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Crónicas desde el frente viral

Pasaporte covid: alguna certeza y bastantes dudas

Por primera vez, la tecnología nos permite contar con una herramienta que levanta una serie de escudos frente a la enfermedad en los espacios públicos cerrados

Persona presentando su certificado en el aeropuerto. (EFE)

Temo que este artículo termine quedando poco español. Me siento incapaz de expresar una opinión tajante que logre además degradar y demonizar a quien mantenga una opinión diferente. Veo los grises y tengo dudas. Casi me siento obligado a pedir disculpas.

Después de un año y medio de covid sigue siendo mucho más lo que desconocemos que lo que conocemos. Cada día se nos abren nuevas incógnitas. Sabemos, eso sí, que las medidas aplicadas desde hace siglos funcionan. El confinamiento, la distancia social, la mascarilla, fue lo único que tuvimos durante el primer tramo de esta crisis. Y sabemos, además, que ahora y por primera vez en la historia, la humanidad dispone de una vacuna que nos arma para encarar una pandemia que permanece en constante evolución, variando con las variantes.

También, por primera vez, la tecnología nos permite contar con una herramienta con la que podemos levantar escudos frente a la enfermedad en los espacios públicos cerrados, que es el campo de batalla preferido por el adversario.

Nadie, hasta el momento, ha puesto en duda la eficacia sanitaria del pasaporte covid. Lleva funcionando desde hace tiempo en los países que vienen logrando menores cifras de fallecimientos, ingresados y contagiados. Y no parece casualidad que sean esas las naciones menos afectadas económicamente por esta pesadilla.

La puesta en marcha del pasaporte no planteó grandes problemas en sociedades que tienen la democracia tan arraigada como la nuestra. No se ha visto un rechazo significativo en lugares como Dinamarca, Italia, Alemania, Portugal o Irlanda. El Reino Unido tiene prevista su puesta en marcha desde septiembre con plena naturalidad. Y en Francia, donde sí se ha dado algo más de ruido, la opinión de la justicia ha sido clara. Rotunda e inequívoca. También allí han dado el visto bueno.

No termino de estar seguro de que más de veinte países europeos se hayan vuelto locos de la noche a la mañana dando un brusco giro antidemocrático al aprobar una medida que activa a la economía mientras protege la salud. Del mismo modo, he de decir que no he visto todavía a ningún científico destacado echarse las manos a la cabeza frente a esta iniciativa.

Tiendo a pensar que pueden quedarnos más dificultades de las que pensamos, que tendremos que volver a inyectarnos, que el virus no desaparecerá mágicamente y que tendremos que acostumbrarnos a convivir con él durante bastante tiempo más. Dicho de otro modo, tendremos que adaptarnos y esa labor de adaptación tendrá que llevarse a cabo necesariamente desde el ámbito político. La cuestión es que para eso hace falta liderazgo.

Entiendo y puedo compartir la opinión de quienes consideran que la administración no debe imponer una medida de este tipo sin autorización judicial. Efectivamente, en materia de derechos y libertades, todas las garantías son pocas. Desde luego, ha de fijarse el marco de la temporalidad.

Simultáneamente, no comprendo y no puedo respaldar que España siga afrontando esta situación sin un marco legal claro porque vivamos bajo un gobierno más preocupado por evitar su desgaste que ocupado en su responsabilidad.

Quizá merezca la pena que hagamos un ejercicio mínimo de derecho comparado. En Copenhague no se puede comer en el interior de un restaurante sin haber mostrado el pasaporte. En Ámsterdam los establecimientos de restauración que requieren el certificado pueden abrir a pleno rendimiento, el peso recae sobre los establecimientos. En Luxemburgo no se aplican restricciones para los clientes que lo muestran, recae sobre la clientela. Hay, por lo tanto, diferentes modelos. No existe una única opción, parece claro que hay un amplio campo para el debate desapasionado. Racional.

El enigma, y como consecuencia, la imposibilidad de argumentación y búsqueda conjunta de la solución está en el otro lado. Quienes se oponen al pasaporte del covid no ofrecen alternativa alguna, no plantean ninguna iniciativa frente a la muerte y el deterioro económico que salga de la infantil negación de la enfermedad. Su propuesta pasa por saltarse la realidad.

Es posible que todo sea una casualidad, que el azar pueda explicarnos lo que parecería una constante desde el inicio de la pandemia. Quienes hoy se oponen al pasaporte fueron los que primero dijeron que esto del virus no era para tanto, quienes después más difundieron las teorías de la conspiración, y quienes luego menos han promovido la vacunación.

Quienes se oponen al pasaporte del covid no ofrecen alternativa alguna, no plantean ninguna iniciativa frente a la muerte

Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que hay en el comportamiento pandémico de las élites del nacionalpopulismo español mucho oportunismo y ningún patriotismo. Lo creo desde aquel acto de VOX en Vistalegre que multiplicó los contagios pero que había que celebrar porque también se cometió la equivocación de celebrar la manifestación del 8-M a cualquier precio.

Y lo considero también porque mucho me temo que los de Abascal ya están viendo en las vacunas para menores de 12 años —que pronto vendrán— una ocasión para dividir más a la sociedad, en lugar de una posible oportunidad para evitar el sufrimiento que conlleva la enfermedad.

Paradójicamente, hablarán en nombre de nuestros hijos, con tono henchido e iracundo, quienes consideran que solo puede existir un único modelo de familia, quienes pretenden imponer a todo el mundo una única forma de quererse y de estar juntos. Humildemente, creo que ahí falta autoridad moral porque eso es directamente incompatible con las raíces mismas de cualquier democracia verdadera.

Puede que no tenga remedio, pero tengo por costumbre confiar en la ciencia y sospechar de quienes emplean selectivamente conceptos tan importantes como el de libertad. Todavía no puedo decir que esté seguro de cuál es la fórmula de pasaporte de covid que mejor conjuga la razón científica con la razón política, pero sí que tengo la convicción de que es necesario buscarla y de que es posible alcanzarla.

Entre otros motivos porque, mientras unos y otros parecen conjugar esta crisis en términos de interés partidario que desatiende al bien común, no parece infundado aventurar que el virus seguirá comportándose como él quiera y no como nosotros queramos. La llegada de nuevas variantes parece irremediable, viviremos nuevos desafíos y en cada momento tendremos que hacer un nuevo cálculo de riesgos. Ya no estamos donde estábamos, sabemos lo que puede venir y tenemos pocas certezas. Una de ellas es que tenemos que hacer algo y que más nos vale hacerlo juntos. Otra, que la realidad es todavía más obstinada que la ley de la gravedad.

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