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De todo este envite no surge la independencia. Lo que emerge es el debilitamiento de las instituciones, el desprestigio internacional, la confusión y enfrentamiento de la población y el caos

Foto: Reuters.

Los atentados de agosto y la gran manifestación de este 11-S no deben perturbar el análisis certero de la realidad. Junto con el resto de España, Cataluña puede encontrarse pronto en su mejor momento. Se ha salido de la crisis, y la economía lleva tres años creciendo por encima del 3% y creando empleo. Un círculo virtuoso, con un cuadro económico basado en el consumo, el turismo y la inversión, la exportación hacia Europa y la interrelación con el resto del Estado, lo que permite pensar que este crecimiento se puede mantener por lo menos durante los próximos cuatro años. Cataluña nunca habrá estado mejor en términos de sanidad, servicios sociales, cultura e infraestructuras. Lleva casi 40 años de democracia y paz, la época benigna más larga de toda su historia. La lengua se habla más que nunca y la cultura catalana, que sobrevivió al franquismo, está en todo su esplendor.

Por supuesto, todo es mejorable. En primer lugar, debe mejorar la apuesta educativa, donde Cataluña, en una competencia transferida a la Generalitat hace decenios, no se encuentra bien parada en los 'rankings' internacionales, tanto en educación escolar como universitaria. También es importante apostar por el corredor mediterráneo, primordial para todo el Levante español, y por los trenes de Cercanías que deben ser puestos a punto, como en su día se hizo con el puerto y el aeropuerto, hoy magníficos, aun cuando deban mejorar su gestión; así como magnífica es la alta velocidad, que desde hace casi un lustro conecta las cuatro capitales de provincia. Y por supuesto, hay que reducir el desempleo y la desigualdad.

Los retos, exagerados maliciosamente ante la opinión pública, no facultan a nadie a saltarse las leyes e intentar imponer una nueva legalidad

Todas estas, y otras muchas, son cuestiones muy relevantes sobre las que hay que trabajar, pero no modifican lo sustancial. En Cataluña se vive muy bien, en paz y en democracia, con unas prestaciones sociales muy altas y una excelente infraestructura. Y los retos, exagerados maliciosamente ante la opinión pública, no facultan a nadie a saltarse las leyes e intentar imponer una nueva legalidad, y menos desde el poder y con los impuestos de todos.

Como cualquier otra constitución —salvo la de Etiopía—, la Constitución española consagra la integridad del Estado y no permite la celebración de referéndums de independencia. El gobernante español que permitiese un referéndum sin modificar la Constitución con mayoría reforzada en el Parlamento estatal no sería un demócrata, sería un dictador.

A estas alturas, poco aporta continuar denunciando el uso partidista de medios públicos y la frivolidad con la que se analizan las consecuencias. Se ha conseguido dividir a la sociedad, fomentar el rechazo hacia el resto de los españoles y llamar la atención de la comunidad internacional, a la que se puede distraer parcialmente y un tiempo, pero no siempre. Es tan imposible mantener como argumento que Cataluña es un pueblo oprimido, como que España es un país poco democrático o excesivamente centralista. A largo plazo, en un mundo minado de conflictos e imperfecciones, nadie mínimamente informado y objetivo va a aceptarlo.

Hay democracias sin Estado de derecho, y estados de derecho sin democracia. Los países donde el Gobierno se salta la ley pertenecen al primer grupo

Además, algunos políticos se están llenando la boca con la palabra 'democracia' cuando se habla del referéndum, pero recordemos que los referéndums son muchas veces armas preferidas por dictadores y demagogos para revalorizarse ante el pueblo. Franco, sin ir más lejos, organizó dos. En muchos casos, los referéndums dividen a las sociedades y crean traumas irreversibles. Y en otros, como hemos visto que ha ocurrido con las elecciones plebiscitarias catalanas del pasado año, no tienen ninguna utilidad si el resultado no da la razón al que los organiza.

Hay democracias sin Estado de derecho, y estados de derecho sin democracia. Los países donde los gobernantes se saltan la ley pertenecen al primer grupo. Sin el cumplimiento de las leyes, la democracia se embrutece y queda solo como un resquicio formal, hueco de todo contenido. Hay multitud de ejemplos históricos y actuales de desobediencia de los gobernantes, y ninguno es edificante.

Cataluña no puede quedar relegada en un conflicto infinito, aburrido y agotador con el Estado, que divide a la sociedad entre buenos y malos catalanes

De esta deriva política no saldrá la independencia de Cataluña. La independencia viene del entendimiento, que no existe ni con el Estado ni entre los propios catalanes; o de la guerra, que afortunadamente tampoco. No resulta de unas manifestaciones, por muy multitudinarias que sean, ni de declaraciones altisonantes o entrevistas en medios internacionales, ni del intento de apoderarse de absolutamente todo, incluyendo los sentimientos de solidaridad contra el terrorismo, ni mucho menos de pervertir la legalidad. De todo este envite no surge la independencia. Lo que emerge, por el contrario, es el debilitamiento de las instituciones catalanas, el desprestigio internacional del nacionalismo catalán ("Il nacionalismo senza solidarietà", publicaba 'La República'), la confusión y enfrentamiento de la población y el caos.

Hay que pensar ya en el día 2 de octubre. Cataluña no puede quedar relegada en un conflicto infinito, aburrido y agotador con el Estado, que divide a la sociedad entre buenos y malos catalanes. Cataluña tiene enormes capacidades para proyectarse empresarial y culturalmente, para retener y atraer talento e inversión, y sobre todo para cumplir una función mucho más digna e ilusionante que la de la protesta y el conflicto, como locomotora empresarial y foco cultural del sur de Europa y de España. Al contrario de lo que piensan muchos, Cataluña no saldrá de su ratonera con nuevas facultades que fomenten aún más su ajenidad, sino ejerciendo un papel verdaderamente relevante en la gobernanza del todo.

*Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de EEUU

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