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Independencia de Cataluña: por qué dejé de ver 'La Sexta noche'

Igual que los programadores televisivos creen que el follón sube la audiencia, hay estrategas políticos que apuestan por el ruido para sacar rédito electoral. Es mal negocio

Eduardo Inda, en 'La Sexta noche'.

Cada espectador tiene sus filias y sus fobias respecto de los invitados al popular debate televisivo de La Sexta, y yo no soy una excepción. Me irritan profundamente personajes como Inda y Marhuenda, y no por sus posiciones políticas. Es normal que nos caigan mejor aquellas personas que defienden ideas similares a las nuestras, y peor aquellos que se sitúan en el lado contrario; en mi caso, esto es secundario.

Lo que me saca de quicio es su ruptura continua del diálogo, las interrupciones, el barullo, las descalificaciones, esos elementos cuya finalidad es perturbar la comunicación. No hay manera de seguir el debate; en cuanto aparece el ruido de fondo, ya nada es inteligible. Quedan la insatisfacción, el hartazgo o el malestar, y las respuestas, también las del espectador, tienden a ser viscerales. Genera irritación, nada más. De manera que he optado por no ver el programa. Para qué...

El debate fue más que correcto, salvo cuando intervenía Pilar Rahola, que no cesaba de interrumpir a Margallo

Pero más allá de mi cansancio, que este tipo de debates sean los que se emiten en las principales cadenas revela que tenemos un problema serio, porque subraya que todo está planificado para que las ideas no puedan expresarse. Una vez que la perturbación comunicativa aparece, se crea un marco en el que solo se puede competir utilizando armas de combate, y quien pretende reflexionar más pausadamente queda excluido del juego. Para hacerse oír hay que interrumpir, sentenciar, golpear dialécticamente, refutar doblando la apuesta y tácticas de ese tenor. No entro ni siquiera en el hecho de que todo debe exponerse en un tiempo muy corto, lo cual no deja lugar para sutilezas; solo constato que el debate se convierte en un puro terreno de lucha y no en uno de exposición y cruce de ideas.

Técnicas instigadas

No es un mal exclusivo de ese programa. En otros espacios, los tertulianos se interrumpen menos, pero porque todos piensan igual; cuando hay posturas diferentes, lo normal es el ruido de fondo. La pasada semana, TV3 emitió un debate sobre el 1-O al que invitó, entre otros, a García-Margallo, que acaba de publicar 'Por una convivencia democrática' (Ed. Deusto), un libro sobre el asunto. El debate, o al menos lo que pude ver (buena parte de él), fue más que correcto, salvo cuando intervenía Pilar Rahola; o más propiamente, cuando Margallo tomaba la palabra y Rahola le interrumpía una y otra vez de un modo hostil. Este tipo de actitudes son las dominantes, y así no es posible, no ya entenderse, sino ni siquiera hablar.

En Cataluña se ha construido un escenario en el que entenderse es imposible; solo nos queda mirar el espectáculo y ver quién saldrá ganador en la pelea

Sin embargo, se trata de técnicas que son apoyadas por los responsables de las cadenas televisivas. Viven en la convicción de que cuanto más ruido generen más audiencia tendrán, un poco a la manera del hockey sobre hielo estadounidense, cuyo atractivo no es el juego, sino que los deportistas se peleen. Es mala idea, también para la supervivencia del programa, porque el espectador se cansa rápido o si quiere lío, cambia de canal, que hay muchos espacios televisivos más bregados en estos 'shows'. Sí, es su perspectiva y es su cadena, pero al final el precio lo pagamos todos.

Cataluña, 1-O

Viene a cuento lo de los debates televisivos porque se parece mucho a lo que está ocurriendo en Cataluña, donde se ha construido un escenario en el que entenderse es imposible; ya solo nos queda mirar el espectáculo y ver quién saldrá ganador en la pelea. El 1-O está ahogado por ese tipo de ruido que, como en las tertulias, refuerza a quienes lo emiten e invisibiliza a quienes tratan de argumentar más reposadamente. Lo peor de todo es que esta crispación continuada hace inaudibles los argumentos. Da igual que se digan cosas en las que se pueda tener razón, porque la estrategia discursiva las fagocita. Unos y otros están pendientes de instrumentalizar lo que pueden, y lo único que les interesa es hablar más alto que el otro.

Hay estrategas políticos que apuestan por la tensión porque están seguros de que les refuerza socialmente y en las urnas

Llegados a este punto, habrá quien piense que el artículo va de equidistancia, de esa posición en la que alguien observa los dos bandos y, para evitar mojarse, toma una postura intermedia. Pero no, no va de eso, sino de subrayar las tácticas que se están utilizando. Al igual que los directivos de las cadenas fomentan el ruido porque piensan que subirá su audiencia, hay estrategas políticos que apuestan por la tensión porque están seguros de que les refuerza socialmente y en las urnas.

No somos nosotros, son ellos

La manera de hacerlo es también sencilla, porque buscan su legitimidad en la visualización de un enemigo desatado. No son ellos, son los otros. No tratas con personas normales, sino con radicales. En ese contexto, vale todo. Un independentista, por ejemplo, no tendrá ningún reparo en aceptar que la aprobación de la Ley de Transitoriedad en el Parlament el 7 de septiembre carecía de garantías e incumplía todo tipo de principios jurídicos, pero lo disculpará aludiendo a la situación de emergencia y de excepcionalidad en que se hallan inmersos. Un seguidor del PP, después de las intervenciones de ayer, estará feliz porque por fin se utiliza la mano dura, y se entenderá respaldado por esa ley a la que están desafiando unos ideólogos peligrosos; sin embargo, no podrá reconocer hasta qué punto esas actitudes refuerzan lo que dicen combatir. Así son las cosas: son dos opuestos que se vienen bien. Cuanta más tensión, más respaldo tendrá ERC; cuanto mayor sea el desafío independentista, mejor para el PP.

Me gustaría saber si los partidos que tensan la cuerda seguirían igual si estas formas de actuar les perjudicaran electoralmente. Apuesto a que no

Y ahora vamos a las consecuencias. Del mismo modo que las tertulias crispadas, las descalificaciones y las diatribas encendidas contribuyen a dividir la sociedad y a volverla inmune a los argumentos racionales, estas tácticas político electorales que buscan tensar la cuerda son muy perniciosas, y suelen llevar a escenarios peores. Se puede dejar de ver 'La Sexta noche', del mismo modo que se puede dejar de seguir (es mi caso) la información acerca del 1-O, pero por hacer eso la realidad no desaparece. Una sociedad rota por la polarización es un problema, a menudo serio. Y eso es Cataluña.

Pero lo que me gustaría saber, tanto o más que cómo se va a arreglar esto, es si los partidos que tensan seguirían conduciéndose del mismo modo si supieran que estas formas de actuar les iban a perjudicar electoralmente. Apuesto a que no.

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