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"Tal y como están las cosas, cobrar 100.000 al año es ser clase obrera"
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Esteban Hernández

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"Tal y como están las cosas, cobrar 100.000 al año es ser clase obrera"

La Conferencia Global del Milken Institute, lugar de reunión de millonarios financieros, arroja algunas dudas acerca de lo que le puede pasar a nuestra sociedad

Foto: Ken Griffin, fundador del fondo Citadel, en la Conferencia Milken. (Lucy Nicholson/Reuters)
Ken Griffin, fundador del fondo Citadel, en la Conferencia Milken. (Lucy Nicholson/Reuters)

Yvette McGee, responsable global de diversidad de la firma jurídica Jones Day, ofreció en 'Expansión', hace unos días, una respuesta inusual y certera a la pregunta de por qué crecen los populismos. McGee aseguraba que mucha gente se percibe estancada en sus empleos y ha de trabajar más horas sin que sus salarios aumenten, y al mismo tiempo ven cómo los directivos cada vez ganan más y más. De esta tensión entre las vidas de unos y otros nacería el impulso populista.

Una de las explicaciones más frecuentes acerca de los motivos por los cuales surgen nuevas opciones políticas es la ruptura de las expectativas. Las generaciones que crecieron con esperanzas de mejorar su posición social (o de reproducirla), se sienten defraudadas porque las recompensas a su esfuerzo no llegaron. Esa frustración, nos dicen, acaba encontrando una traducción sencilla en forma de políticas antisistema, populistas cuyas promesas les atraen porque les permiten conservar la ilusión de una mejora o, en la peor de las situaciones, ldescargar su ira sobre grupos concretos. Pero como bien señala McGee, hay algo más profundo en el cambio actual que los deseos quebrados: ha arraigado un sentimiento evidente de hartazgo y, sobre todo, de injusticia que puede ser el motor de grandes cambios.

Clase media, 400.000 al año

Uno de los datos más llamativos de cómo han cambiado las cosas en el terreno material, y con ellas los humores sociales, se refleja en una encuesta realizada por 'Morning Consult' en EEUU, que arroja una conclusión sorprendente: más de un 10% de las personas que ingresan 100.000 dólares al año se definen como clase trabajadora, ni siquiera media. Otras personas que sin duda pertenecen a las materialmente favorecidas afirman que para ser de clase media necesitan ingresar 400.000 dólares al año, que es la cantidad que les permite afrontar vivienda, educación y cuidado de los hijos con un mínimo desahogo.

Me acababan de pasar por error un cargo de 20 libras a mi tarjeta, y no los tenía. De repente, me eché a llorar

La periodista y ensayista Anna Minton documentó cómo personas con un salario de 40.000 libras al año, con una pareja que tenía empleo a tiempo completo y con residencia en Londres pertenecían a la categoría de clase media pobre. Era el caso de Jan, una mujer universitaria, laboralmente situada, con una vida estable, que se veía condenada a vivir con sus dos hijos y su marido en un apartamento en mal estado y cuyos problemas se reflejan con precisión en una anécdota que contaba a Minton en 'Big Capital. Who is London for?': “Me acababan de pasar por error un cargo de 20 libras a mi tarjeta, y no los tenía. De repente, me eché a llorar”.

La subida de precios

Este conjunto de anécdotas no son una excepción, ya que apuntan a una tendencia lamentablemente muy activa. Los problemas que están viviendo las clases medias y las trabajadoras no provienen únicamente del estancamiento de los salarios, de la falta de puestos de trabajo o de la inestabilidad en los mismos, que son males demasiado extendidos, sino que se complementan con el aumento de los precios de los bienes esenciales. El porcentaje del presupuesto familiar destinado a vivienda ha aumentado mucho en los últimos años, pero también el de sanidad, educación, transporte o energía. Con los hijos la cosa se complica, porque los títulos universitarios, que en algún momento se creyeron un salvoconducto para una vida laboral estable, han disminuido radicalmente su valor, excepto aquellos que se obtienen en centros de élite, generalmente extranjeros, lo cual aumenta enormemente los recursos que se deben destinar a ese fin, algo que está al alcance de muy pocos.

Lo indispensable para la existencia se encarece, en una suerte de impuesto avaro a la subsistencia típico de nuestro capitalismo

En otras palabras, cuando la rentabilidad necesaria para este mundo financiarizado no proviene del crecimiento del consumo y de los bienes suntuarios, se busca por el lado de los bienes esenciales. Así, lo indispensable para la existencia se encarece, conformando un tipo de impuesto de la avaricia típico de nuestro capitalismo. De este modo, ni siquiera muchos de quienes cuentan con salarios muy por encima de la media se sienten seguros: saben que son situaciones mucho más ocasionales que permanentes, y que si la racha buena no dura los años suficientes, caerán otra vez en el pozo. Si el origen no es el adecuado, si no han acumulado generacionalmente, no dejan de ser pobres en excedencia. Así se sienten, y así lo expresan, incluso cuando ganan más de 100.00 dólares al año.

Arribistas y sin escrúpulos

El problema político es evidente, en la medida en que las clases que estabilizaban el sistema, como eran las medias y las que tenían la esperanza de serlo, comienzan a despegarse de él. La desconfianza en las instituciones y en quienes las encarnan se incrementan con la corrupción, pero también con el deterioro de los servicios públicos, con la sensación generalizada de que las cosas no funcionan, y de que sólo prosperan los faltos de escrúpulos y los arribistas. En ese clima no sólo prosperan las fuerzas emergentes, sino que lo harán las futuras.

