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El plan de la nueva izquierda para detener la crisis económica que viene

Acabar con el saqueo que está llevando a cabo el capital riesgo o reducir la deuda privada son algunas de las propuestas de un movimiento que ataca al poder económico vigente

El candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders, en un acto. (Reuters)

La gran mayoría de las izquierdas europeas ofrecen la misma solución para arreglar las piezas rotas del sistema: los impuestos. La financiación del Estado del bienestar y la consiguiente mejora de los servicios sociales solo son posibles si existen más recursos disponibles, y para conseguir este objetivo, el aumento de la presión impositiva les parece el mejor camino.

Entre las formaciones de izquierda existen puntos de vista muy distintos sobre qué tipo de impuestos establecer, sobre cómo y a quiénes gravar (a los ricos, a las empresas tecnológicas, a las clases medias altas, al capital, al trabajo, etc.), que tienden a disolverse cuando esos partidos llegan al Gobierno. Finalmente, y puesto que no son capaces de meter en vereda fiscal a las grandes fortunas, a las empresas multinacionales o al capital financiero (la amenaza de fuga suele disuadir), acaban cobrando impuestos a las clases medias por vía directa y a las bajas por vía indirecta. Como además, en el caso español, tenemos una elevada deuda y muchos intereses que pagar, esta solución es la que acaban aplicando todos, también las derechas, y no hay más que remitirse al Gobierno de Mariano Rajoy para constatarlo.

Los 'impuestos al pecado'

El nuevo complemento a esta vía son los recurrentes 'impuestos al pecado', cada vez más de moda, y especialmente entre los sectores progresistas: para evitar los problemas que causan la obesidad, la contaminación, el cambio climático y demás, la sorprendente solución que ofrecen es fijar impuestos al gasoil, a la carne, al azúcar o al uso de las autovías, o establecer peajes para el acceso al centro de las ciudades con automóvil, de forma que sirvan como elemento disuasorio. El resultado final es doble: se perjudica a las clases con menos recursos, que son quienes más se ven afectadas por el aumento de los precios, y se fomenta que ese tipo de actividades y de consumos solo pueda ser realizado por quienes cuentan con mayor poder adquisitivo.

Mientras esto ocurre en la vieja UE, las izquierdas anglosajonas están planteando otras soluciones. En el caso británico, el plan de Corbynincluye nacionalizaciones, de forma que servicios públicos indispensables no estén en manos del mercado, y en EEUU Bernie Sanders lleva tiempo apostando decididamente por el ‘Medicare for all’, la condonación de las deudas contraídas para sufragar los estudios, la subida de los impuestos a los ricos y las grandes empresas y la defensa de los trabajadores estadounidenses. Y aunque no aspire por ahora a ser candidata a la presidencia, Alexandria Ocasio-Cortez tiene en su equipo económico a expertos muy favorables a la Teoría Monetaria Moderna, algo de lo que los economistas ortodoxos no quieren oír hablar.

El poder real

De todos los candidatos demócratas, sin embargo, el programa económicamente más atrevido es el de Elizabeth Warren, una profesora universitaria con aspecto de ama de casa, mucha energía y unas formas comunicativas proclives a generar simpatías entre las clases trabajadoras y las medias. Como buena demócrata, los mensajes que traslada a su electorado suelen estar relacionados con las víctimas de las armas, las minorías, el poder de las mujeres, la inmigración, la grandeza del pueblo americano y la importancia de sus trabajadores, y en ese sentido no se diferencia demasiado del resto de los candidatos de su espectro ideológico.

La congresista Elizabeth Warren, en un acto. (Reuters)

Hay, sin embargo, muchos elementos novedosos en lo que se refiere a su planteamiento económico, ya que ha puesto el centro en un aspecto esencial y del que no se suele hablar entre las izquierdas más que lateralmente o en bloque: el poder. De fondo aparece la vieja idea del populismo estadounidense del siglo XIX, que no veía en la democracia el problema sino en la ausencia de ella. Por decirlo con otras palabras, la cuestión era que una serie de jugadores lo suficientemente poderosos y acaudalados habían pervertido las reglas del juego y, por lo tanto, ya no se podía seguir hablando de capitalismo y democracia.

Este tipo de poder hace muy difícil que los nuevos pequeños negocios triunfen y explica por qué tantos trabajos se han deslocalizado

En nuestra época, como entonces, la existencia de cada vez más monopolios y oligopolios, fruto de una tendencia hacia la concentración animada por la expectativa de mayores ganancias para los accionistas y mayores ingresos para quienes median en fusiones y adquisiciones, tiene repercusiones muy negativas para los trabajadores de esas firmas, para los consumidores y para las comunidades y los países donde operan. Una vez que el poder está libre de constricciones, el resultado no puede ser bueno.

El poder es económico

Como explicaba Barry C. Lynn, director de Open Markets Institute, un 'think tank' muy influyente en el pensamiento de Warren, en su último libro, 'Cornered', “es esta clase de poder la que hace tan difícil que los nuevos pequeños negocios tengan posibilidad de triunfar, la que explica por qué tantos trabajos se han deslocalizado, por qué ocurren las externalizaciones, por qué los precios de los medicamentos aumentan, por qué no se pueden introducir energías limpias, por qué la calidad de la comida es peor, por qué los beneficios de las grandes empresas y la remuneración de sus directivos siguen aumentando mientras que los clientes y proveedores sufren, y por qué los poderosos son cada vez más poderosos”.

