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El imparable ascenso de Ana Pastor

¿Posible sustituta para encabezar las listas del PP, renovar el partido y contagiar de su probidad, seriedad y rigor a una organización en decadencia? Desde luego que sí

Ana pastor, presidenta del Congreso. (EFE)

De no ser por la actitud, el discurso y el empuje reivindicativo de Ana Pastor el 8-M, con motivo de la huelga de las mujeres, su partido, el PP, habría hecho un espantoso ridículo. Mientras sus compañeras, Isabel Tejerina, ministra de Agricultura y Medio Ambiente, y Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, propugnaban una "huelga a la japonesa" y desde Génova se distribuía un abochornante argumentario contra la jornada de protesta feminista, la presidenta del Congreso empleó su convicción y su intuición para ponerse al frente de las reivindicaciones de las mujeres y participó en la jornada con un activismo sereno, con unas apreciaciones sensatas y con una empatía que reconocieron hasta los sectores más combativos del feminismo.

Su propia trayectoria de mujer comprometida con la política, ni siquiera rozada por un escándalo de corrupción, seria y rigurosa en el ejercicio de su labor pública, han granjeado a Ana Pastor un respeto transversal y generalizado. Se pudo ver el pasado jueves, durante el pleno del Congreso sobre la prisión permanente revisable. La presidenta requirió en tono severo un comportamiento adecuado a los diputados bajo la advertencia de suspender la sesión lo que, dijo, "sería bochornoso". Quizás la única persona que estuvo a la altura de las circunstancias.

Su propia trayectoria de mujer comprometida con la política le han granjeado un respeto transversal

"La zamorana de Pontevedra", como me la define un alto cargo del PP, es de una fidelidad inquebrantable a Mariano Rajoy. Son amigos desde hace décadas. Pero más allá de la amistad les vincula un mutuo respeto y una cierta admiración recíproca. Ana Pastor ha sido todo en la vida política. Médica y cirujana de profesión, ha ocupado los cargos de secretaria general del Ministerio de Educación, subsecretaria del Ministerio de la Presidencia y de Interior. Entre 2002 y 2004 desempeñó el cargo de ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y entre 2011 y 2016, la cartera de Fomento en la que supo trabar una relación con todos los ámbitos del su entorno ministerial, incluidos —y era difícil— los consejeros del ramo de la Generalitat de Cataluña.

Alberto Núñez Feijóo, presidente gallego. (EFE)

Desde el mes de julio de 2016 es presidenta del Congreso, tercera autoridad del Estado, luego de haber sido elegida por Pontevedra en las legislaturas VI, VII, VIII, IX, X, XI y XII. Es decir, conoce la gestión en las administraciones públicas y, perfectamente, el funcionamiento de la Cámara legislativa baja que dirige con la potestad de su cargo y la autoridad moral de su rigor y buen hacer. Dos hitos en su gestión como presidenta de la Cortes están definiendo su labor. La primera, el memorable discurso —abierto, generoso e integrador— que pronunció el 28 de junio del pasado año en la solemne sesión de conmemoración de las primeras elecciones democráticas. No solo recordó al ausente rey emérito, Juan Carlos I, y al fallecido Adolfo Suárez, sino que en un ejercicio de generosidad y amplitud no se olvidó de ninguna personalidad de la transición y citó expresamente a Ramón Rubial, Santiago Carrillo, Carmen García Bloise, Ramón Trías Fargas y Joaquín Garrigues, entre otros. Hizo mención expresa a Josep Tarradellas y tuvo palabras de recuerdo para Dolores Ibárruri y Rafael Alberti. La oposición de izquierdas aplaudió el discurso y desde entonces profesa a Ana Pastor un redoblado respeto.

Le ha tocado a la presidenta un Congreso difícil, bullanguero y descorbatado. Lo ha asumido como signo de los tiempos pero mantiene sus líneas rojas. Demostró una manera muy personal de reducir los conflictos cuando en noviembre del pasado año llamó la atención a Gabriel Rufián, el histriónico diputado de ERC, y luego le citó privadamente. No se sabe exactamente qué razonamientos le expuso, pero sí que desde entonces Rufián se ha comportado con una dignidad parlamentaria que antes de su conversación con Ana Pastor nunca observó. Los que conocen los términos de la conversación de Pastor con Rufián hablan de la capacidad de persuasión de la presidenta que logró convencer al republicano de adoptar actitudes diferentes a la que venía manteniendo.

Feijóo es el mejor situado para sustituir a Rajoy, pero el ascenso de Pastor es imparable

Se extiende como mancha de aceite la posibilidad de que Mariano Rajoy no vuelva a presentarse en unas próximas elecciones generales. Y también de que el mejor situado para sustituirle sería Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia. El ascenso en el aprecio del PP y en el respeto público de Ana Pastor, sin embargo, es imparable. El hecho de ser mujer, además, es un tanto a su favor, aunque en lo sustancial resulte de su trayectoria que es el de una eficaz gestora política con una carga ideológica de fidelidad a su partido, de lealtad a Rajoy y de compromiso con su organización, un compromiso que ha mantenido aun en el ejercicio de sus constantes responsabilidades públicas.

Ana Pastor no es una política solo limpia de cualquier sospecha; no es solo una personalidad de dilatada trayectoria gestora. Es también una persona con un importante acervo cultural y un especial sentido del humor como demostró en la cena de la Asociación de Periodistas Parlamentarios el pasado 14 de diciembre. Su discurso, irónico, divertido, repleto de anécdotas, y suelto marcó la gala anual. Ana Pastor tiene, además, el carisma más contemporáneo: el de no tenerlo, como no lo tienen los y las políticos de largo recorrido pero de reconocida solvencia. ¿Posible sustituta para encabezar las listas del PP, renovar el partido y contagiar de su probidad, seriedad y rigor a una organización en decadencia? Desde luego que sí. Una mujer del PP a la que no le falla la pituitaria política en un momento tan clave y decisivo como el pasado día 8-M, culminando así una larga trayectoria de discretos y constantes aciertos, merece estar en la quiniela del futuro de los populares.

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