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La industria de la desilusión: qué une a tu móvil, el 'procés' y tu ligue de Tinder

La clave del éxito hoy, al menos a corto plazo, no es cumplir las promesas, sino prometer cosas que no se pueden conseguir. Desilusionar a la gente mueve mucho dinero

Clientes haciendo cola para comprar el iPad en una Apple Store. (Reuters/P. K.)

Durante la tarde del 10 de octubre, después de que Carles Puigdemont declarase y no declarase la independencia de Cataluña, dos fotografías comenzaron a circular en redes sociales en forma de meme. Todos las hemos visto: se trata de las instantáneas que muestran la ilusión de una de las asistentes al Parlament y su gesto de decepción tras paralizarse la propuesta. Como otro meme célebre en redes –cuando lo encargas en Aliexpress vs. cuando lo recibes– es casi la descripción perfecta de nuestra era, en la que vivimos en un infinito ciclo de ilusiones desproporcionadas y decepciones brutales.

Se promete algo que es imposible de conseguir, aprovechando la ilusión de la gente, pero que conduce indefectiblemente a la decepción, la frustración y la tristeza. Es una reflexión que se ha realizado con frecuencia a propósito del 'procés', pero puede aplicarse a gran parte de las propuestas políticas, en mayor grado cuanto más se orientan hacia el populismo. Es algo que se conocía en la industria del entretenimiento, que utiliza frecuentemente el concepto de 'hype' para referirse a las expectativas sobredimensionadas sobre determinado producto como una estrategia de 'marketing', pero ha terminado por contaminar otros aspectos de nuestra vida. Hay 'hype' en consumo, hay 'hype' en política, hay 'hype' en el mundo empresarial y hay 'hype' en nuestras relaciones.

Estamos dispuestos a experimentar el subidón de la expectativa, aun a costa de tener que sufrir más tarde el bajón de la realidad

El sector de la tecnología ha utilizado frecuentemente este concepto para explicar el lado emocional de todo proceso de innovación. En concreto, el ciclo de sobreexpectación de Gartner muestra el proceso que siguen todos estos fenómenos. En su lanzamiento, un producto recaba interés de los medios y de la población, lo que lleva al pico de expectativas dimensionadas, acompañadas por un entusiasmo poco realista. Vienen curvas: caemos en el abismo de desilusión, en el que las expectativas no son satisfechas y la gente pierde interés al ver que la nueva tecnología no se implementa. Es posible que este abismo defina la sociedad del siglo XXI, en la que las supuestas mejoras que nos harán más felices no terminan de aparecer y las decepciones se suceden.

Nuestra particular versión Tinder de la curva de Gartner.

El 'hype' es una útil estrategia a corto plazo para el que lo promueve, en cuanto que extiende cheques en blanco al político o emprendedor de turno que, para cuando tengan que dar cuentas, ya se habrá instalado en el poder o habrá revendido su 'startup' por más de lo que vale. De ahí que nos sintamos a menudo decepcionados con nuestra realidad, en la que se nos promete más de lo que se nos da. Pero se trata de la consecuencia lógica de un contexto de hipercompetencia que da alas a esta nueva picaresca, en la que, al menos a corto plazo, ya no gana quien cumple con sus promesas, sino el que consigue vender lo imposible. Porque lo que vende no es en realidad una utopía, sino una ilusión. Estamos dispuestos a experimentar el subidón de la expectativa, aun a costa de tener que sufrir más tarde el bajón de la realidad.

Quiero creer

He identificado entre los amigos que utilizan aplicaciones para ligar un sentimiento común. Comienzan con cierta curiosidad, pasan por un periodo de interés –acompañado de, ejem, cierta hiperactividad– y, a base de desengaños, terminan desenganchándose. Es una versión más de esta frustración moderna en la que la expectativa jamás puede quedar satisfecha. Las citas, claro, raramente están a la altura de lo que se esperaban. Pero cabe preguntarse si el problema lo tienen sus potenciales parejas o ellos, que proyectan en los demás esperanzas, anhelos y deseos inconfesables que son difíciles de satisfacer. En este caso, la ilusión de que hemos elegido en un catálogo de candidatos eleva las expectativas y, con ellas, la caída.

Es posible que un móvil de 1.330 euros no sea más que un objeto mágico, satisfactorio solo en la medida en que estemos dispuestos a creer en él

Es una constante en nuestra cultura. Ha ocurrido desde hace décadas –la publicidad moderna se basa en apelar a dichos deseos profundos–, pero nunca hasta ahora había sido tan evidente la proliferación del 'hype' como una respuesta a la sobreexcitación moderna y la competitividad. Difícil tiene un partido político competir con el que promete pleno empleo si sus perspectivas son más moderadas y en un plazo más largo. El perfil bajo está condenado al fracaso. Apple creó su imperio a partir de las expectativas sobre sus propios lanzamientos, pero cada vez le resulta más difícil estar a la altura. Es probable que un móvil de 1.330 euros no sea más que un objeto mágico, satisfactorio solo en la medida en que estemos dispuestos a creer en él.

