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El erizo y el zorro

La mejor bacanal para maduritos obsesionados con la Roma clásica

Análisis de los estupendos documentales de Mary Beard sobre el Imperio romano

Fotograma de 'Calígula', de Tinto Brass

La Roma clásica debe ser, junto con la Segunda Guerra Mundial, la época con la que más frecuentemente nos obsesionamos los hombres de mediana edad aficionados a la historia. En ella hay suficiente cantidad de intriga política, violencia, literatura, sexo, derecho, arte y delirios económicos para tenerle entretenido a uno durante el tiempo que haga falta. Además de los acueductos, las alcantarillas, las carreteras, el riego, la educación, el vino, el orden público, el agua corriente y la salud pública, como decían los Monty Python en 'La vida de Bryan', los romanos han aportado unas cuantas cosas a la humanidad.

Eso es lo que trata de explicar -con una inmensa erudición y un gran talento comunicador- Mary Beard (Gran Bretaña, 1955, profesora de clásicas en Cambridge), quizá la más brillante divulgadora de la historia romana en nuestra época. Sus libros -'Pompeya: historia y leyenda de una ciudad', “La herencia viva de los clásicos”, 'El triunfo romano' y 'SPQR', todos en la editorial Crítica- son grandes éxitos (el último lleva nueva ediciones en España) y combinan con mucha sagacidad la erudición, los detalles llamativos y el rigor histórico. Además, ha sido directora de numerosas series documentales para la BBC, que desde hace unos meses pueden verse por fin en castellano en la plataforma on line Filmin y que son, por poca curiosidad que tenga uno en el mundo romano, una delicia: 'Roma, un imperio sin límite', 'Cómo vivían los romanos', 'Los secretos de Pompeya' y 'Calígula'. Son muy baratos (los dos primeros, para suscriptores; los dos últimos, 2,95 euros cada uno) y suponen largas horas de historia y entretenimiento ideales para largas tardes de canícula.

Beard plantea sus documentales en forma de “quest” o investigación, un género que los británicos dominan como pocos. En todos ellos, aborda el tema en cuestión -la política romana, la vida sexual o la dieta en el mundo clásico, el esplendor de una ciudad o la personalidad de un emperador- como una investigación casi detectivesca. Viaja a los lugares en los vivieron, lucharon y conspiraron los protagonistas, reconstruye sus caracteres por medio de los edificios que mandaron construir o las estatuas con las que se les conmemoró, y hace un retrato de la vida romana alejada de la épica de las películas hollywoodienses, pero lleno de intimidad y vislumbres psicológicos. Además, en su obra muestra esa rara mezcla de virtudes que tienen los profesores memorables: es un poco una sabia despistada, un poco una actriz dotadísima y un poco una confidente.

Durante el pasado fin de semana, a cuarenta grados a la sombra y probablemente cuarenta y dos en mi salón, vi 'Calígula'. Y valió la pena. Calígula -este no era el nombre real del emperador, sino un apodo grotesco que publicitaron sus enemigos; significaba “zapatitos”, y le venía de que, de niño, le vestían con ropa y botas de soldado- es muchas veces considerado el epítome de la tiranía, los caprichos de los poderosos -siempre se repite que nombró cónsul a su caballo- y del uso de la violencia con fines políticos. Tiene cierta lógica que históricamente haya sido visto así. Como dice Beard en el documental, no se podía tener sangre más azul que la suya. Era sobrino nieto del emperador Tiberio, en activo cuando él nació, e hijo de Germánico, un legendario general que ocupó las provincias germánicas del Imperio Romano. Como en esa época el Imperio Romano carecía de procedimientos estrictos para designar a un sucesor cuando el emperador moría, desde muy pronto compitió con otros familiares de su edad para suceder a su tío abuelo.

