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Cataluña: un conflicto y tres conceptos

Analizamos tres conceptos que describen distintos métodos de resolución de conflictos para que se pueda comprender correctamente lo que se está proponiendo

Un grupo de manifestantes bajo una bandera 'estelada' gigante en la manifestación contra el encarcelamiento de 'los Jordis'. (Reuters)

En las líneas que siguen nos proponemos examinar tres conceptos que describen distintos métodos de resolución de conflictos para que se pueda comprender correctamente lo que se está proponiendo o se está ocultando cuando se esgrimen y por qué no están funcionando como herramientas eficaces en el caso de Cataluña. Estos conceptos están en el centro de la reflexión sobre los medios no jurisdiccionales de resolución de conflictos, y suelen ser utilizados de un modo tan recurrente como temerario.

Uno de ellos, quizás el más mencionado, es el diálogo, un modo de debatir más allá de la simple conversación. El diálogo como método deliberativo es un proceso comunicativo de intercambio de opiniones, argumentos y razones entre actores que se encuentran en desacuerdo. La diferencia entre una mera conversación y un diálogo radica en la actitud que cada uno de los interlocutores ha de mantener en relación a las pretensiones de la otra parte. El diálogo exige el reconocimiento del otro como portador de razones públicas. Por ello, la hostilidad está fuera de lugar.

El diálogo exige el reconocimiento del otro como portador de razones públicas. Por ello, la hostilidad está fuera de lugar

Es decir, en el diálogo los interlocutores aceptan, en primer lugar, que la interacción debe limitarse al uso de argumentos y razones orientadas al entendimiento mutuo. Y en segundo lugar, que es posible que el interlocutor tenga mejores razones que las propias para sostener aquello que está defendiendo. En este sentido, la idea de un proceso de diálogo gira en torno a dos principios fundamentales:

1.- Las mejores razones son las que triunfan dentro de la interacción comunicativa; y

2.- Para que el diálogo no se convierta en una conversación imposible (un diálogo de sordos), todos los participantes admiten que el otro tiene razones para sostener lo que sostiene.

En la negociación se asume que el intercambio basado en razones puede ser desplazado por un intercambio basado en el cálculo de coste-beneficio

Por su parte, la negociación es una interacción distinta del diálogo. La negociación es un proceso estratégico que trata de resolver un conflicto interdependiente de forma cooperativa. Es cierto que también en la negociación el intercambio de argumentos es una variable importante. Si se utilizan argumentos que apoyen las preferencias de intereses en conflicto los acuerdos serán más estables y duraderos. Pero la distinción estriba en lo que se ha dado en llamar el uso de recursos compulsivos: la amenaza, las promesas, el compromiso, las advertencias, etc.

Cuando hay una interacción negociada, la posibilidad de usar estos recursos compulsivos no pone en cuestión la supervivencia del proceso de negociación. Cuando se negocia se presiona al otro (se promete, se amenaza, etc.) y esto se puede hacer sin desmontar la mesa de negociación. En este sentido, en la negociación se asume que el intercambio basado en razones (quién tiene razón) puede ser desplazado por un intercambio basado en el cálculo de coste-beneficio (qué es lo que más nos conviene). De este modo, el fundamento último de un acuerdo negociado, a diferencia del acuerdo construido en un proceso de diálogo, radica en la satisfacción o conveniencia del resultado. La cuestión en la negociación no es si el acuerdo es razonable, si hemos sido convencidos, como ocurre en el diálogo, sino si el acuerdo conseguido satisface las pretensiones y las expectativas de las partes.

En la mediación, un tercero trabaja para ayudar a las partes a salir del conflicto o, no siendo eso posible, para que puedan mantener una relación

El último de los conceptos que ha sido utilizado en el debate es el de mediación. A diferencia de los dos anteriores, el método de mediación se caracteriza por la participación de un tercero que no es parte en el conflicto. Este tercero trabaja para ayudar a las partes a salir del conflicto o, no siendo eso posible, para que puedan mantener una relación en la que haya todavía comunicación. Ahora bien, el alcance de la intervención del mediador depende del modelo que se defienda. Los mediadores actúan entre dos extremos. En el polo menor, el mediador interviene sólo para mejorar el proceso comunicativo entre las partes. En el polo mayor, ayuda a las partes a identificar posibles o potenciales líneas de interacción conducentes al acuerdo o a una modificación de la relación entre ellas.

El mayor problema que plantea la construcción de un proceso de diálogo en el conflicto de Cataluña parece ser la falta de reconocimiento recíproco de la razonabilidad de la propuesta del otro. Parece haber un choque entre el discurso de la legalidad y el de la legitimidad. Por una parte, los argumentos del Estado sobre la legalidad vigente son ignorados por los independentistas. Por otra, el discurso de lo legítimo, es decir, de aquello que se pretende justificado más allá de la ley, es considerado por ellos como el lenguaje necesario de sus pretensiones, pero no es reconocido por el Estado. Y así, ni unos ni otros reconocen a su interlocutor como portador de razones públicas. Pero si lo que se pretende es la construcción de un espacio de diálogo, entonces es imprescindible avanzar hacia un reconocimiento previo y mutuo de ese tipo.

Por parte de los defensores del independentismo la demanda de intervención de mediadores ha sido recurrente. Sin embargo, la posibilidad de una mediación plantea algunos problemas. El mayor de ellos es que la propia mediación se concibe en Cataluña más como parte de la solución (es un fin dentro del conflicto) que como una manera de buscarla (un medio para resolver el conflicto). Para aquellos que la han defendido, la idea de sentarse en una mesa de mediación se asume como el reconocimiento de la paridad y de la igualdad entre sujetos políticos. Pero esta es precisamente una de las pretensiones controvertidas. Así que la mera organización de la mediación parece suponer para uno de los actores del conflicto la obtención previa de una parte de sus pretensiones, lo que supone una seria dificultad para su aceptación.

La negociación evita los problemas que plantean tanto el diálogo como la mediación: al no reclamar el uso de razones no implica, como el diálogo, un marco de discurso compartido y al no exigir el reconocimiento del otro, como pide la mediación, no implica una concesión que es constitutiva del propio conflicto. Pero el problema que plantea la negociación es el de la escalada dentro del conflicto. Un requisito importante para el buen fin de una negociación es la conciencia de las partes de que el aumento del conflicto tendrá costes. Pero en el conflicto catalán parece que uno de los actores asume que puede obtener ganancias con el mantenimiento del conflicto, que se puede mejorar presionando al otro sin llegar a un acuerdo. En su papel de víctimas, los independentistas esperan todavía alguna ganancia de la ausencia de acuerdo. Quizás también el Estado prefiera mantener el conflicto que llegar al acuerdo. Y así, la escalada, con algunos momentos de estabilización, parece presagiar una conflictividad a medio o largo plazo que no es negociable.

* Juan Ramón de Páramo es catedrático de Filosofía del Derecho y director del Instituto de Resolución de Conflictos de la Universidad Castilla-La Mancha. Raúl Calvo es profesor titular de Filosofía del derecho de la Universidad de Girona.

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