Uno de los ejemplos más evidentes es el del videojuego 'sandbox' 'No Man's Sky'. Desde su presentación a finales de 2013, y a lo largo de los casi tres años que se retrasó la fecha de publicación, se convirtió en el juego que iba a cambiar todos los juegos. En apenas dos días, despachó 3,5 millones de copias para PC y Play Station; pero en menos de una semana, había tocado fondo en las puntuaciones de usuarios, que se quejaban no solo de que el juego hubiese quedado muy lejos de las promesas, sino que, directamente, no funcionaba bien. Es algo que recuerda a la serie 'Perdidos', que reunió a millones de fans en todo el mundo que aguantaron hasta el último capítulo, esperando ver resueltos todos los enigmas que durante un lustro sus creadores habían plantado.

¿Quieres saber qué pasaba con el oso polar? Toma oso polar. (Escena del final de 'Perdidos').

Cuando este se emitió, el rechazo fue generalizado. La mayoría de misterios no habían visto ninguna resolución y, para colmo, Damon Lindelof, uno de los creadores, se escudó en que eso no era lo importante. Pero el público entendió que la acumulación de osos polares salidos de la nada, mitologías milenarias y guiños metacinematográficos eran la promesa que les había retenido semana tras semana. La apuesta era tan alta, reconocía el 'showrunner', que llegó un punto en el que era imposible darle respuesta sin generar una gran decepción entre los que esperaban una teoría en la que encajase todo. Así que, como si se tratase del político de turno, decidió salir por la tangente y desviar la atención hacia, ejem, “los personajes”. Eso sí, muy pocos fenómenos televisivos han estado a la altura de aquel en lo que se refiere a la obsesión de los fans. ¿Hay algo más siglo XXI que eso?

Subidón, subidón, subidón… bajón

¿Qué cambio cultural ha propiciado que vivamos en un eterno ciclo de promesas y expectativas insatisfechas? Quizá nuestra necesidad de buscar constantemente estímulos e ilusiones en un contexto en el que a menudo es difícil hallarlos, en el que la monotonía es un valor a la baja y en el que nos seducen las respuestas rápidas a problemas complejos. Ya no tenemos una gran confianza en el futuro, como sí pudo ocurrir hace unas décadas, por lo que necesitamos grandes promesas que nos permitan soñar durante un breve periodo de tiempo (no demasiado). Ahí, el consumo y las ideologías identitarias, que llegan rápido al corazón, tienen el terreno abonado.

Somos muy críticos cuando la expectativa se trunca, pero inocentes cuando se nos prometen cosas que sospechamos que no se pueden cumplir

Ocurre también con las noticias falsas. Esta semana, muchos medios de comunicación aclaraban que en realidad, y a pesar de la polémica en redes sociales, nadie había considerado “sexy” a Millie Bobby Brown, la protagonista de 13 años de 'Stranger Things', sino que más bien había sido una confusión un tanto metonímica. Lo sexy era la tele, no la niña. Pero, si cientos de miles de personas se indignaron, fue en parte por un sentimiento legítimo –era una muestra por fin literal de la erotización de los menores de edad, que se nos suele presentar de forma sutil–, pero también porque nos gusta creer en ello. Los bulos se propagan porque, aunque presenten una realidad triste, refuerzan nuestras tesis sobre el mundo… aunque, como un 'hype', sean demasiado perfectos para ser verdad.

Pero no hay que perder de vista la segunda lección del ciclo de la sobreexpectación de Gartner, esa que suele pasarse por alto. Sí, hay un abismo de desilusión en un plazo más o menos corto, pero a este le siguen una rampa de consolidación, en la que se sigue investigando sobre dicha tecnología, y una meseta de productividad. En esta, por fin, dicha tecnología termina por ser adoptada, aunque sin tanto bombo. Encajándolo de nuevo en nuestra metáfora, esto quiere decir que quizá Cataluña no se independizará mañana, que no encontraremos esta noche el amor de nuestra vida o que un videojuego salvará nuestra vida, pero es posible que termine redactándose un nuevo Estatuto que satisfaga a un sector de la sociedad catalana, que terminemos encontrando grandes virtudes a ese ligue que parecía más atractivo en la foto o que podamos emocionarnos y divertirnos con un juego de PC.

Es lo que le ha ocurrido a 'No Man's Sky', que, a tenor de los comentarios de los usuarios, en las consecuentes actualizaciones ha mejorado sensiblemente sus prestaciones y su jugabilidad. Su ejemplo vuelve a servir de buenísima lección ante esta cultura de la expectativa y la industria de la desilusión generada a su alrededor, tan relacionada con la doctrina del 'shock' de la que hablaba Naomi Klein, en la que la política se sirve de la desorientación del ciudadano para implementar políticas radicales. ¿Cuál es la lección? Que nos convertimos en críticos tremendamente agresivos cuando vemos que las expectativas se han truncado, pero que al mismo tiempo somos muy inocentes cuando alguien nos promete la luna. ¿Estás listo para que te rompan el corazón?

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