Aquí hay suficiente cantidad de intriga política, violencia, literatura, sexo, derecho, arte y delirios económicos para tenerle entretenido a uno durante el tiempo que haga falta

Y este le enseñó bien lo que era la violencia con fines políticos. Lo tuvo a su cargo un tiempo en la isla de Capri, desde la que durante un tiempo gobernó el imperio. Ahí vio cómo era el poder real: su madre murió por enfrentarse a Tiberio, y descubrió que cuanto más cerca estabas del poder, más complicado era sobrevivir. También descubrió la importancia de no transmitir tus emociones si quieres llegar a la cúspide, algo que quizá siga sirviendo hoy.

Una vez fue nombrado heredero de Tiberio y emperador, con solo veinticinco años, Calígula demostró haber aprendido la lección: fue un gran propagandista -una de las principales herramientas de marketing en esa época eran las monedas, y él las acuñó con su figura en posiciones de mando y con lemas enaletecedores; los romanos de esa época llevaban literalmente la propaganda política en el bolsillo- y también un hombre cruel, caprichoso y envanecido. No les cuento más para que disfruten el documental, pero poco después de su llegada al poder la cosa acabó mal y no llegó a cumplir los treinta años. Quizá no fue el grotesco tirano que sus enemigos querían que la posteridad recordara, cosa que consiguieron, pero no fue un gobernante bondadoso (aunque no, no nombró cónsul a su caballo).

Beard es, como decía, una gran narradora y tiene un talento especial para contar historias que no todos los historiadores comparten. En la mejor tradición británica, le fascinan los detalles del pasado y sabe transmitir al espectador una cierta sensación de cómo era la vida hace veinte siglos. (En el documental sobre Pompeya, por ejemplo, analiza las heces fosilizadas por la lava para descubrir la dieta de los romanos, visita lo que fueron bares y panaderías para ver que eran esencialmente como los de hoy en día y analiza los huesos de los cadáveres hallados para comparar las enfermedades de los ricos y las de los pobres).

Pero Beard es algo más que una historiadora y divulgadora. En Gran Bretaña, tiene una fuerte presencia pública -es, por así decirlo, tertuliana en populares programas de televisión- y escribe en la muy exclusiva, pero también leída, 'London Review of Books'. Y en sus apariciones públicas y colaboraciones en prensa ha popularizado una forma de feminismo que es muy interesante y novedosa. Para Beard, muchos de los problemas de la desigualdad entre hombres y mujeres actualmente tienen sus orígenes en el mundo clásico. Y siempre tiene a mano clásicos griegos o latinos para explicar por qué hoy, milenios después, el intento de silenciar a las mujeres, ignorar sus opiniones o considerar que es grotesco que ocupen posiciones de poder no es más que el fruto de una larga tradición que tiene sus raíces allí donde las tiene nuestra civilización: en el pensamiento griego y romano.

Beard es extravagante, viste ropa poco previsible en una sesentona y es deslenguada e irónica. Ha sido atacada por ello -su feminismo resulta muy irritante para muchos-, y parece impensable que los insultos que recibe en twitter vayan dirigidos a una erudita profesora de Cambridge que utiliza el mundo clásico para explicar los conflictos sociales de hoy. No estoy de acuerdo con todas sus opiniones políticas, pero ninguna pensadora feminista me ha hecho pensar más que ella, sobre todo a raíz de dos ensayos: 'La voz pública de las mujeres', un evocador estudio del machismo desde Telémaco y Penélope en la 'Odisea' y 'Women in Power', sobre la extrañeza que aún hoy produce ver a mujeres en puestos de poder. Y ningún divulgador de la historia romana me ha hecho disfrutar más.

Si temen el aburrimiento en este verano que parece el fin de una civilización, piensen en su obra, escrita o audiovisual, como un entretenimiento instructivo. Quizá no les quitará el calor, pero descubrirán lo que pensaban sobre el estatus, el sexo, la comida, el poder, la higiene o, si me lo permiten, cagar, nuestros viejos desconocidos, los romanos.

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