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Crimen de Almonte: la apacible vida de un psicópata

El hecho de que la vivienda en la que se cometió el doble asesinato no estuviera forzada, ni se hubiera cometido ningún robo, es lo que determina que se trate de un asesinato pasional

Juicio por el crimen de Almonte (Huelva). (EFE)

El juicio por el doble crimen de Almonte se ha construido en contra de las evidencias de los acusadores. Esa es la paradoja principal de este juicio de Almonte, que hace cuatro años, cuando aparecieron brutalmente asesinados Miguel Ángel y su hija, María, de ocho años, casi nadie de los que hoy acusan a Francisco Javier Medina era capaz de encajarlo en el perfil de psicópata despiadado con el que se le presenta ahora. Pero ha pasado el tiempo, ya nada es como entonces, y muchos de los que hubieran jurado por su inocencia claman ahora para que el jurado popular baje su pulgar y Fran se pudra en la cárcel, con una condena de 50 años.

La mayor conversión de todas la ha experimentado el personaje central de este terrible drama de Almonte, una mujer con nombre de novela, Marianela, una joven torturada por la vida de la forma más cruel que pueda imaginarse, primero con el asesinato de su exmarido y de su hija, y con la revelación, un año después, de que el asesino de ambos era la persona que había estado conviviendo con ella, su principal amor tras la muerte de su hija, la persona con la que estaba rehaciendo su vida, el hombre en quien se apoyaba, que la acompañaba a todas partes, que siempre estaba allí, pendiente de sus desvelos. ¿Cómo pudo ser posible?

Marianela, exmujer y madre de las víctimas del doble asesinato en Almonte (Huelva). (EFE)

Cuando la Guardia Civil llama a Marianela, el 24 de junio de 2014, para que se pase por el cuartel de la Palma del Condado, la primera persona a la que telefonea es a su pareja, Fran, que ese día tenía el turno de mañana en el supermercado de Almonte en el que trabajaba. Marianela, que viene de una de las sesiones de terapia de duelo a la que se somete desde el asesinato de su hija y de su exmarido, recibe la llamada del teniente de la Guardia Civil para que se pase por el cuartel a la mayor brevedad posible, pero no le concreta nada. Marianela nunca llegó a sospechar que, desde el asesinato de su hija, ella misma era una de las principales sospechosas para la Guardia Civil, por eso le habían pinchado el teléfono desde muchos meses antes.

El hecho de que la vivienda en la que se cometió el doble asesinato no estuviera forzada, ni se hubiera cometido ningún robo, es lo que determina desde el primer instante el sesgo de las investigaciones: asesinato pasional. Esa es la tesis fundamental que se maneja. Por eso, Marianela está en el centro de las pesquisas.

Si de algo sirven en este juicio las más de 100 conversaciones telefónicas grabadas a Marianela, es para indagar en el carácter del supuesto asesino

Ese día, después de hablar con el teniente de la Guardia Civil, lo primero que hace es llamar a Fran para contárselo: “Ya sabes lo nerviosa que me pongo, lo mal que lo paso”. Fran le recuerda dónde está el cuartel al que debe ir y le insiste, como otras veces, en la necesidad de que vaya a declarar cada vez que se lo pidan. “Ellos son de fuera y no conocen Almonte; tú eres la que tiene que ir indicándoles y diciéndoles quién es cada uno”. Para que se quede más tranquila, Fran le promete que, en cuanto acabe su turno, a la una de la tarde, se llega a recogerla al cuartel de la Palma, por si no se encuentra en condiciones de conducir hasta Almonte después de una declaración en la que, una vez más, iba a tener que revivir el horror.

