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Nos engañan y nos engañamos

El problema hoy es distinguir la información verdadera de la falsa y hacer que no recibamos solo aquella que parece cortada a nuestra medida, porque eso altera nuestra percepción

Anuncio contra la difusión de bulos en una estación de tren en Kuala Lumpur. (Reuters)

No sé si es peor que te engañen o que quieras ser engañado, porque en muchas ocasiones se trata de procesos simultáneos, esto es, nos engañan porque queremos engañarnos. O al revés.

Empiezo por los que nos engañan, que son muchos. Desde los políticos, que prometen con pólvora del rey cuanto se les pasa por la cabeza durante las campañas electorales sin la menor intención de cumplir luego, hasta la propaganda comercial, que promete adelgazamientos prodigiosos o aprender inglés en una semana, que de todo hay. Vivimos en una sociedad global donde el engaño nos rodea. Ahora lo llaman 'fake news', que en castellano se dice 'bulos', y algunos elevan este tipo de mentiras a niveles desconocidos sin que se les caiga la cara de vergüenza, con el problema añadido de que los bulos se difunden 10 veces más que las noticias contrastadas, según un estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology).

El 'New York Times' contó hace algunos meses el número de mentiras que ha dicho Donald Trump desde que asumió la presidencia (había empezado durante la campaña diciendo que Obama no había nacido en los Estados Unidos) y le salían más de 1.000, a no sé cuántas diarias, incluyendo domingos y fiestas de guardar. Y es una lista que hay que actualizar constantemente porque no ha parado de decirlas. Una de sus últimas ocurrencias es afirmar sin despeinarse que en Sudáfrica los negros están asesinando masivamente a los granjeros blancos para quedarse con sus tierras.

También engañaron a conciencia los políticos británicos sobre pretendidos e inexistentes beneficios del Brexit y lograron un voto favorable en el referéndum de unas gentes que ahora se ven enfrentadas a una realidad que perjudica a todos, pero al Reino Unido más que a nadie. Y han engañado hasta la saciedad los políticos independentistas catalanes sobre lo que sería el futuro idílico de una 'república catalana' pacíficamente integrada en la Unión Europea, el espacio Schengen y la misma Liga de fútbol, y todo ello logrado por el 'democrático' procedimiento de violar la Constitución, el Estatuto de Autonomía y todas las leyes que se les pusieran por delante.

El último escándalo de falseamiento de la realidad lo ha protagonizado Georg Maassen, jefe del servicio de Inteligencia doméstica de Alemania, que ha negado que una masa de ultraderechistas furibundos persiguieran en Chemnitz a inmigrantes el pasado agosto, algo que millones de alemanes pudieron ver en televisión. Maassen, al parecer con simpatías por Alternativa por Alemania, ha provocado una crisis política que ha obligado a la canciller Merkel a cesarlo. Brecht diría que cuando la realidad no gusta, hay quienes en lugar de cambiarla prefieren inventar otra a su medida.

Opinión
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Andrés Montero

Son engaños que no son inocentes porque siempre buscan beneficiar a alguien, y esa es la razón por la que los rusos los utilizan para interferir en los procesos electorales de Estados Unidos y de varios países europeos. Su propósito no es tanto (aunque también) influir en la elección de un candidato sobre otro sino crear dudas y deslegitimar el sistema democrático en su conjunto, debilitando así a los que percibe como enemigos.

El pasado lunes 30 de septiembre, los macedonios han votado en referéndum (todavía de incierto resultado por la baja participación) sobre el cambio de nombre de su país, que pasaría a llamarse Macedonia del Norte, poniendo fin a un litigio de muchos años con Grecia y abriendo la puerta para que pueda presentar su candidatura a la Unión Europea y a la OTAN, cosas que no interesan a Moscú, y seguramente por eso se han denunciado injerencias rusas para influir en la votación, algo que el Kremlin niega.

Pero no hay que ser inocentes y pensar que los rusos son los únicos que hacen estas cosas, pues también ellos acusan a Washington de interferir en sus elecciones, y el actual embajador norteamericano en Alemania no tiene empacho en decir que su trabajo es apoyar a los grupos de ultraderecha que tanto terreno están ganando últimamente (Alemania, Austria, Suecia...) al rebufo de la combinación entre inmigración y terrorismo que con tanta habilidad como falsedad utilizan grupos populistas y xenófobos para excitar los miedos del personal. Otro bulo interesado. Y eso sin quitar mérito a nuestra incapacidad, esta muy real, de regular conjuntamente un problema migratorio que solo puede ir a más a la vista de las tendencias demográficas.

