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Ideas ligeras

Para qué sirve un torero

A los ocho años vi la primera cornada en directo. También fue la primera vez que fui a los toros. En Chinchón, la cuna de los ajos y de José Sacristán

Estatua del torero brindando un toro al doctor Fleming, en Las Ventas de Madrid. (EFE)

A los ocho años vi la primera cornada en directo. También fue la primera vez que fui a los toros. En Chinchón, la cuna de los ajos y de José Sacristán. Mis padres acudieron raudos y veloces a taparme los ojos, igual que en aquel cine de verano en Oropesa del Mar con un montón de escenas de ‘La escopeta nacional’. Cosas que pasaban cuando los padres diseñaban un ocio a su medida y no a la de sus hijos, que es lo que justo lo que hacemos hoy.

Me taparon los ojos y mi madre pegó uno de sus gritos. Se llevaron en volandas al torero y la corrida siguió su curso. Me asustó un poco ese debut en la tauromaquia, aunque no lo suficiente para renegar de ese plan que formaba también parte del ocio familiar.

Empecé a cogerle gusto al asunto, no me perdía las crónicas taurinas de Vicente Zabala y de Joaquín Vidal, me compré libros, escuchaba siempre a mi abuela materna desear fervientemente que el toro saltara el burladero para susto de los presentes, me gustaba compartir afición con Picasso y con Hemingway y estrené mi mejor vestido adolescente para ver un mano a mano entre José Miguel Arroyo y José Tomás en San Lorenzo de El Escorial.

Ahora era yo la que me topaba, y sin necesidad de que hubiera cornada. Empecé a sufrir, a sentir pena por aquel espectáculo. Deje de ir

Pasaron los años y la afición se fue templando y convirtiendo en esporádica. Comenzó a incomodarme el olor a puro de Las Ventas, las rodillas clavadas en la espalda de mi vecino de asiento trasero, el espectador listillo que todo lo comenta, las bragas y sujetadores que nunca tiré a Jesulín de Ubrique. Ahora era yo la que me tapaba los ojos y sin necesidad de que hubiera cornada. Empecé a sufrir, a sentir pena por aquel espectáculo. Dejé de ir. Sin dar explicaciones y sin dar lecciones a nadie por la decisión tomada.

Las corridas de toros viven desde hace tiempo, mucho antes de la pandemia, horas bajas. No precisamente por culpa de conspiraciones para acabar con nuestras tradiciones, sino por la falta de público. Una ‘enfermedad’ que también padecieron el frontón, las peleas de boxeo y el circo de tres pistas, tan habituales en décadas pasadas.

Cambian las costumbres, mueren los aficionados y nacen sensibilidades y formas de entender el ocio que a muchos nos cuesta encajar, como los ‘escape rooms’ y esos inquietantes establecimientos en los que echar la tarde lanzando hachas a una tabla de madera. Y no pasa nada.

Hace dos semanas encendí la televisión en un hotel de Cuenca. Retransmitían una corrida desde Ávila. Lo que antes era natural ahora me parecía exótico

Hace dos semanas encendí la televisión en un hotel de Cuenca. En el canal regional estaban retransmitiendo una corrida desde la plaza de toros de Ávila. Mi primera reacción fue pensar que no era en directo, aunque al observar al público con mascarilla me desdije. Lo que en su momento me pareció natural, poner la tele y escuchar clarines y timbales, ahora se me antojaba tan exótico.

Se me hace muy lejana la época en la que la feria de San Isidro la podíamos ver en Canal Plus, en aquellos míticos descansos en los que Cristina Tárrega conversaba con los famosos que acudían al palco de la cadena. Desconozco cuál fue la última salida por la puerta grande en Las Ventas o La Maestranza, y hace demasiado que no veo la firma de Antonio Lorca en 'El País'. Si ni siquiera le pongo cara a Pablo Aguado, ese que dicen que va a revolucionar la llamada fiesta nacional.

El torero Pablo Aguado. (EFE)

A cambio, sí sé quién es Gonzalo Caballero porque anduvo por ahí con una nieta del Rey Emérito. También sé que Enrique Ponce, el gran rival del Joselito que tanto seguí, tiene cuenta en Instagram y cambió a la señora por una de 20. Que a Cayetano Rivera el verano se lo está dando, además de la pandemia, una muchacha llamada Karelys Rodríguez que asegura haber estado con él durante seis años mientras el hijo mediano de Paquirri se casaba y era padre con otra mujer.

Que Morante de la Puebla, que posó hace tiempo en '¡Hola!' con capa, chistera y un gato negro atado por una correa, dice que Jorge Javier Vázquez cobra directamente del Gobierno en una clara ofensiva para acabar con las tradiciones. Tradiciones que pueden ser las corridas de toros o las peleas de gallos que organiza con otros dos colegas de oficio, descubiertas por el programa de Telecinco.

Trajes de luces en los platos de la televisión, porque ya apenas interesan en las plazas. Será la fe del converso, pero me pregunto para qué sirve hoy un torero.

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