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Laissez faire

Los refugiados (y los inmigrantes) son beneficiosos para la economía

¿Qué evidencia tenemos de que los inmigrantes o los refugiados perjudican económicamente a nuestras sociedades? Muy poca. De hecho, disponemos de la evidencia opuesta

Momento de una concentración con motivo del Día Mundial de los Refugiados. (EFE)

Este pasado miércoles fue el Día Mundial del Refugiado, una figura jurídica que tradicionalmente había merecido una extendida conmiseración social: personas que huyen de sus países por causas tan trágicas como la guerra, la persecución política o las hambrunas y que buscan cobijo —refugio— en nuestras sociedades. Durante los últimos años, sin embargo, la ola de refugiados sirios que ha recibido Europa —más de un millón— ha sembrado un cierto recelo hacia ellos, especialmente espoleado por formaciones políticas populistas que tratan de sacar tajada electoral de la xenofobia.


Uno de los argumentos preferidos —aunque ni mucho menos el único— entre estos grupos políticos antirrefugiados —y antiinmigración en general— es que los extranjeros son perjudiciales para la economía del país receptor: ya sea porque “nos roban el empleo”, “reducen los salarios de los nacionales” o “se vuelven adictos a las ayudas públicas”. Sin embargo, ¿hasta qué punto estas afirmaciones cuentan con respaldo empírico? Es decir, ¿qué evidencia real tenemos de que los inmigrantes o los refugiados hayan perjudicado económicamente a nuestras sociedades? Muy poca. O, más bien, la evidencia de la que disponemos —trascendiendo el 'cherry picking' o los sesgos y prejuicios personales— es justo la opuesta.

Así, este miércoles también se publicó en 'Science Advances' la última investigación sobre este asunto, titulada 'Macroeconomic evidence suggests that asylum seekers are not a “burden” for Western European countries', donde se analiza la influencia de los flujos de inmigrantes y de refugiados en 15 países europeos (incluida España) entre 1985 a 2015. Los resultados son, en términos generales, enormemente positivos: un aumento del 1% en el volumen de inmigración neta supone un 'shock' positivo en el crecimiento del PIB per cápita durante los tres años siguientes (una expansión extra de hasta el 0,32% del PIB per cápita en el tercer año), así como sobre la tasa de desempleo durante cuatro años (que llega a reducirse hasta un -0,21% en el tercer y cuarto año).

Después de un 'shock' migratorio, los ingresos públicos tienden a crecer más que el gasto público, por lo que el déficit público preexistente se reduce


Además, y en contra de la leyenda popular, los flujos migratorios —al menos los experimentados hasta la fecha— no suponen una carga fiscal neta para la población nativa: a la postre, después de un shock migratorio, los ingresos públicos tienden a crecer más que el gasto público, por lo que el déficit público preexistente se reduce (en particular: la recaudación neta per cápita crece a ritmos de entre el 0,85% y el 1,1% durante los tres primeros años tras el 'shock' migratorio, mientras que el gasto público lo hace entre el 0,3% y el 0,6%).

Los resultados son similares si, en lugar de considerar todo el flujo migratorio que recibe un país, restringimos el análisis a los solicitantes de asilo. En este caso, el crecimiento de la renta per cápita comienza a ser positivo solo a partir del cuarto año, aunque el desempleo sí tiende a reducirse desde el primero. Además, no se detecta una influencia significativa de los refugiados sobre el gasto público (sí, en cambio, sobre los ingresos).

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En definitiva, los flujos migratorios y de refugiados que ha recibido Europa Occidental hasta la fecha han sido altamente beneficiosos para el bienestar económico de la población autóctona: mayores ingresos, mayor empleo y unas finanzas públicas más saneadas. Siendo así, desaparece la falaz disyuntiva que desean plantear algunas formaciones políticas xenófobas entre los intereses económicos de la población local y las legítimas aspiraciones de la población extranjera de prosperar dentro de nuestras comunidades; entre su bienestar y el nuestro. Hay espacio, por tanto, para una relación 'win-win': ellos ganan trasladándose a Europa y nosotros también.

Ahora bien, no todos los resultados de este análisis son positivos para quienes nos mostramos simultáneamente partidarios de las fronteras abiertas y de minimizar el tamaño del Estado: del estudio también se desprende que los 'shocks' migratorios —no así los 'shocks' de refugiados— tienden a incrementar el peso del Estado en la economía (pues el gasto público per cápita crece más rápido que la renta per cápita).

No es que ese mayor peso lo costee extractivamente la población local (pues, como hemos visto, la inmigración también mejora los ingresos públicos), pero más inmigración, al menos en Europa, sí ha significado hasta la fecha estados más grandes. La razón trasciende el objetivo de este 'paper': quizá la población inmigrante sea más partidaria de estados paternalistas que la población local; o tal vez el modelo de integración social que hemos construido en Europa pivote demasiado sobre la gestión pública (educación estatalizada, seguros sociales estatalizados, sanidad estatalizada, etc.).

El objetivo de los liberales no debería ser cerrar las fronteras, sino persuadir a los inmigrantes de las bondades de la libertad personal y económica


Sea como fuere, el objetivo de los liberales no debería ser el de cerrar las fronteras —a saber, proteger las libertades de la población local cercenando las de la población extranjera— sino, en todo caso, persuadir a la población inmigrante —como ya se intenta hacer con la local— de las bondades de la libertad personal y de la libertad económica, así como lograr que el modelo de integración europeo se fundamente mucho más en la iniciativa privada de la sociedad civil y mucho menos en la planificación coactiva de la burocracia estatal.

En suma, dado que la inmigración es beneficiosa para la población local, solo nos queda conseguir que el Estado no parasite, como hasta ahora ha venido haciendo, la mayor parte de esos beneficios.

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