecía a esa clase media que desde la izquierda identifican con el sostén típico del fascismo, lo que provoca que se convirtiera en invisible. Para la derecha tampoco era objeto de interés: era alguien que no había sabido reinventarse, que carecía de pensamiento positivo, que no había sabido llevar las riendas de su vida, que no se había hecho un plan de pensión a tiempo y que había sido poco previsora. No es el tipo de personas que se pueden emocionar cuando se les dice que les van a bajar los impuestos masivamente y que la burocracia es el gran problema de la sociedad. Entre esas dos irracionalidades se mueven las dos orientaciones políticas de nuestra época, y lo cierto es que ninguna de las dos ayuda a la mayor parte de la población.

Alicia V. no era únicamente una mujer desesperada, es un símbolo de todo lo que no funciona en nuestra sociedad. Una vida en la que cada vez hay ingresos más débiles, más gastos de subsistencia, menos perspectiva de futuro, servicios sociales más frágiles, familias más lejanas y comunidades más despegadas. El problema no es solo para la gente que está en situaciones como las de Alicia V. Lo es para todos nosotros, porque anuncia un futuro posible.

No quiero hablar de Alicia V. M. porque no la conocía, desconozco los datos esenciales de su vida y tampoco sé a ciencia cierta los motivos que la llevaron a saltar al vacío el día de su desahucio. No puedo poner voz a su desesperación. Pero hay muchas Alicias V. en nuestra sociedad, y su caso refleja de un modo nítido varios de los problemas graves que afrontamos. Estamos dejando solas a muchas personas, y no se trata únicamente de la soledad física.

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