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Cosas del mundo exterior que están a punto de desaparecer

Para irle dando forma al futuro, mientras tengamos que convivir con el coronavirus, siempre es útil fijarse en aquello que está a punto de desaparecer

Barra de un bar de pinchos en San Sebastián. (EFE)

Lo primero que desapareció cuando empezamos a creernos que lo del coronavirus iba en serio fueron los apretones de manos. De los dos besos, ya ni hablamos. La manera de saludarnos es una más de las muchas cosas que tendremos que reinventar en las próximas semanas, porque tarde o temprano habrá que ponerse de acuerdo en cómo reemplazar esos segundos de cortesía cuando lleguen los tan esperados reencuentros. Sabemos lo que no podemos hacer, tocarnos, pero no qué es lo que haremos. ¿Inclinamos la cabeza o levantamos la barbilla? ¿Chocamos los codos, los culos o los pies? Falta un protocolo en función del grado de confianza.

Para irle dando forma al futuro, mientras tengamos que convivir con el coronavirus, siempre es útil fijarse en aquello que está a punto de desaparecer. La clave de lo que podremos hacer tras el desconfinamiento no va a estar exclusivamente en lo que se autorice o prohíba en cada fase, sino en lo que nos vayamos inventando para sustituir todas esas situaciones que ya no son seguras. El mundo que conocíamos no está pensado para funcionar con un virus respiratorio altamente contagioso y hay que repensar muchas cosas que no caben en el BOE. Por eso, es importante fijarse en las cosas que se acaban, es ahí donde hay que ponerse a buscar soluciones cuanto antes.

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En Lituania, por ejemplo, la barra del bar ya la dan por desaparecida. Bueno, seguir sigue ahí, pero ya no se puede usar. En Vilna, ya han reabierto cafeterías y restaurantes y planean reactivar el turismo, de momento, entre los vecinos bálticos. La nueva norma solo autoriza a servir comida y bebida en las mesas, y estas tienen que estar obligatoriamente en la calle con los dos metros de separación de rigor. Han prohibido consumir en el interior de los locales, porque hay mucho más riesgo de contagio. No es descabellado pensar que las barras de los bares, ese lugar en el que acodarse, beber y charlar, vayan a desaparecer al menos durante un tiempo cada vez en más lugares. También en España, seguramente el país con más barras de bar por habitante, tardaremos mucho en volver a disfrutarlas. Pero si el futuro es de las terrazas, aquí en eso tenemos experiencia, clima y horas de luz. Más difícil solución tiene lo de las tapas y raciones en platos compartidos, que necesitan reinventarse para no desaparecer del menú.

El menú, por cierto, es otra de esas cosas de las que hay que despedirse. En su formato impreso, al menos. También de las vinajeras y los azucarillos en las mesas, por el mismo motivo que ya no hay revistas en las peluquerías ni en las salas de espera de los dentistas. Desaparecen de los espacios públicos toda decoración superflua que dificulte la desinfección y los objetos prescindibles que pueda haber tocado otro, incluidos, poco a poco, los pomos de las puertas. Mejor que se abran solas o empujarlas con una palanca con el pie, porque son mucho más higiénicas (la demanda de este invento en Amazon se ha disparado en el último mes).

Los baños públicos ya están tratando de reinventarse para que no haya que tocar nada en ellos. Adiós a los botones y palancas en los grifos, mejor sensores que se activan solos para el agua, la luz y la cisterna. Desaparecen también los secadores de manos de aire, porque es más higiénico secarse las manos con papel desechable. En la hostelería, ni siquiera está claro cuándo van a usarse los aseos ni cómo garantizar la desinfección. Pero urge más en fábricas y oficinas, que buscan nuevas soluciones para mejorar la seguridad de los empleados reduciendo al máximo, igual que los hoteles, los espacios comunes.

Con el teletrabajo, las propias oficinas también corren el riesgo de desaparecer. Al menos, tal y como las conocemos. En su balance anual sobre el futuro de su empresa y de la economía mundial, Warren Buffet decía esta semana que hay que replantearse la demanda de espacios de oficina, porque mucha gente seguirá trabajando desde casa. Buffet lleva siete semanas sin ponerse una corbata, otro artículo que está en horas bajas. No solo porque sería extraño ponérsela en casa para las reuniones por videollamadas, también hay dudas de la conveniencia de utilizar corbatas en el futuro, porque pueden acumular muchos gérmenes y no suelen lavarse a menudo. Durante la gripe A de 2009, algunos médicos dejaron de usarlas en los hospitales por el riesgo que podían suponer. Un estudio de la Universidad de Cambridge identifica también como superficies potencialmente contaminadas cuyo uso debería restringirse tanto los ordenadores como las impresoras compartidas. Y recomienda que todos los aparatos electrónicos compartidos funcionen por reconocimiento de voz. ¿Acelerará el coronavirus el fin de los botones? Hace tiempo que es posible preguntarle a Siri o Alexa algo en vez de teclearlo en Google. La diferencia es que ahora es menos arriesgado.

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Muchas cosas ni siquiera hará falta prohibirlas porque nos iremos dando cuenta sobre la marcha de que, por muy acostumbrados que estuviéramos a ellas, ahora generan rechazo. La música ambiente, por ejemplo, tiene muchas papeletas de desaparecer a corto plazo, ya que hay que promover que la gente no se acerque para hablar. El estudio de Cambridge también apunta que reducir el ruido ambiente será fundamental en todos los espacios para favorecer la distancia social. No creo que la echemos mucho de menos, salvo los que iban a comprar ropa de 'rave' a Bershka o Stradivarius. Siempre pueden estos locales acostumbrados a poner su música a tope para crear ambiente ofrecer un hilo musical compartido a sus clientes para que cada uno lo escuche con sus propios cascos. El sistema ya funciona en eventos.

De hecho, en Dinamarca, ya han hecho un macroconcierto de música electrónica en formato autocine. Con las ventanillas subidas y la distancia de seguridad reglamentaria, unos 500 asistentes sintonizaban a su DJ en su propia radio. Los festivales y los grandes eventos a la antigua usanza desaparecerán hasta al menos el 31 de agosto en Alemania. En Francia, tampoco habrá festivales en los próximos meses. Las experiencias compartidas de mucha gente reunida en el mismo sitio haciendo lo mismo vana seguir teniendo demanda, pero hay que repensar el cómo. Helsinki, por su parte, está apostando por fomentar el turismo con una recreación de la ciudad en realidad virtual y está poniendo en marcha eventos en tiempo real que reúnen a más de medio millón de personas que experimentan allí espectáculos en directo e interactuar con la audiencia.

Bares cerrados en la plaza Mayor de Madrid. (EFE)

Lo que seguro va a desaparecer son aquellas situaciones que pongan en riesgo la salud de mucha gente, porque no estaban pensadas para hacerse en medio de una pandemia global. Pero no está claro cuáles son. Se creyó que tendrían los días contados los viajes en avión repletos de gente. El asiento de en medio era uno de los primeros candidatos a aparecer en este artículo sobre cosas que desaparecen. Pero Airbus acaba de anunciar un sistema que desinfecta el aire de los aviones cada tres minutos y que podría evitar que haya que eliminar asientos para garantizar la seguridad entre pasajeros. No hay como identificar algo que puede desaparecer para ponerse a buscar una solución. Urge otra para las barras de los bares.

En los próximos meses, vamos a reinventar desde la forma de saludarnos a la de trabajar y tomar una caña. Nos vamos a querer seguir juntando, claro. Solo hay que encontrar la manera de hacerlo de forma segura. Y para eso, más allá de la regulación, falta innovación.

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