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Yo no soy Juana Rivas

Lo que alarma del caso es que las campañas que se desatan en su favor ya dan las preguntas por contestadas cuando lo único que conocemos es la historia por los medios

Manifestación en Maracena (Granada) en apoyo a su vecina Juana Rivas. (EFE)

No habrá por mi parte ningún hashtag, ninguna etiqueta, ninguna pegatina, porque la solidaridad en esta época que nos ha tocado vivir es un concepto que muchos confunden con una compasión sensiblera, un seguidismo ciego. La solidaridad tiene sentido cuando nace de la razón, del compromiso, del convencimiento, pero de nada sirve cuando no tiene más profundidad que la de una campaña publicitaria, un eslogan que se repite como el estribillo de una canción pegadiza, sin saber qué significa ni que se quiere decir. Por eso, yo no soy Juana Rivas, ni la tengo escondida en mi casa, porque lo peor que le puede suceder a la propia Juana Rivas, y a todas las que en adelante se puedan encontrar en la misma situación, es que el conflicto de esa familia rota se resuelva sin que asiente una experiencia oficial, legislativa y judicial, que sirva para el futuro.

Los ositos de peluche en la puerta de la casa de Juana Rivas no solucionan nada, ni las falsas campañas de autoinculpación en las redes sociales; servirán para darle adrenalina y, acaso, para insuflarle un ánimo falso y una expectativa equivocada que le provocará más dolor aún si, llegado el caso, se ve obligada a entregarle los hijos a su padre biológico porque así lo exigen la Justicia española e italiana. Antes que velas y ositos, preguntas y respuestas que no siempre serán cómodas.

Juana Rivas. (EFE)

En una de las fotos de estos días, aparece la protagonista de este drama de actualidad en el centro, en un alarido de llanto, con las manos abiertas en alto, en la derecha un pañuelo arrugado de lágrimas. La acompañan algunas mujeres con pancartas. En una de ellas se puede leer: “¿Un padre maltratador es igual a un buen padre?” Pues justo esa misma pregunta es la primera que nos tenemos que hacer: ¿Tiene derecho un padre condenado por lesiones a estar con sus hijos una vez cumplida la condena o se le debe prohibir cualquier contacto de por vida? ¿Un maltratador debe perder para siempre la patria potestad?

Sinceramente, soy incapaz de responder a esas preguntas y eso que de un maltratador yo sólo pienso lo peor, que es un miserable cobarde. La violencia de género, el maltrato machista, es muy fácil de identificar porque “el hombre que golpea a una mujer difícilmente lo haría con Mike Tyson; lo hace porque puede, porque cuenta con el imperio de la fuerza física, y es más propenso que cualquier otro a abusar de un pequeño”, como sostiene con una sencillez contundente y oportuna mi colega Antonio Cambril. Aún así, sigo preguntándome: ¿deben tener la misma consideración todos los maltratadores, sea cual sea la causa?

Lo que alarma del caso de Juana Rivas es que las campañas que se desatan en su favor ya dan las preguntas por contestadas cuando lo único que conocemos es la historia que se reproduce a retazos en las noticias de prensa. Vamos a repasarla: Juana Rivas y Francesco Arturi se conocieron en Londres hace doce años, ella tenía 24 años y él 38. Iniciaron entonces una relación de la que nació su primer hijo, actualmente de once años, ya en Granada, en Maracena. Al poco tiempo, con el niño con dos o tres años, en 2009, Juana Rivas denuncia a su pareja por maltrato y la Justicia le da la razón: Francesco Arturi es condenado a tres meses de cárcel (que no tuvo que cumplir) y a un año de alejamiento. Pasan los años y Juana Rivas decide darle otra oportunidad a su ex pareja y se marcha a Italia, a la isla de Carloforte, al sur de Cerdeña. En 2015 nace su segundo hijo y un año después, en mayo de 2016, Juana Rivas decide abandonar definitivamente a su pareja y, de forma encubierta, coge a sus hijos y vuelve a España.

Juana Rivas denuncia a su pareja por maltrato y la Justicia le da la razón: Francesco Arturi es condenado a tres meses de cárcel (que no cumplió)

Lo que dijo al llegar a España de nuevo, según su abogada, es que también en Italia estaba sufriendo malos tratos: “Llevaba una vida de esclava, alejada de todo contacto social y trabajando todo el día en un hotel rural que regentaban a ocho kilómetros de la localidad más cercana y a tres horas en ferry del juzgado más próximo”. ¿Por qué no lo denunció por malos tratos en Italia en vez de salir huyendo hacia España, con sus dos hijos? Cualquier puede entender las razones de presión psicológica de una mujer maltratada, pero la realidad es que, al no hacerlo, Juana Rivas se condenó al calvario judicial que está viviendo. Es importante reseñar, además, que hablamos de Italia, un país europeo, con leyes de protección a las víctimas de violencia de género, aunque no sean idénticas a las españolas. Cuando puso la denuncia en Granada, lo que dictaminó la Justicia española es que esos hechos había que denunciarlos en Italia y en esa seguimos aún, esperando que la causa se traslade al correspondiente juzgado de Cerdeña. Hasta entonces, si no decidimos ignorar la verdad judicial, sólo se puede culpar al padre de esos dos niños de un caso de maltrato por lesiones, en 2009, del que ya cumplió sobradamente.

Que se sepa, desde que Juana Rivas llegó a Maracena, huyendo por segunda vez de su marido, puso su caso en conocimiento del servicio de Igualdad del Ayuntamiento, gobernado con mayoría absoluta por el PSOE. Es decir, el mismo partido socialista que gobierna en la capital, en la provincia y en toda Andalucía. En cada uno de esos escalafones institucionales, hay un servicio de Igualdad. ¿De qué sirven tantos servicios de Igualdad si no se comunican entre ellos? ¿Por qué es ahora, una vez fugada y en paradero desconocido, cuando, empezando por la Junta de Andalucía, se le ofrece a Juana Rivas asistencia jurídica; es que acaso no tiene ya una abogada? ¿No será que sólo intentan utilizarla, sin escrúpulo alguno, para colocarse una medalla y hacerse un hueco en los titulares de cada día?

Yo no soy Juana Rivas, ni la tengo escondida, ni quiero que la manoseen y la conviertan en una heroína de la lucha contra la violencia machista con una arrolladora campaña de falsa solidaridad. Yo quiero, sin conocerla, a Juana Rivas, y a sus hijos, y siento con ella el dolor de todas las víctimas de malos tratos. Pero con la misma mano en el corazón lo que no quiero es que su dolor sea utilizado por quienes tendrían que evitar que estos casos se produzcan y deseo menos aún que se pisoteen los derechos de terceros con reformas penales abusivas que se aprueban sin contestar incómodas preguntas que nadie quiere responder por el mero hecho de quedar bien. Una vez más: ¿la condena por maltrato machista debe implicar que ese padre no pueda ver más a sus hijos? Yo no lo sé y me asustan quienes ni siquiera se lo preguntan.

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