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Federer suda tanto como Nadal

"Se habla mucho del esfuerzo de Rafa, pero les aseguro que también he trabajado", dijo la leyenda al salir de la pista. Su lesión más dura ha sido la antesala de otro éxito formidable

Federer, tras la victoria contra Nadal (EFE)

En un partido esperado que no rompió en batalla total de antaño, que careció del drama real hasta la pelea abierta del set definitivo, un viaje al pasado con lecciones para el futuro. Con cuatro mangas dispares, enlazando períodos de clara dominación alterna previos a un quinto set eléctrico, Roger Federer y Rafael Nadal disputaron uno de los partidos más emotivos que se recuerdan en una rivalidad de oro. Por lo que estaba en juego, la carrera histórica en la colección de grandes, pero especialmente por lo probado en pista. Porque lo que sí contuvo el partido, por contra, fue el carácter irredento de ambos. Podrá cambiar el aspecto pero perviven los sentimientos. Nadal, que se vio expuesto tras perder la primera y la tercera manga, tuvo los arrestos para devolver por dos veces el equilibrio al choque. Federer, que frenó el impulso del español en el segundo parcial y anuló una ventaja que parecía inasumible en el quinto, demostró que la fe no tiene precio.

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Ahí quedó el valor propio del encuentro, una pelea de buen gusto entre dos virtuosos del deporte moderno. Cómo no alabar a Nadal, noble en la victoria y siempre amable en la derrota, frenando su discurso entre agradecimientos y sonrisas cuando lo sencillo era torcer el gesto o bajar la cara. Olvidar el cuadro completo, un torneo mayúsculo de competitividad y entrega máxima, y entregarse a lo amargo de la derrota. Nunca el español, de cabeza privilegiada para leer momentos y aceptar la razón de ser de las cosas. Cómo no ensalzar a Federer, reconvertido en rey desde la aparente posición de un peón menor. Atacando hasta la cima un torneo mayor pese a quedar ya muy lejos el esplendor de su apogeo. Esto es lo importante hacia allí apunto el suizo cuando llegó el momento.

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Hubo un detalle secundario en la ceremonia de premiación en la que Roger, escoltado por la fama estajanovista de su oponente, hizo una velada reivindicación sobre su propia capacidad de sacrificio. “Hablan mucho del esfuerzo de Rafa, yo les aseguro que también he trabajado mucho para estar aquí hoy”. Como si el hombre que hizo de la victoria norma necesitara justificar una razón ajena al esfuerzo. Mucho ha contribuido la leyenda que dice que cierra los partidos con la camiseta seca, sin rastro de sudor. Los elogios que ensalzan su capacidad innata para articular un estilo suave, casi sin esfuerzo. Los privilegios de unos movimientos medidos para disponer de una carrera larga con los arañazos justos. Pero lo cierto es que acabamos de ver al jugador más ganador de siempre seguir venciendo durante más tiempo que casi todos. Recién observamos al hombre con el currículo más brillante de todos buscar el triunfo pese a tener menor necesidad que ningún otro. El talento gana juegos, pero la disciplina y la ilusión dan torneos.

Rafa Nadal y Roger Federer se abrazan tras la final del Abierto de Australia. (REUTERS)

La humanización del mito

En este sentido, valga la pena recordar una de las citas menos apreciadas pero más significativas que se le recuerdan en su carrera al suizo. Porque sirvieron como humanización del mito En uno de sus momentos más bajos, cuando la espalda amenazaba con romper el físico de un jugador de cuerpo intacto, Federer mandó un mensaje notable. En un día como hoy, una jornada histórica por el logro deportivo, puede no parecer el día más indicado para recordar sus palabras. Pero, al mismo tiempo, merece la pena recuperar ahora esas frases, cuando su esfuerzo se ha cruzado con ese sencillo imán que es el resultado, un momento en que la figura del suizo recibirá bastante atención. Porque la idea que contiene puede explicar en gran medida su éxito. El hecho de haberse convertido en el jugador más veterano de los últimos 45 años en levantar un Grand Slam. El haber regresado de la baja deportiva más larga de su carrera, seis meses sin disputar un partido oficial, para volver y coronar un torneo de la máxima categoría de su deporte.

“Hay veces en las que eres feliz simplemente jugando. Algunas personas, ciertos medios de comunicación, por desgracia, no entienden que es aceptable jugar a tenis y disfrutar. Piensan que siempre tienes que ganar, siempre tiene que ser una historia de éxito. Si no es así, ¿qué sentido tiene? Quizá debas mirar atrás y hacerte preguntas: ‘¿por qué comencé a jugar a tenis? Porque me gustaba, nada más. De alguna manera, esto es un sueño convertido en un trabajo. Algunas personas nunca entenderán esto”. Son palabras que, a primera vista, resultan paradójicas: el jugador más ganador de todos los tiempos cuestionando la importancia del resultado. Y es que vivimos una época donde los grandes sólo pueden fracasar, porque se banaliza y se presupone la consecución del triunfo.

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Casi se hace temer un discurso del suizo. “Espero que nos veamos la próxima temporada. Si no,… fue un gran resultado y no podría estar más contento por la victoria de esta noche”. Esa opción abierta a no volver, sin llegar a decir lo que nadie quiere escuchar, dejó fría la despedida bajo la noche cerrada de Melbourne. “Sigue jugando, Rafa. El tenis te necesita”, fue el mensaje mandado cara a cara a su mayor rival de siempre, renacido para las grandes causas por derecho propio, dejando en el aire un testigo como si ya no le perteneciera.

En Melbourne, donde la competición ofreció un inesperado viaje al pasado, dos lecciones que quedaron ancladas en el tiempo: la enésima muestra de voluntad del español y la ejemplar función de tenacidad del suizo.

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