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Lo que el problema de aparcamiento en La Moraleja nos revela de nuestra época
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Esteban Hernández

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Lo que el problema de aparcamiento en La Moraleja nos revela de nuestra época

"Hay mucha gente que va pronto y acampa en el coche hasta que le toca entrar a la oficina": un hilo explica de modo directo una de las diferencias de clase típicas hoy

Foto: Salida de la A1.
Salida de la A1.

“Si vas pronto se puede aparcar en la calle, con pronto me refiero a las 7am... ya que hay mucha gente que va pronto y acampa en el coche hasta que le toca su hora de entrar a la oficina”. La frase aparecía en un hilo de Forocoches en el que alguien preguntaba dónde aparcar en la Avenida de Bruselas, en el polígono industrial en el que está situado el Distrito Telefónica, cerca del metro de La Moraleja. “Si llegas más tarde de las 07.30, olvídate de aparcar en la Avd. Bruselas....Hay gente que se va sobre las 07:00, aparca, se pone la manta y sigue durmiendo dentro del coche hasta la hora de entrar” era otra de las recomendaciones.

Más allá de las situaciones particulares, lo cierto es que estas dificultades nos son bien conocidas. Atascos, búsqueda de aparcamiento, transportes públicos deficientes, en especial en cuanto se sale del centro de Madrid, es ese paisaje cotidiano que hace que empleemos horas en ir y volver a nuestro trabajo, que acumulemos cansancio y desgaste.

Mucho que hacer

Es una prueba más de lo importante que es el tiempo en nuestra época. Jornadas laborales extensas y exigentes, cuidado de los hijos o de los mayores, poner nuestro cuerpo en forma, actualizarnos laboralmente, ver la serie de moda… Demasiadas cosas que hacer, y un tiempo escaso para abarcar todo.

Podríamos pensar que, si se dedican a correr maratones, es porque trabajan poco. Pero no es así: ellos tienen tiempo, que es lo que el estatus te da

En realidad, la relación con el tiempo es una marca de clase, ya que nuestra posición social también se mide por el tiempo disponible que tenemos. Un buen ejemplo es la popularidad entre los directivos de los maratones. Es un deporte de moda, y algunos de los ejecutivos españoles hacen gala de competir en las carreras populares de las capitales más famosas del mundo: la maratón de Londres o la de Nueva York constituyen una suerte de peregrinaje de las clases altas hispanas. Sin embargo, prepararse para correr más de 42 km. seguidos supone dedicación, rutinas diarias de entrenamiento, tiempo de descanso y asesoramiento adecuado, y no sólo fuerza de voluntad. Parece raro que personas con trabajos tan importantes y exigentes dispongan de las horas semanales a las que obliga este tipo de práctica deportiva. Podríamos pensar con bastante razón que, si se dedican a correr maratones, es porque trabajan poco. Pero no es así: ellos tienen tiempo, que es lo que el estatus te da.

Gente siempre delgada

Otra de las señales típicas de clase en la mediana edad es el cuerpo, que también exige una dedicación. Los miembros de las clases altas suelen estar delgados y delgadas porque tienen todo aquello que les permite cuidarse: pueden tener entrenadores personales, comida de calidad, incluso cocineros, dietistas, médicos y, por supuesto, tiempo. Por el contrario, la gente de clases con menos recursos, y cada vez con más frecuencia las medias, en especial si se trata de mujeres, al llegar a casa no pueden permitirse salir a correr, hacer yoga o darse un masaje: deben hacer la cena, acostar a los niños, tender lavadoras y demás menesteres y luego sólo les quedan fuerzas para caer derrengados en el sofá.

La comida se ha convertido en una señal de elegancia y, por lo tanto, nada de lo grueso y de lo abundante funciona como valor

Esta división ha sido típica en la historia, también en la reciente. Las clases altas solían practicar aquellos deportes (el tenis hace décadas, el golf después) que requerían muchas horas de práctica para dominarlos, algo que el resto de la sociedad no podía hacer. Ocurría igual con la cultura, ya fuera con el aprendizaje de instrumentos musicales como el piano, el aprecio de la música clásica o del arte, especialmente el contemporáneo, que precisaban de instrucción y dedicación para poder ser entendidos y disfrutados. Al quedar reservados a aquellas clases que tienen tiempo y recursos, se convertían en marcas distintivas.