El tema que recorrió de modo subterráneo la Conferencia Global del Milken Institute fue la creciente tensión social

Sobre ese nuevo estado de ánimo social debatieron los multimillonarios, gerentes de fondos de inversión y otros profesionales de la industria financiera que se reunieron días atrás en el hotel Beverly Hilton con motivo de la Conferencia Global del Milken Institute. La Conferencia es importante porque en ella se dan cita muchas de las personas que gracias al capital que atesoran o que manejan están tomando las decisiones económicas de nuestro mundo. Ellas representan esa clase que, como señalaba McGee, vemos que cada vez gana más y más mientras que el resto nos estancamos o descendemos.

La irrupción de Sanders y Warren

Se habían reunido para hablar de lo de siempre, de cómo aumentar la rentabilidad, de cómo seguir triunfando en un entorno muy competitivo, de cómo seguir siendo los machos alfa. Pero el tema que recorría subterráneamente los seminarios, debates y conferencias era el de las tensiones sociales. La aparición de los populismos de derecha y, sobre todo, la entrada en liza en el partido demócrata de Sanders y Warren, así como la popularidad de Ocasio-Cortez y el hecho de que el socialismo sea cada vez más apreciado por la juventud estadounidense, también mereció atención.

Lo más aplaudido de la Conferencia fue un vídeo en el que Margaret Thatcher afirmaba que para ser libre hay que ser capitalista

Días antes del encuentro, Ray Dalio, uno de los hombres más ricos del mundo, había advertido de que el sistema no estaba funcionando y de que había que corregirlo vía impuestos, pero casi ninguno de los presentes estaba por esa labor. Lo más aplaudido de la Conferencia fue un vídeo de Margaret Thatcher asegurando que para ser libre hay que ser capitalista, una afirmación a la que quizá el señor Peel tendría algo que objetar, y el fundador del fondo Citadel, el multimillonario Ken Griffin, cerró todo debate diciendo que si los jóvenes apoyaban el socialismo es porque “no conocen la historia”. La expresión "guerra de clases" sonó en la sala.

La nueva aristocracia

Quizá tenga razón Griffin, pero conviene recordar otras experiencias históricas. Porque cada vez que este tipo de élites han tenido que enfrentarse al problema de la desigualdad, y más cuando ha alcanzado cotas excesivas, lo han resuelto siempre por el mismo camino. La Conferencia Milken, con su aire de aristocracia encerrada en la montaña mágica, que se queja de la incultura de la población, de sus demandas excesivas, de sus frustraciones y de su carácter en realidad revolucionario recuerda demasiado al clima que llevó a la alta burguesía a apoyar el fascismo como mecanismo de salida de sus crisis, tanto de rentabilidad como de legitimidad interna. Hubo una excepción, en los EEUU de Franklin D. Roosevelt, cuando el poder político, en un escenario de crisis y de amenaza de revolución social, tomó partido por estabilizar la sociedad, obligando a las élites Milken de entonces a doblar el brazo.

O Trump o Sanders

No estamos aún en ese momento, pero tampoco andamos lejos. Con el giro geopolítico y la ruptura de la globalización tal y como la habíamos conocido, las élites occidentales saben que el instante de optar entre Trump y Sanders, entre la derecha autoritaria y la socialdemocracia clásica, es decir, entre el capitalismo no liberal y la democracia a secas, está cerca. Hasta ahora, su apuesta está clara. Y es curioso que vean a Sanders con miedo; si ese es el nivel, como se topasen con Franklin D. Roosevelt se les pondrían los pelos de punta, y no digamos ya si aparece un Lenin en el horizonte. Como es llamativo también que traten a menudo de antisistema a unas clases medias que si han apreciado algunas cualidades sociales, son la de la estabilidad, la seguridad, la confianza y el progreso.

Llega el momento de tomar decisiones: tienen que arreglar el sistema para beneficiar a la mayoría de la gente o estropearlo del todo

Ahora que todo eso se está rompiendo, llega el momento de tomar decisiones: tienen que arreglar el sistema para beneficiar a la mayoría de la gente o estropearlo del todo. Y si Ken Griffin y el resto de millonarios tomasen en consideración la Historia, sabrían que siempre han preferido quebrar el orden social antes que renunciar a su beneficio. Parece mala solución, pero es la que va ganando. El auge de la extrema derecha en el mundo, la desaparición de la democracia cristiana europea y la conversión de la derecha en neoliberal y neoconservadora es el signo de los tiempos. El problema es que la otra ya no puede ser la conservación del statu quo hasta ahora vigente, pura ilusión frente a lo que llega.En esa encrucijada estamos.

Yvette McGee, responsable global de diversidad de la firma jurídica Jones Day, ofreció en 'Expansión', hace unos días, una respuesta inusual y certera a la pregunta de por qué crecen los populismos. McGee aseguraba que mucha gente se percibe estancada en sus empleos y ha de trabajar más horas sin que sus salarios aumenten, y al mismo tiempo ven cómo los directivos cada vez ganan más y más. De esta tensión entre las vidas de unos y otros nacería el impulso populista.

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