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Una Cierta Mirada

Sin banderas, hacia un nuevo pacto antiterrorista

La unidad política forma el triángulo de oro de la respuesta a los terrorismos, junto con la cooperación internacional y la combinación de la persecución policial con la presión social

Minuto de silencio en la plaza de Cataluña. (Reuters)

Esta es la semana grande de la unidad frente al terrorismo. Tiene dos momentos culminantes: la reunión del pacto, que se celebró el lunes en Madrid, y la manifestación del sábado en Barcelona. Ambos hechos son cruciales.

En España somos muy conscientes del valor estratégico que tiene la unidad de las fuerzas políticas en la lucha contra el terror. Todos los que han estado en la sala de máquinas de la política antiterrorista admiten que sin los sucesivos pactos antiterroristas que se firmaron entre 1987 y 2000, ETA no habría sido derrotada. La unidad política forma el triángulo de oro de la respuesta a los terrorismos, junto con la cooperación internacional y la combinación de la persecución policial con la presión social para que los asesinos se sientan acosados y debilitados en todos los lugares y en todos los instantes.

Los acuerdos antiterroristas no son retóricos ni ornamentales, son funcionales y decisivos. Por eso hay que hacer lo que sea preciso para construirlos y extenderlos a todo el espacio de las fuerzas democráticas, cualesquiera que sean sus posiciones en otras materias. Eso requiere inteligencia y grandeza, dos rasgos de los que nuestra política doméstica no anda sobrada.

El mal llamado 'pacto antyihadista' (una denominación periodística que no figura en su texto) se firmó en febrero de 2015 en una situación muy distinta a la actual. Fue la respuesta conjunta del PP y del PSOE al atentado de París contra el periódico 'Charlie Hebdo', un ataque directo a la libertad de expresión que conmocionó a Europa. En ese momento, había un Gobierno de mayoría absoluta del PP, y Podemos no había llegado a las instituciones.

El acuerdo mostraba el compromiso de los firmantes contra el terrorismo, pero estaba también ligado a una reforma del Código Penal que promovía el Gobierno del PP y que no era políticamente pacífica. De hecho, su texto recoge una alambicada reserva del PSOE, salvando su posición respecto a algunos aspectos de aquella reforma. Ese fue el pretexto de los otros partidos de izquierda y de los nacionalistas para rehusar sumarse, aunque el verdadero motivo fue la resistencia a compartir nada con los dos partidos tradicionales en vísperas de unas elecciones que acabarían con el bipartidismo.

Ha llovido mucho desde entonces, y las circunstancias han cambiado por completo. El atentado de Barcelona ha abierto un escenario en el que ya no se admiten ni se comprenden las medias tintas ni las inhibiciones. La presencia de los nacionalistas en la reunión de Madrid era obligada: cualquier otra cosa habría echado por tierra todo el esfuerzo de respetable responsabilidad institucional que han realizado durante estos días.

El atentado de Barcelona ha abierto un escenario en el que no se admiten medias tintas. La presencia de los nacionalistas en la reunión era obligada

Pero la historia pesa, y no siempre es fácil soltar de golpe los prejuicios y resquemores amamantados durante años. Acudir a la reunión de un pacto que no firmaron y hacerlo en actitud claramente constructiva es valioso y debe ser reconocido. Pero ampararse en el extraño estatus de observadores es una absurdidad: si hay algo frente a lo que no cabe la posición de observador, es el terrorismo. De hecho, la reacción de esos partidos tras el atentado y su participación en la manifestación del sábado demuestran que su actitud no es la de un mero observador. Eso es un residuo desechable del pasado, un penúltimo freno emocional que impide dar el paso lógico y necesario de reclamar tanto protagonismo como el que más en la causa común de la civilización frente a la barbarie. Y hacerlo sin reservas y sin hacer ascos a las etiquetas de los demás, ya que nadie revisa tus credenciales.

Pero quizás el mejor camino no sea exigirles que se adhieran sin más a un acuerdo de hace dos años y medio, del que en su día se excluyeron. Quizás ahora se den las condiciones para negociar un nuevo pacto antiterrorista que recoja lo que hoy nos une en esa materia —que es mucho— y del que todos se sientan partícipes por igual desde el principio, sin que nadie tenga que pasar por un trágala ni arrepentirse de nada.

No sería la primera vez que un acuerdo antiterrorista se reformula para adaptarse a nuevas circunstancias. Se hizo contra ETA, y funcionó. Por otra parte, pasado el tiempo de las excusas, un nuevo acuerdo sería taxativo: a partir de ahí, sabríamos con precisión dónde se sitúa cada uno en esta batalla.

Zoido invita al pacto antiyihadista a los partidos que no lo suscribieron

Con ese espíritu, es difícil exagerar la importancia de la manifestación del sábado. Si hace solo una semana nos hubieran dicho que en pocos días veríamos a Rajoy y Junqueras, Iceta y Puigdemont, Iglesias y Albiol, Rivera y Forcadell, al Rey de España, compartiendo las calles de Barcelona con el mismo propósito, nadie lo hubiera creído. Ni siquiera imaginando un atentado terrorista. Pero, por una vez, los dirigentes políticos han tenido un oído fino para detectar lo que se esperaba de ellos en una situación emocionalmente crítica.

Allí estarán todos los partidos democráticos del Parlamento español —que son todos menos uno— y todos los del Parlamento de Cataluña, incluida, muy a su pesar, la CUP, a la que los ciudadanos han arrastrado de las orejas adonde no quería ir. Como se ha recordado oportunamente, para estar el sábado en Barcelona no se requieren invitaciones ni se reserva el derecho de admisión.

Ya que han dado ese paso, podrían dar otro para que todo salga como debe: evitar, al menos ese día, la estúpida contienda de las banderas

Pues bien, ya que han dado ese paso, podrían dar otro para que todo salga como debe: evitar, al menos ese día, la estúpida contienda de las banderas. Si unos enarbolan la rojigualda, otros la 'senyera', otros la estelada, aquellos la ikurriña, y todas ellas se desafían entre sí y se recuentan con saña para ver quién tiene más banderas y más grandes, habremos vuelto a las peores andadas y arruinado la jornada. En el fondo, sería un postrer triunfo de los terroristas.

Que no haya banderas es la mejor forma de que ese día no haya bandos, ni bandas, ni banderías. Queremos ver cientos de miles de rostros humanos repitiendo que no tienen miedo aunque lo tengan, no trapos pintados que solo sirven para meter miedo. Por eso, el sábado sobran las banderas. Sería un bonito acuerdo para empezar.

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