El refinamiento

Hoy la cultura cuenta poco, pero el tiempo sigue siendo decisivo. Y con él ha ocurrido algo similar a lo sucedido con la comida. En las épocas de escasez, los banquetes se distinguían por la abundancia, por el número de platos y por su exotismo; cuanto más rico se era, más lucía la generosidad gracias a las grandes cantidades. Hoy, la distinción en la comida nada tiene que ver con esto, que se percibe como basto, propio de clases bajas. La cantidad es un problema y lo que opera como rasgo distintivo es una suerte de refinamiento y de exquisitez, ligada a la innovación: los grandes cocineros lo son por su estilización, por la utilización de nuevas técnicas y nuevos instrumentos, por lo inusual de sus propuestas. La comida se ha convertido en una señal de elegancia, y por lo tanto, nada de lo grueso y lo abundante funciona como valor. Las marcas distintivas operan de otra manera.

Lo que se valora no es tener mucho tiempo, sino disponer de tiempo de calidad: sacarle partido

Lo mismo ocurre con el tiempo. Escasea para todo el mundo, pero estar completamente ocioso, disponer de todo el tiempo, tampoco tiende a ser apreciado. Puedes ser millonario, pero tus pares te verán como un diletante, un despreocupado, alguien que no defiende lo suyo o no busca ampliarlo, y en un mundo de mucha competencia, esa es una señal de desprestigio; es como el gladiador que ya no está en forma, presa fácil. Lo que ahora se valora no es tanto el tiempo abstractamente considerado, sino el tiempo de calidad. Eso es lo que se dice en relación con los hijos, que no importa que se les vea poco, siempre que el rato que se les dedique sea de calidad. Por eso entre las clases medias altas y las altas, la educación de los hijos es uno de los gastos más importantes. No sólo se trata de llevarlos a los colegios o las universidades adecuados, sino de contratar cuidadores con referencias y conocimiento que les atiendan mientras ellos están fuera.

Los potenciadores del rendimiento

Con el ocio ocurre algo similar, ya que lo que importa, lo valorado, es el ocio de calidad. Vacaciones en lugares exclusivos, recorridos por museos cerrados al público, conciertos o desfiles privados, visitas al paddock, esas cosas vedadas al resto de la gente. Lo que importa es la calidad, porque vivimos en la sociedad del rendimiento, y de lo que se trata es de sacar el máximo partido al tiempo en cualquier estrato de la vida: ganar lo máximo posible, aprender lo máximo posible, estar siempre en forma, disfutar lo máximo posible. Por eso las drogas de moda en nuestra época no son las que apartan de la vida, como los opiáceos, sino las potenciadoras del rendimiento, intelectual, físico o sexual, porque el tiempo hay que aprovecharlo siempre, O las drogas que aseguran que prolongarán el tiempo de vida.

Mientras tanto, los mortales seguiremos pasando horas en atascos, en transporte público, yendo a aparcar horas antes, derrengados por las noches y sin tiempo más que para seguir adelante. Esa es también una brecha de clase abierta en una sociedad cada vez más desigual: los agotados frente a los siempre dispuestos.

“Si vas pronto se puede aparcar en la calle, con pronto me refiero a las 7am... ya que hay mucha gente que va pronto y acampa en el coche hasta que le toca su hora de entrar a la oficina”. La frase aparecía en un hilo de Forocoches en el que alguien preguntaba dónde aparcar en la Avenida de Bruselas, en el polígono industrial en el que está situado el Distrito Telefónica, cerca del metro de La Moraleja. “Si llegas más tarde de las 07.30, olvídate de aparcar en la Avd. Bruselas....Hay gente que se va sobre las 07:00, aparca, se pone la manta y sigue durmiendo dentro del coche hasta la hora de entrar” era otra de las recomendaciones.

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