Warren apuesta por combatir este tipo de poder allí donde primordialmente se encuentra, en la economía. La senadora estadounidense, que promovió la creación del Consumer Financial Protection Bureau, una agencia del Gobierno estadounidense cuyo objetivo es proteger a los consumidores en el sector financiero, aboga por dividir las empresas tecnológicas más importantes para evitar que sigan aprovechándose de la posición dominante y ha acogido muchas de las ideas antitrust que los viejos populistas idearon.

El caso de la salud

La diferencia que introduce Warren respecto de otros candidatos demócratas puede observarse de un modo nítido en su posición respecto del sector de la salud. Sanders aboga por una sanidad pública para todos y también por poner freno a las empresas farmacéuticas, que aprovechan el estado de necesidad para elevar notablemente el precio de sus productos. Ambos aspectos han sido acogidos, más mitigados o menos, por la gran mayoría de los aspirantes demócratas.

El demócrata Bernie Sanders, en un acto en Iowa. (Reuters)

Hace pocos días, Sanders lanzó un vídeo en el que ponía de relieve que medicinas tan básicas como la insulina llegaban a costar 300 dólares el vial en EEUU, mientras que en Canadá, solo con cruzar la frontera, su precio era 10 veces menor. Sanders ponía el acento en las farmacéuticas y en los seguros privados a la hora de señalar las enormes dificultades de la población estadounidense para costear los gastos sanitarios, pero Warren añadió algo más: el papel de los hospitales y de los médicos.

No se trata solo de que las medicinas sean caras, sino de que el poder de fijación de precios de unos y otros provoca que las pruebas médicas y la misma atención sanitaria tengan un coste desorbitado. Por eso, cuando carecen de seguro, muchas familias estadounidenses van a la bancarrota. Intervenir para poner freno a este tipo de imposiciones basadas en la capacidad de dictaminar los precios resulta imprescindible para Warren.

La fórmula es recortar costes, utilizar el efectivo para extraer beneficio a corto plazo, agregar poco valor competitivo real y reducir plantillas y salarios

Elizabeth Warren ha impulsado también un proyecto de ley, Stop Wall Street Looting Act (Ley para detener el saqueo que realiza Wall Street), que cuenta con una serie muy detallada de acciones para evitar que los fondos de inversión compren empresas con el simple objetivo de sacar de ellas todo el partido económico que puedan, sin ningún interés en asegurar su subsistencia o su viabilidad. A menudo, adquieren estas firmas como mera especulación, ya que esperan venderlas a otros fondos o a empresas rivales de su mismo sector.

Las consecuencias de los 'hedge funds' y las firmas de capital riesgo para la economía productiva están siendo muy dolorosas. Como señalaba en 'Fortune' un directivo del capital riesgo descontento con el actual modo de gestión de esos fondos, el método habitual, que suele llevarse a cabo por personas que carecen de conocimiento alguno del sector en el que adquieren una firma, se ha estandarizado: “Recortar costes, utilizar el efectivo de la empresa para extraer beneficio a corto plazo, agregar poco valor competitivo real, reducir plantillas y salarios para conseguir mayor flujo de caja”.

El mismo final

La importancia del capital riesgo es cada vez más importante en una economía financiarizada, como la de los inversores activistas o de la especulación a través de algoritmos. Pero todas esas actividades, rentables para muy pocos, perjudican claramente a la economía real. El resultado final lo conocemos: el sector financiero gana mucho dinero durante un tiempo, la economía se deteriora, y llega un momento que todo explota: esto fue la crisis causada por las 'subprimes', y según la gran mayoría de los expertos, ocurrirá pronto.

Fachada del edificio de la Bolsa de Nueva York, en Wall Street. (Reuters)

Warren piensa que ese horizonte está cerca. Ha publicado un artículo en ‘Medium’ —en el que expone los motivos por los que la crisis está asomando ya y las acciones que cree necesarias para detenerla— que supone todo un programa económico. Incluye medidas respecto del apalancamiento, del capital riesgo, de la deuda pública y privada, y del sector fabril estadounidense, que aleja claramente a su candidatura del resto. Warren ha popularizado en su campaña la expresión ‘I’ve got a plan for that’ como parte de su campaña, y parece ser cierto. Y no olvidemos que la visión de Sanders es semejante en muchos aspectos a la de Warren, y que un tique Warren-Sanders encabeza los sondeos de los favoritos entre los votantes demócratas y resultaría ganador frente a Trump, según las encuestas actuales.

Warren tiene un plan

Pero, sobre todo, Warren está haciendo otra cosa en la izquierda. Hasta ahora, las concentraciones, los monopolios y el poder concentrado no suponían gran problema. La vieja posición comunista era favorable a ellos, y lo único que pretendían era cambiar su titularidad de privada a estatal. La socialdemocracia actual tampoco, y aspiraba a recaudar lo suficiente para redistribuir en forma de servicios sociales.

Pero ambos modelos son ineficaces hoy. Más que la desigualdad, y con ella la inestabilidad social a la que aboca este tipo de gestión económica, el fondo del asunto es que vivimos en un modelo de capitalismo que cada vez promueve mayores riesgos sistémicos. Frente a ese animal desatado, hacen falta soluciones urgentes. Warren, al menos, tiene un plan, lo cual no puede decirse de una izquierda europea bastante extraviada y una derecha que, cuando el coche da síntomas de estar sufriendo una avería, opta por acelerar al máximo.

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