Lo que no pueden sospechar ninguno de los dos, lo que nadie puede siquiera imaginar, es que las prisas de la Guardia Civil para que Marianela vaya a declarar ese día son porque, de forma simultánea, mientras ella llega al cuartel, otros guardias civiles van hacia Almonte para detener a Fran como culpable del doble asesinato. Nunca más volvieron a hablar, nunca más volvieron a verse, hasta la vista oral de estos días en la que ella, delante de un jurado, declarará que Fran no era la persona que pensaba, que la quería, que la acompañaba, que la mimaba. Un monstruo que la acosaba, la controlaba, la vigilaba, la manipulaba.

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Si de algo sirven en este juicio las más de 100 conversaciones telefónicas grabadas a Marianela, es para indagar en el carácter del supuesto asesino. Nada se habla del día del crimen, ni de sus alrededores, nada de sospechas o de testimonios incriminatorios; lo único que ofrecen es el retrato rutinario de la vida de una pareja que cuando no están juntos se llaman por teléfono a todas horas del día, por la mañana, por la tarde, por la noche; largas conversaciones de nada, la rutina de un hombre y una mujer que, con una desgracia a cuestas, han comprado una casa y están amueblándola para empezar a vivir juntos después de cuatro años de citas a escondidas, a espaldas del marido de Marianela. ¿Cómo era en realidad Francisco Javier Medina?

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Esas horas y horas de grabaciones telefónicas, analizadas por El Confidencial, la única sorpresa que ofrecen es que nadie, al oírlas, podría decir de Fran otra cosa distinta a que es el polo opuesto de un celoso compulsivo, un dominador o un manipulador. Es Marianela la que lleva siempre la iniciativa de la relación, en ocasiones hasta extremos que la exasperan por la escasa iniciativa que demuestra Fran.

Por eso es tan extraordinaria la conversión experimentada por Marianela. Tan radical es el cambio que, en la vista oral, la abogada de Marianela, la letrada Inmaculada Torres, ha deslizado subrepticiamente un delito más, de violencia de género, por el supuesto acoso al que el único acusado sometía a su defendida. “Se convirtió en su sombra”, dijo, y añadió que la tenía siempre vigilada, que le controlaba la ropa que se ponía, la gente con la que salía… Tanto que, según su versión, llegó a prohibirle que se viera con su exmarido, al que había abandonado semanas antes, con lo que tenían que citarse a escondidas.

Familiares y amigos de las víctimas ante la Audiencia de Huelva. (EFE)

Nada de eso se oye en las grabaciones, ni siquiera se intuye, pero es la realidad que ha llegado a este juicio. La propia Marianela, en un informe pericial que aportará su defensa en este juicio, define ahora su relación con Fran como “una relación tóxica” y a él como una persona “celosa, temperamental, impulsiva, manipuladora y machista”. En la elección del jurado por este doble asesinato, la abogada de Marianela solo repitió una pregunta para todos los miembros: “¿Sabe usted qué es la violencia de género?”.

Aquella tarde de junio de 2014, Marianela llegó al cuartel de la Guardia Civil pensando que, a la salida, Fran iría a recogerla para que no tuviera que conducir hasta Almonte, después de la tensión vivida. “Venga, venga, tú tranquila”, fueron las últimas palabras de Fran. Ya no volverían a hablar más ni a verse más. En el cuartel de la Guardia Civil, Marianela se desmayó cuatro veces cuando le dijeron que, en ese mismo momento, estaban deteniendo a su pareja como principal sospechoso del crimen de su hija y de su exmarido. “Es imposible, es imposible, ¡Fran no ha podido ser! Estuvo conmigo aquella noche, salimos del Mercadona y fue a su casa a ducharse, luego a comprar la cena… ¿Cómo iba a matarlos en un cuarto de hora y presentarse luego en mi casa recién duchado, con sus zapatos blancos?”, dice Marianela en las grabaciones posteriores con sus familiares y amigos. ¿Cómo pudo matarlos? Desde entonces hasta ahora, esa misma pregunta se arrastra sin resolver. Son los ‘agujeros negros’ de la acusación contra Francisco Javier Medina, Fran; las grandes lagunas que presenta la acusación de un juicio construido contra las evidencias de los acusadores.

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