Hoy, esta tarea de difundir bulos alcanza grados de eficacia muy altos gracias a la combinación de la informática, la IA (inteligencia artificial) y los 'big data'. Lo último es el procedimiento conocido como 'deepfakes', que utiliza todos estos medios para producir audiovisuales falsos donde se utiliza un rostro y se le hace decir cualquier barbaridad, o se pone su cara, sí, la suya, amigo lector, sobre el cuerpo de un actor/actriz que haya grabado previamente una escena pornográfica. Se lo hicieron a Scarlett Johanson. Y explíquelo usted luego en casa.

Esto se consigue con algoritmos conocidos como 'modelos generativos', que son capaces de copiar datos y luego reproducirlos en contextos diferentes. Por ejemplo, imitar gestos y expresiones de su propia cara para luego hacerle decir lo que nunca pasó por su cabeza. He visto una 'falsificación de Obama', al que se le hace decir que Donald Trump es un imbécil y es increíble lo bien hecha que está. Nadie diría que es un montaje. Son difíciles de detectar y eso les da credibilidad y los hace muy peligrosos, porque cuando se demuestra su falsedad, después de gastar mucho tiempo y mucho dinero, el daño ya está hecho. Aquí hay una gran responsabilidad de los que difunden este tipo de noticias sin antes verificar su autenticidad.

Pero no hace falta ir a procedimientos tan caros y trabajosos porque hay métodos más sencillos para engañarnos e instrumentalizar nuestros deseos. Primero se accede a datos privados comprándolos a las grandes plataformas de internet o robándolos directamente (como el escándalo de filtración masiva de Cambridge Analytics y el robo reiterado de datos personales de Facebook). No se trata solo de nuestro nombre y dirección electrónica sino de nuestro perfil, lo que nos gusta, lo que compramos, lo que votamos, lo que leemos y los restaurantes que visitamos. Con eso, un algoritmo y unos 'bots' (programas informáticos que hacen tareas repetitivas por internet) es posible enviar miles de mensajes personalizados a destinatarios predispuestos a aceptarlos porque están en línea con lo que ellos piensan y desean.

Y se lo ponemos fácil porque no cuidamos nuestra privacidad. Internet y las redes sociales nos facilitan la vida, y mucho, pero también la airean para quien quiera conocerla y facilitan penetrar en una intimidad que no guardamos cuando colgamos fotos, o comentarios, o hacemos compras y lecturas en la red. Es el mismo mecanismo que te hace recibir anuncios y anuncios de coches si un día has expresado curiosidad por un modelo. Solo que ahora no se pretende tanto satisfacer un deseo como influir sobre él o incluso crearlo 'ex novo'. Y así, los amantes del fútbol reciben información sobre este deporte y los de izquierdas y de derechas, informaciones acordes con sus ideas. Por ejemplo, descabelladas teorías de la conspiración sobre el 11-M que aunque parezca mentira muchos aún hoy creen a pies juntillas porque están desinformados.

Es un asunto que afecta al corazón mismo del sistema democrático. Bill Clinton, en su reciente novela 'El presidente ha desaparecido', hace un llamamiento a volver a votar en papeletas de papel cuando el país sufre un brutal ataque cibernético, y a la misma conclusión ha llegado estos días un panel de expertos en los EEUU que afirman que el voto electrónico no garantiza “el secreto, la seguridad y la verificabilidad”. Y en la otra punta, otros como la plataforma Democracy-Earth abogan por votar 'online' de forma inmediata sobre cualquier asunto, eliminando a los 'intermediarios', que son los políticos (aunque no explica quién se ocuparía de poner en práctica lo previamente decidido 'online'). A la vista de lo visto, no se me ocurre ningún sistema mejor que ese para manipular el voto, dejando chicas, muy chicas, a aquellas votaciones universitarias a mano alzada de nuestra juventud.


El principal problema que tiene hoy una sociedad que ha entrado con pie firme en la revolución de la información no es conseguir datos o noticias, que sobran hasta el punto de que hoy un bañista en cualquier playa con un teléfono móvil tiene más información a su alcance que Eisenhower cuando decidió el desembarco de Normandía. El problema hoy es ser capaces de distinguir la información verdadera de la falsa y hacerlo de forma que no recibamos solo aquella que parece cortada a nuestra medida, porque eso altera nuestra percepción y nos empobrece intelectualmente. Y proteger nuestros datos, primero siendo más discretos y, segundo, con mecanismos robustos que impidan su 'hackeo'. Este es un terreno donde cada uno de nosotros, en primer lugar, y también las grandes plataformas de difusión de contenidos y los medios de comunicación tenemos un trabajo que hacer. Y si no, no nos quejemos.

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